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Hombre, ya sé que de una peli de los Woolner no hay que esperar gran cosa, pero estoooo…

A ver, el reparto es tremendamente competente a priori, con varias estrellas de la serie B de ese tiempo: están Richard Kiel como el maloso-pero-no-del-todo Dr. Kolos, George Nader (de la, eh, digamos mitiquísima “Robot Monster”) como el prota, la secundaria Barbara Nichols, George Macready (el malo de “Gilda”, también visto en “Senderos de gloria”), Dolores Faith (“El agente de CIPOL”), Hugh Beaumont (clásico de la tele yanqui), Richard Arlen (el ya veterano prota de “La isla de las almas perdidas”, también en “Alas”) o el exboxeador, doble y asesor John Indrisano. Pero ninguno de ellos tiene una actuación lucida, salvo quizá Kiel y Nichols, uno porque su papel no le exige mucho (no tiene que ser una especie de dibujo animado vivo como le exigía su Tiburón de las pelis de 007) y otra porque su arquetipo de rubia deslenguada y pavilla le da un aire divertido a algunas de sus escenas.

Y es que la película es un rollo macabeo, un desastre sin paliativos. Los realizadores Hugo Grimaldi y Arthur C. Pierce (también guionista) no logran despertar excitación alguna en el espectador. Los personajes van y vienen como pollos isn cabeza y la trama se desarrolla a trompicones. Es que ni la sorpresiva revelación final viene a cuento.

Las cosas como sean: el efecto de teletransporte de Kolos esté bien, pero el resto de la película es risiblemente abismal y psicotrónica: la nave especial en forma de peonza y las secuencias de androides siendo destruídos, cambiando a los actores por figuras de escayola que no se parecen en nada a ellos son un desastre.

En fin, que para qué enrollarse más: Muy mala, evítese: no tiene ni valor bizarro-psicotrónico.

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