Ficha Estación 3: Ultrasecreto


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Críticas de Estación 3: Ultrasecreto (1)




Mad Warrior

  • 14 Apr 2023

8



Publicado por Fontana, la tapa de ¨The Satan Bug¨, que cubierto por el polvo tan bien descansaba en la estantería de mi abuelo, presenta una escena de tensión nocturna con un tiparraco sujetando a una rubia descalza y disparando probablemente contra el protagonista.
Ella es, por cierto, su esposa Mary.

Alistair S. MacLean dio en el clavo con una nueva historia situada en los límites del mundo del espionaje bajo el alias ¨Ian Stuart¨ (ya utilizado en su anterior novela ¨The Dark Crusader¨); muchas cosas se juntan aquí a lo largo de sus más de 200 páginas, principalmente un miedo aterrador a la manipulación de elementos financiados por el Gobierno que pueden destruir a la Humanidad. El sr. Charles Clavell, un experto en trasladar relatos a guiones (¨La Mosca¨, ¨La Gran Evasión¨), da una excitante premisa a John Sturges sobre la que trabajar, en este caso también ejerciendo de productor.
En tiempos de una Guerra Fría marcada por las secuelas de la crisis de los misiles de Cuba, las estrategias diplomáticas de los países no alineados y los primeros escarceos en Vietnam, tiene lugar la intensa intriga. Resulta memorable el inicio que nos ofrece el film, una especie de tour guiado por los confines de esa fortaleza inexpugnable de experimentos químicos, de producción de armas biológicas, llamada Estación 3 (ahora situada en pleno desierto norteamericano en lugar de la campiña británica) siguiendo al recién llegado agente Reagan; sorprende en especial el punto de vista de la cámara: distante, escrutador, como si se tratase del ojo de un espía que observa desde lejos. Así quiere el director que nos sintamos.

Todo este complejo de seguridad por el que pulula una atmósfera de nerviosismo que oprime a todos sus miembros, pese a lo impertérrito de sus rostros (ninguno de estos tipos nació con el don de la expresión...); la razón son los mejunjes de su interior, bien protegidos en manos nacionales, grandes amenazas en manos extranjeras. El mayor temor: la seguridad se quiebra cual ramita, pues del interior precisamente han venido a robar un poderoso virus (el cual da título a la novela) capaz de destruir todo rastro de vida en un tiempo mínimo. Sturges, influenciado por ¨La Hora Final¨, juega a la paranoia con pedigrí catastrófico vírico mucho antes de la llegada de ¨El Puente de Cassandra¨ o ¨La Amenaza de Andrómeda¨.
Pero aquí los hilos de la trama se sostienen sobre el suspense detectivesco, el espionaje en sí. Tras el largo prólogo aparece Barrett, al que da vida George Maharis en una especie de combinación estoica y sagaz de Bond, Sam Spade y el Phelps de ¨Misión: Imposible¨, un tanto lejos de su cansado y amargado homólogo literario Pierre Cavell. La sesión de interrogatorio y soborno con que nos lo introducen (así empieza la novela, narrada desde su punto de vista) es tanto más significativa cuanto que todo se trata de un engaño; la mentira, la traición y las apariencias son vitales aquí.

La estructura se divide ingeniosamente en dos partes. La 1.ª abarca casi la mitad del metraje y nos llevará a diferentes lugares muy cerca de la Estación 3, tras llegar a ojos de esos militares y agentes, en forma de película, el poder colosal del virus ¨satán¨, imagen estremecedora de una Florida plagada de cadáveres, fatal presagio de la Guerra Fría de aquellos días. Pero Clavell, para evitar polémicas, no culpa ni a un extremo ni a otro, ni a comunistas ni a reaccionarios, simplemente a aquellos locos que, por su propio capricho sádico, se creen en poder de dominar el destino del Mundo.
La 2.ª parte, que sabe respetar más o menos el orden de las páginas, nos lanza a la cacería del supuesto infiltrado que ha robado el compuesto químico. De todas formas, y pese a que su identidad se revela pronto, nosotros ya la hemos descubierto desde su primera aparición en pantalla (clara evidencia: es el único extranjero, y europeo nada menos, en mitad de un grupo de serios estadounidenses...¡por tanto debe ser el villano!). Pero el guión es lo suficientemente inteligente como para evitar que nos adelantemos a ninguna certeza, siempre creando situaciones engañosas, siempre girando sobre sí mismo.

Incluso los personajes serán víctimas de este clima de incertidumbre: la troupe de militares/agentes/científicos de la base realmente se creen en poder de la razón y de la inteligencia, y no obstante están sometidos a los perversos y un tanto confusos planes del villano, quien, recibiendo su propia medicina, es acorralado sin cesar por la inteligencia y coraje de Barrett. Pero éste, qué lástima, no cuenta aquí con la presencia de una esposa, sino de una novia poco resolutiva llamada como la preciosa actriz que la interpreta (Anne Francis). El resto lo hace Sturges tras la cámara.
Quizás elimine cierto grado de violencia del libro (los protagonistas son torturados con más ahínco que en su versión cinematográfica), pero durante la huida por páramos desérticos y los enfrentamientos cara a cara, el director no pierde un ápice de su habilidad, de su pulso de cirujano para, por medio del atractivo formato PanaVision y de un montaje de ritmo imparable a cargo de Ferris Webster, absorbernos en los entresijos de la intriga y la acción y los tira y afloja de los espías y esos agentes militares cuyo único objetivo es recuperar su preciado tesoro, sin importar las vidas aliadas que pueden caer en el proceso.

El director y el guionista, por fortuna, hacen caso omiso de la última parte del libro, donde se revelaban las intenciones del villano, y que siempre me parecieron inverosímiles y torpes (¿quién se creería todo este complot creado para simplemente cometer unos cuantos atracos?).
Todo queda regado de la brillante música de Jerry Goldsmith, que tiende a elevar la emoción en cada secuencia y en el instante preciso. Un pena que, por estar ubicada entre dos obras de envergadura en la carrera del de Illinois (¨La Gran Evasión¨ y ¨La Batalla de las Colinas del Whiskey¨), la presente haya quedado olvidada y en tierra de nadie...



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