Ficha El Baile de los Sicarios


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Críticas de El Baile de los Sicarios (1)




Mad Warrior

  • 6 Jan 2022

6



El mundo de los asesinos a sueldo no sólo está lleno de romances efímeros, peligrosas misiones, sangre y balas, a veces deja al descubierto su aspecto más colorido, más fantasioso, más teatral, por decirlo de algún modo.

Es el mundo donde la implacable asesina Miyuki Minazuki, apodada ¨Stray Cat¨ y categorizada como la número 3 del Gremio de Asesinos al que pertenece, debe enfrentarse a los diferentes criminales también miembros de la misma organización cuando entre éstos se desata una guerra para alcanzar la primera posición arrebatándole ese honor al misterioso ¨Hundred Eyes¨, el temido asesino número 1 del Gremio. Así, Seijun Suzuki elabora la trama de la que fue la penúltima película de filmografía.
Y es curioso, realmente, porque se trata de nada más y nada menos que de una especie de extraña secuela/¨remake¨ de ¨Marcado para Matar¨, aquel film que hizo en 1.967 y que le convirtió en un director de culto al mismo tiempo que su productora, la Nikkatsu, le incluyó en una lista negra que le cesó como director de cine y le apartó del negocio por diez años. Hay que recordar el impacto que tuvo en su momento una película como aquélla, aunque supusiera un gran patinazo en la taquilla; aquel film rompió esquemas en su época, exponiéndose como una parodia de las películas de asesinos a sueldo, agentes secretos y yakuzas, con un sentido del humor muy absurdo y satírico a más no poder y una puesta en escena experimental de una imaginación desbordante.

La que fuera la obra más redonda de Suzuki (con permiso de la inmensa ¨Historia de una Prostituta¨) terminó siendo una gran influencia para un sinfín de futuros directores, entre ellos Quentin Tarantino, John Woo o Takeshi Kitano. Y de algún modo quiso revivir viejos recuerdos cuando decidió adaptar el guión de Kazunori Ito y Takeo Kimura, reestructurando la historia como una nueva versión de su clásico de los 60 pero contando, y muy orgulloso por ello, con un gran despliegue de medios bajo la producción de la inmensa Shochiku, que nada tenía ver con los bajos presupuestos a los que estaba condenado cuando trabajaba para la Nikkatsu.
Aquí se aprecia que el director hace lo que quiere, lo que siempre deseó, y todas las ideas que tiene en su mente por fin pueden ser plasmadas en pantalla. ¨Pistol Opera¨ cuenta, efectivamente, la misma historia que ¨Marcado para Matar¨, solo que esta vez el personaje que encarnaba Joe Shishido cambia de identidad (ahora Goro Hanada es el asesino n.º 1, lo que da pie a creer que esto sea una secuela) y se añade una mujer también como la protagonista, la cual va rondando por todo el film intentando averiguar quien es el tal ¨Hundred Eyes¨ mientras va esquivando a los demás asesinos y se cruza con los más extravagantes personajes en los lugares más indescriptible y extraños que se puedan imaginar.

Así es ¨Pistol Opera¨: un canto al arte, en todo su esplendor. Suzuki mantiene todos los principios del absurdo, pero sustituye el blanco y negro y los tonos oscuros y elegantes adscritos al ¨noir¨ de la obra de los 60 por un ambiente colorido, repleto de intensas tonalidades, y el nivel de extrañeza es superado con un compendio de ensoñadoras secuencias de gran poder visual y espíritu teatral de raíces kabuki. El director se lanza totalmente a experimentar, a prestar mucha atención a las formas, a los tonos, a las luces, a la imagen, creando para nosotros una especie de función esotérica que va más allá de los muros de lo ilógico, todo salpicado de grandes dosis de violencia, humor negro de doble sentido y mucha acción, dejando las paranoias fílmicas de Sion Sono y Takashi Miike a la altura del betún.
Y más aún en ese último cuarto de hora de metraje, que es cuando asistimos a la caza que emprende Miyuki contra Sayoko, donde todo se desborda y se convierte en un espectáculo plagado de delirantes sin sentidos. Aunque eso no quiere decir, ni mucho menos, que esté bien estructurado. En ¨Marcado para Matar¨ tanto la historia como el aspecto creativo estaban bien equilibrados, pero aquí gana lo segundo, porque la trama es algo más que un laberinto argumental; el sentido de la narración queda sepultado bajo la atención que el realizador le presta a lo visual, que es mucha, y eso hace que sea todo un desconcierto intentar seguir el hilo de de la película, si lo hubiere, y más durando casi dos horas, que en ciertos momentos se hacen bastante tediosas.

Makiko Esumi, Sayoko Yamaguchi, Mikijiro Hira, Masatoshi Nagase, y Hanae Kan son los protagonistas, y ninguno de ellos está a la altura de los de la antigua versión. Lo que esta vez se pone por encima del reparto es el aspecto técnico, la fotografía de Yonezo Maeda, el montaje de Akira Suzuki, el cuidado diseño de producción, los efectos visuales y la banda sonora tan ecléctica de Kazufumi Kodama, de tonos similares a la que compuso Naozumi Yamamoto.
Todos los ingredientes necesarios para que el colorido imaginario de Seijun Suzuki, cobrase vida por penúltima vez, aquél que llevaba creando y expandiendo desde que rompió todos los esquemas del cine japonés en sus primeras obras y se alzara como uno de los pilares de la Nueva Ola.



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