Película kaidan (de fantasmas) de la modesta Shintoho con un argumento manido pero siempre interesante: en 1773, en plena era Meiwa, haciendo un uso excesivo de su categoría, un samurái arruinado y con serios problemas de autocontrol emocional se carga a un indefenso masajista ciego y anciano por una deuda económica y lo hace enterrar en el pantano Kasane. No tardarán en venírsele encima todo tipo de fantasmas vengativos que pasarán de generación en generación.

Con escenas tremendamente violentas y crueles para la época y un truculento argumento que incluye amores canallescos, desfiguraciones, cizaña, brotes psicóticos y (claro está) venganzas, es una película sencilla, al estilo de las tragedias griegas, pero con toda la eficiencia del cine japonés de la época: ambientes oscuros, pueblos pintorescos, mucha más sangre que en Hollywood e interpretaciones más sobrias que las de las pelis de acción y aventura.

Porque sí, algunas actuaciones son brillantes, y es que aquí encontramos algún que otro intérprete conocido en Occidente por sus excelentes cualidades interpretativas, como el apuesto Tetsurô Tanba, uno de los actores favoritos de Kurosawa, que interpretó al simpático jefe de los servicios secretos japoneses (y encima experto en ninjitsu gracias a la genial pluma de Roald Dahl, que hizo el guion) Tigre Tanaka en la película de 007 Solo se vive dos veces; aquí un maquiavélico “alcahueto”.

Técnicamente, los FX son sencillos, y el maquillaje, bueno, siendo la fotografía, oscura y siniestra, la parte más destacable en este aspecto.

Es corta, entretenida, está muy bien realizada y tiene un buen clímax. No hablaré de obra maestra pero sí de una muy buena película que me ha dejado una grata impresión.

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