Los niños son sagrados. El cine ha mantenido esa regla durante mucho tiempo, rara vez exponían a un niño ante un asesino, fantasma o cualquier presencia maligna, al menos de forma mortal. Pero por algún motivo, sí que lo convertían en una amenaza: Damien, Reagan, las gemelas del resplandor o los niños de The Village of the Damned.
En esta película francesa, volvemos a encontrarnos a un grupo de niños que no se sienten inferiores ante la autoridad de los adultos. Pero no están poseídos ni muestran una tendencia psicópata aparente. Su forma de actuar fría, insensible, robótica y muy extraña desquicia a nuestro protagonista y carga la película de suspense e incluso terror psicológico.
Huelga decir que los jóvenes actores tienen todo el peso de la película, gracias a sus actuaciones dotadas de una frialdad hipnótica y unas líneas de diálogo tan críticas y tundentes que parecen cuchilladas.
A lo largo del metraje, el director sabe contagiarnos de la paranoia del profesor e incomodarnos con imágenes perturbadoras que contrastan con el ambiente cuidado, armónico y ordenado. Estas crudas secuencias nos pillan con la guardia baja y nos dan una fuerte bofetada, ya que nos saca de la ficción y nos obliga a ver una realidad bastante triste. Destaco especialmente el final de la película, un crudo desenlace que aunque se nos venía advirtiendo deja al espectador con una sensación de pesar tanto si lo ve venir como si no.
Con una película brillante, Francia nos da una lección de buen cine y del mejor o peor terror: el ser humano.

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