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Guy Maddin, ya adulto, regresa a la isla en la que vivió su infancia. La familia Maddin vivía en un faro, que también servía como orfanato, donde Guy y su hermana crecieron junto con los niños huérfanos, al cuidado de su madre mientras su padre realizaba extraños experimentos en su laboratorio. Guy comienza a pintar el faro de blanco, y es como si con cada brochazo quisiera blanquear su propio pasado, pero la memoria trae terribles recuerdos de regreso.

El director canadiense, Guy Maddin, un maestro de las imágenes avant-garde, se ha convertido en un artista de culto, y aquí se atreve a hacer una película que no solo es de un sombrío blanco y negro, sino también muda. Es la voz en off de Isabella Rossellini la que nos narra lo que unas imágenes granuladas, fantásticas, surrealistas, oníricas (y de pesadilla) nos muestran.

Utilizando los símbolos y metáforas del terror/ciencia ficción, Maddin nos muestra una historia aterradora, una madre y un padre que literalmente se alimentan de los niños, también hay signos de incesto, y una madre que no aprueba que sus hijos descubran la sexualidad más allá de ella. La “marca” en el cerebro no solo se refiere a los agujeros en la base del cráneo, sino al daño psicológico que sufren estos pequeños. Un cuento de aberración, miedos infantiles y fantasía de horror realmente estremecedor.

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