Hay diferentes tipos de personas: las hay que nacen para edificar puentes, o para poner copas, bailar agarrados, financiar proyectos arriesgados...Y hay tipos que nacen, no para ser artistas, sino para que el arte los necesite. Es el caso de Tim Burton. Muchos subliman su figura por sus innegables joyas de cine, sea Bitelchus, La novia cadáver, Eduardo Manostijeras, Sleepy Hollow...pero, ¿qué es lo que nos fascina de este hombre? ¿serán sus pelos alborotados? ¿sus guiones? Es todo: crea un mundo de un simple boceto.

Y a esto es a lo que quería referirme, a su faceta como dibujante o poeta, o ambas cosas a la vez. Es algo que logró en su librito " La melancólica muerte de chico ostra ", un auténtico dibujo de lo escrito, un repaso a un mundo inexistente, bosquejado en un montoncillo de personajes que parecen pergeñados por las manos de un niño; sí, es cierto, pero por un niño inquieto, con la crueldad inherente a su infantilidad, desproporcionadamente simple y artística; dibujos que sirven de tabique de apoyo a historias mínimas, contadas en versos que a veces son dos lineas, a veces dos o tres estrofas, pero que calan por su atroz ingenuidad.

Uno podría pararse a pensar que ha pagado 12 o 14 euros por un libro que se lee de un tirón en menos de media hora - y eso, si te fijas extremadamente en los dibujitos...-, y que ha sido un excesivo desembolso, amparado en una idea esnob de encumbramiento de un personaje porque todo el mundo habla bien, en ese sentido, del mismo; pero se trata de la obra de un genio que, aun dejándose llevar, es capaz de inyectar su talento, si hace falta, en una piedra.

Se trata, en fin, de una creación que bien puede guardarse como una joya, sencillamente por venir de quien viene.

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