Ficha Casco de Acero


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Críticas de Casco de Acero (1)




Mad Warrior

  • 4 Jan 2022

8



En una tierra de nadie donde sólo se divisan vastos campos y algunos cadáveres en proceso de descomposición, unos cuantos hombres se ven obligados a resistir, a esperar un ataque, sitiados, olvidados...
Está cambiando el curso de la Historia y, al mismo tiempo, el del cine bélico; ambas mutaciones irán de la mano.

El sangriento conflicto toma un nuevo rumbo cuando el Ejército Popular de Liberación ataca China, y el general Peng Dehuai obtiene lo que quería: repeler a las tropas de la O.N.U. hasta llevarlas de nuevo a la línea divisoria entre las dos Coreas, el llamado Paralelo 38; antes de que Douglas MacArthur fuese destituido por Truman y de que China y Corea del Norte se hicieran con Seoul es cuando empieza, muy lejos de allí, el rodaje de la primera película ambientada precisamente en dicha batalla. Tiene la sangre y el valor de hacerlo un hombre que llega para cambiar el bélico: Samuel Fuller.
Y esto sucede poco después de iniciarse como director (si bien ya tomara contacto con la industria décadas antes), apoyado por Robert Lippert; todo este proyecto exhibe los pros y los contras (más lo que segundo que lo primero) de una producción de bajo presupuesto. El director sólo precisa de algo más de una semana, unos pocos cientos de miles de dólares y un reparto en su mayoría compuesto por típicos secundarios de la serie ¨B¨; el productor quiere a John Wayne pero Fuller se queda con el solvente Gene Evans. La razón es bien sencilla: como él, también sabe lo que es la guerra de primera mano, y sus opiniones se asemejan repecto a ella.

Así le vemos aparecer en el plano más mítico del film, como soldado agazapado y alerta de los enemigos cuyo casco ha sido agujereado por una bala; a su alrededor, los cuerpos de sus amigos. Comienzo áspero y directo, sin florituras ni prólogos innecesarios; Fuller nos mete en el horror de la guerra como se metían los jóvenes que iban allí a luchar por razones que les eran muy ajenas: de cabeza, sin preguntar y asumiendo todos los riesgos. De repente se produce una inesperada unión, la de este sargento Zack y la de un niño surcoreano, extraña pareja recíproca donde el segundo encuentra en el primero algo así como un padre sustitutivo y éste a su vez un aliento de espíritu y conciencia en él.
El director propondrá magníficamente el argumento, con dos partes bien diferenciadas, una en exteriores y otra en interiores; la primera se refiere al periplo a través de un terreno de batalla sangrante y desolador en el cual nos aventuramos al lado del chaval y el sargento, modelado a imagen y semejanza del anti-héroe cínico, conciso y nada sentimental, lo que debe ser un soldado con los pies en la tierra, modelo por excelencia del protagonista del cine de Fuller. Mientras, éste arrastra su cámara por ambientes sombríos y dotados de cierta extrañeza fascinante.

Como podemos ver en los enfrentamientos en el bosque, con los enemigos ocultos entre maleza, la oscuridad de la noche y la neblina, siempre presente; así, Fuller se revela como un experto creador de atmósferas, haciendo al espectador sentirse parte de la acción y el entorno, y asfixiándole con los olores a barro, sangre, carne putrefacta y sudor que desprenden las imágenes, arropadas por el ferroso blanco y negro de la fotografía de Ernest Miller. Después de ir los protagonistas uniendo fuerzas con otros soldados desperdigados, esta improvisada familia militar avanza hasta refugiarse en un templo.
A partir de la segunda mitad del film la intriga y la acción se concentran allí, en ese espacio reducido pero en modo alguno claustrofóbico (la imponente estatua de buda no representa un símbolo de amenaza extranjero, sino de esperanza); sobresale como nunca el discurso ¨fulleriano¨, pues al contrario que otros directores, a él le interesa menos la contienda en sí y más quienes participan en ella. Se acerca entonces a la intimidad de estos hombres cansados, sin ilusión ni fuerzas, y propone una concienzuda radiografía psicológica y emocional, haciendo brotar por el camino temas tan espinosos como la lealtad a la patria, el odio racial, la falta de respeto a los ideales militares y la ausencia de fe en la política y los oficiales.

Mientras va puliendo las aristas interiores y los caracteres de esos soldados definidos de primeras como personajes de trazo grueso, el cineasta, que en la distancia recuerda ¨La Patrulla Perdida¨ de Ford, cruje nuestros nervios a la manera ¨hitchcockiana¨ con la intromisión de un elemento extraño: un oficial norcoreano escondido en el templo. Esto sirve sobre todo para avivar las tensiones, raciales, humanas e históricas; mientras se echa la vista atrás al conflicto de la 2.ª Guerra Mundial, donde los que ahora son aliados antes eran enemigos y aún quedaban hombres de valor y espíritu, se mira de reojo al recalcitrante racismo estadounidense.
Aprovechando todos los recursos a su alcance, como todo artesano de la serie ¨B¨, Fuller, quien cuenta con material de archivo militar, despliega un espectáculo visceral durante una última parte a lo ¨Río Bravo¨ dedicada al combate entre ese grupo de hombres y el enemigo coreano, impersonal, que no trasciende más allá del efecto físico (o, en el caso del oficial prisionero, dibujado con desdén y maldad con poca justificación para con sus actos). Al igual que Siegel o Huston, sabe captar el impacto de lo que significa sentirse dentro de una contienda, la poética macabra y feroz de seres que se despedazan sin piedad, dejando poco lugar a la gloria o el orgullo. Sólo quedan agujeros de bala y sangre derramada.

Acusado de colaborador de los comunistas por el Gobierno y tildado de reaccionario por algunos periódicos (fíjense que paradoja), el director obtuvo un gran prestigio por su obra, resultando ésta un antes y un después en el género bélico.
Poco después los ejecutivos de 20th Century Fox le contrataron para repetir dicho éxito, con la menos memorable ¨A Bayoneta Calada¨, también situada en la Guerra de Corea.



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