Sola en la noche, una noche desnuda, tormentosa y fría. Putrefactos olores que brotan de una moqueta extrañamente manchada de fluidos corporales.
Se ha dispuesto a encerrar con llave y congelar su pasado de una vez por todas. La mujer también se congela con él, no queda nada...

Es una verdadera lástima que el bueno de Takashi Ishii nos dejara por culpa del cáncer, hace un año ya, lo que nos privó de haber disfrutado de una posible última gran película, que en este caso seguirá siendo la correcta y muy tardía secuela (real) de ¨Gonin¨. Rebuscando en los rincones de su carrera cinematográfica destacan sus oscuros y cruentos ¨thrillers¨ criminales por encima de cualquier cosa, sin embargo esto sólo ocupa un pequeño tramo en ella; en realidad ha sido, al igual que en su trabajo de mangaka, un especialista del drama perturbador con dos características esenciales: las sobredosis de erotismo y violencia y el retrato íntimo femenino.
Después del díptico sobre su cómic ¨Black Angel¨ lleva a cabo, bajo la firma de Nikkatsu, un vuelco a dicha carrera que lo volvería a cambiar todo, o más adecuadamente: la haría volver a sus orígenes. Un escenario gélido, de noche, frente a una brillante farola y con la mirada perdida de la protagonista, revelando y anunciando acontecimientos; la modelo y cantante recién iniciada en el cine Kimie Kitamura (o Harumi Inoe) llevó su audacia por todos conocida sumergiéndose en el universo de sensaciones y violencia de Ishii encarnando a esta Chihiro, afectada por un trauma, que busca un nuevo camino.

Los primeros minutos son lo mejor por la habilidad del director de sugerir, de contar sin mostrar nada; sola en su oficina, la anterior es presa de los nervios, y los primeros planos se centran en sus ojos, su pesada respiración, su pecho palpitante, que con fuerza es agarrado de repente por detrás. Esto sugiere el miedo a la oscuridad, a estar indefensa ante un horror acechante; este horror, para nuestra desgracia, se presenta en su casa con forma humana. A partir de aquí, la ruptura, brecha en la realidad. Kazuki Kitamura, odioso como jamás se volverá a ver en una película, irrumpe en el tan bien organizado mundo de la chica poniéndolo patas arriba.
Se nos escupe en la cara los hechos pasados: Chihiro fue violada en grupo y filmada en vídeo, y sus agresores han vuelto a su vida; no hay razón, no hay sentido, simplemente pasa. Usará Ishii entonces ese don único que posee para llegar al estómago del espectador a través de la insensibilidad de imágenes incómodas rodadas en espacios muy cerrados, e impregnándolos de un clima de calor agobiante y viscoso. Hay desnudos, pero no erotismo, porque estos suceden por medio del maltrato y la humillación. Sostener la mirada y no sentir algún que otro espasmo en el hígado mientras la chica es víctima de continuos golpes es tarea difícil.

Pero más difícil todavía es encajarlos mientras ella, aun con quejas y negaciones, mantiene una actitud sumisa ante ese chiflado con cemento en lugar de cerebro, y sin llamar a la policía. ¿Justifica su miedo el chantaje de difundir el vídeo de la violación? Ni pensarlo, señores, más vale perder la dignidad que perder la vida. Sin embargo la imbécil de Chihiro se dispone a perder las dos cosas...hasta que la venganza surge de sus entrañas y vuelve a cambiar la historia en un giro de 180º. ¿Para bien? Pues no. Se supone que los restantes violadores van a llegar a su domicilio, pero esto no abre ningún camino para conducirla a terrenos de ¨thriller¨ policíaco.
La acción en sí es visitada escuetamente en ¨flashback¨, así que, sin una verdadera profundización, lo único que al cineasta se le ocurre hacer con su ¨heroína¨ es sentarla a esperar y que repita el proceso, con abundancia de sangre y un deslizamiento a esferas enfermizas donde el hedor de la miseria humana rezuma de las paredes del apartamento y se nos mete a presión por la nariz. Esto se combina con vueltas absolutamente surrealistas que dejan a uno perplejo, llevando a aquélla más allá de los límites de la locura y quedando los hombres como desquiciados y patéticos psicóticos que nada pueden lograr si no es usando la fuerza bruta.

Sopesando la premisa, esta podría ser otra versión menos bella y más cruda de ¨Repulsión¨, siguiendo la línea básica del ¨rape & revenge¨ de ¨I Spit on your Grave¨ y similares. Sin embargo, por su ausencia de desarrollo de argumento y su énfasis en la violencia y el desnudo, ¨Freeze Me¨ tiene el sello de las clásicas ¨roman porno¨ de Nikkatsu, la cual en aquellos 70 no desentonaría en la filmografía de directores como Tatsumi Kumashiro, Chusei Sone o Masaru Konuma. Pero la sucesión de turbios eventos y de personajes y la forma en que Chihiro va eliminándolos de su vida da cierto toque de humor perverso que sin duda haría aullar de placer a Teruo Ishii, Miike o Tsukamoto.
Naoto Takenaka se lleva la palma, de nuevo de sádico demente al que ya se ha acostumbrado. Queda la satisfacción de ver sangrar a todo ese reparto masculino de malnacidos, pero nada más; es un imposible saber si el director quería llegar a algún sitio con esto, y menos empleando ese colofón que, si sugiere lo que parece sugerir acerca del novio de la protagonista, fracasa porque ya se sabe desde media hora antes. Todo aquí, la historia y la protagonista, están estancados y poco a poco van perdiendo el atractivo; el humor negro sólo ayuda a digerir la indigesta atmósfera.

Desencantada con el film y su actuación, Kitamura no quería volver a acercarse al director...y no es para menos. Dejando atrás unos 90 de remate perfecto, tuvo un pésimo inicio en el nuevo siglo, y más considerando el momento de gloria que vivía Japón gracias a su renovado cine de terror.
De hecho le costaría la friolera de una década volver a ofrecer un producto medianamente decente (recurriendo a resucitar uno de los mejores de su carrera: ¨A Night in Nude¨). Llegan lo posibles créditos y me quedo así, helado...

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