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Un buceador deportivo y sus dos amigas navegan hacia una pequeña isla frente a la costa de Italia. Buceando, en el fondo del océano descubre un viejo cofre de madera con un antiguo cuchillo en su interior, pero cuyo corte lo transforma en un demonio.

A la trama le sobran infinidad de minutos. No es más que un relleno de placeres veraniegos con escenas de playa, submarinas o en lancha verdaderamente interminables y horriblemente actuadas.
Los malos efectos especiales encuentran un aliciente en los gomosos cuerpos de látex bastante terroríficos, pero que al ser mostrados exageradamente, se descubren las fallas en éstos.
Parece ser que el bajo presupuesto sólo alcanzó para llevar a esas espectaculares locaciones a las decenas de personas que intervinieron en la película y no les alcanzó para cubrir otros gastos igual o más importantes.
No son suficientes las espectaculares imágenes de mares espectaculares, callejuelas y castillos medievales con pleno sol de verano.

El cineasta independiente Andreas Bethmann, los camarógrafos y todos los involucrados en esta película amateur, parece que, al filmar en bellas playas interminables, se olvidaron de que la verdadera intención era filmar una historia de terror.
La horrible historia, las actuaciones y lo mal dirigida que está “La isla de los demonios” (“Die Insel der Dämonen”), la convierten en una película innecesariamente extensa y algo menos que nefasta.

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