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Una película sensacional que nos cuenta cómo se creó la serie Doctor Who en los años sesenta, lo mucho que se esforzó su productora, Verity, por sacarla adelante y sobre todo, lo que a mí me parece más importante, muestra cómo era la figura del Primer Doctor, William Hartnell, el primer actor en encarnar a este mítico personaje que ya forma parte de la cultura británica.

La película tiene unas actuaciones brillantes en las que sobresale sobre todo David Bradley, que está genial como William Hartnell, hasta tal punto que hay escenas en las que incluso parece el mismo. Es curioso ver cómo Hartnell había sido encasillado como actor en papeles de militar y cómo en un primer momento no estaba muy convencido del papel del Doctor, pero poco a poco se ve enamorando de él hasta tal punto que lo llegaba a entender más que nadie. Me resultó notable ese cambio que se produjo en él, que al principio no soportaba a los niños, pero al ver que estos empezaban a adorarle por ser el Doctor, Hartnell se volvió mucho más abierto y simpático con ellos.

Una de las mejores escenas para mí es sin duda cuando Hartnell no recuerda qué es lo que tiene que decir y cuando enfocan la cara de David Bradley vemos que le tiembla el labio y entendemos que obviamente está ya muy enfermo. Creo que es una escena muy hermosa y triste. También me llamó mucho la atención que Hartnell tenía una gran relación con Verity, a la que consideraba su amiga y en general tenía muy buen rollo con todos los actores de la serie, pero cuando poco a poco todos, tanto actores como la propia Verity, van dejando la serie, se nota que Hartnell se sentía quizá un tanto desplazados, ya que los nuevos actores eran muy jóvenes y no parecían demasiado interesados por él.

Pero sin duda, hay dos escenas que me parecen descorazonadoras, dos escenas en las cuales a mí, como fan de la serie Doctor Who, se me escapó la lagrimilla. La primera es la escena en la que el personaje de Brian Cox, con mucho tacto, le dice a Hartnell que no van a seguir trabajando con él como Doctor porque está enfermo y cada vez cuesta más rodar con él. Es muy triste ver al pobre William Hartnell todo emocionado diciendo que el show necesitaba regenerarse, nuevos giros e incluso sugería que le dejaran improvisar porque a veces los guiones le resultaban difíciles de memorizar debido a su enfermedad, y después de que el pobre hombre dijera todo eso, Brian Cox le dice que quieren seguir con Doctor Who pero sin él, con otro actor que interprete al personaje, y que esa es la regeneración de la que habla. Creo que David Bradley estuvo inmenso en esa escena.

La segunda escena que estuvo a punto de hacerme llorar es cuando Hartnell se prepara para decir su despedida dentro de la TARDIS, conoce a su sucesor, Patrick Troughton, y siente que el show quedará en buenas manos. Luego empieza a toquetear los botones de la TARDIS y entonces ve a un lado a Matt Smith, el Undécimo Doctor, que está observándole con una mirada de orgullo y respeto. Creo que todos los Whovian lloramos con esa escena. Porque obviamente Hartnell en la vida real no vio a Matt Smith ni nada por el estilo, pero la escena representa que Hartnell puede ver que su legado, el personaje del Doctor, pervivirá a lo largo de la historia, y de esa forma puede despedirse feliz de él. Algo muy parecido a la escena de Doctor Who en la que el Doctor llevaba a Vincent Van Gogh a la actualidad y el pintor se ponía a llorar cuando le decían que Van Gogh era para muchos el mejor pintor de todos los tiempos.

En definitiva, una gran película que recomiendo encarecidamente. Quizá no esté hecha a gusto de todos y creo que los fans de Doctor Who la disfrutarán mucho más porque hay cosas que quien no haya visto la serie no entenderá. Aun así, una gran película que merece mucho la pena.

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