Ideada, dirigida, producida y protagonizada por el actor especialista en ci-fi Robert Clarke, no hay duda de que parte de una premisa interesante: una variante/inversión del mito del hombre lobo; es decir, un tipo (un científico borrachín) que se transforma en monstruo -reptílico - con los rayos del sol.

Prácticamente amateur, es una peli que va al grano desde el principio y se desarrolla con rapidez. Es un genuino producto de drive-in: el reparto está formado por intérpretes semidesconocidos, la mayor parte de ellos amigos y parientes de Robert Clarke (trabajan bastante dignamente, todo sea dicho, a pesar de que en el par de escenas con pathos, los secundarios no acaban de funcionar), y la factura técnica, modesta. Además, se nota a la legua que Clarke es un director novel. Técnicamente, hay que destacar que la fotografía es terrible: parece un vídeo doméstico. En exteriores a veces se ven los reflejos del sol y de los faros de los coches. Las escenas de acción son además bastante torpes, cosa que también puede decirse del montaje. Sin embargo, el monstruo es bastante correcto respecto al resto de elementos técnicos. El guion y los diálogos son normalillos, con personajes muy estereotipados, pero se logra crear cierto sentimiento de empatía con el hombre-bestia: excepto en el caso de una rata, y a pesar de que reconoce el impulso de matar, todas sus víctimas caen mientras actúa en legítima defensa, y conserva la conciencia de ser humano (bueno, al menos en primera instancia...).

Cutrísima y mal realizada (hay fallos a mansalva) pero rápida, entretenida y con algún sustejo suelto (gracias, irónicamente, al torpemente acelerado montaje), es una bizarrada del quince que se aguanta lo suficiente como para ganarse a mi juicio un 5 peladete, a pesar de que soy consciente de que esta peli no goza del favor general de los fans del cine fantástico.

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