De la Cabeza a los Pies

Por Javier Bocadulce

Gombold aparece de repente sobre la cabeza de una criatura inverosímil, gigantesca. Bueno, así, de sopetón, es difícil creer que Gombold sea un ser humano. Podría ser una liendre, ¿o no? ¡quién sabe! La novela de Orton, como él mismo, no puede dejar indiferente a nadie que se acerque, dado su cúmulo de disparates. La historia en sí es un continuo despropósito, difícil de seguir, como una visita a la mente de El Bosco, algo muy daliniano, una mezcla de los personajes de relatos de viajes como el Barón de Munchausen, Alicia en su País de las Maravillas, y Gulliver. De hecho, al principio de la novela, un personaje pregunta a Gombold dónde vive, y declara que en ningún lugar. No hay sitio en el mundo para él. Tampoco lleva la necesaria identificación, de lo que podemos deducir que no es nadie.

Como debía de sentirse el propio Orton, asesinado en 1967 a la temprana edad de 34 años por su propio amante, quien le destrozara la cabeza a martillazos para suicidarse a continuación. Homosexual reivindicativo, desarrolla su arte en una época en la que su condición debió de conllevarle múltiples problemas, más incluso al tener en cuenta cómo esgrimía la faceta de provocador, tan frecuente en sus obras de teatro. Aun así, ni siquiera esa brutal muerte obedece al esquema típico de celos amorosos. Parece ser que sí, celos sí hubo por parte de su compañero, escritor como él, pero en ese único sentido: celos profesionales.

Siempre en la cuerda floja de la polémica, Orton no podía escribir nada normal. Ni hacer nada normal; de hecho, él y su amante, siendo muy jóvenes irrumpieron en varias ocasiones en una biblioteca dentro de la cual realizaron varios "desmanes" en las portadas de algunos libros, llenándolos de anotaciones, un hecho que les supuso algún tiempo en la cárcel. ¿Loco? ¿Cuerdo? Medio loco, medio cuerdo, medio genio...quién sabe.

Como decía, la novela comienza con Gombold, el protagonista, sobre la cabeza de un ¿gigante?.Observa a un buitre que copula con su compañera para luego devorarla; a un sapo que, cual sirena, atrae con su voz. Así, de entrada, la cosa pinta bien. Todo parece obedecer a una burla de mitos clásicos. Al avanzar en solitario entre una selva de fornidos cabellos, termina escuchando los gritos de auxilio procedentes de un agujero piloso. Gombold ayuda a salir a un tipo grueso y malencarado que estaba incrustado en el hoyo, recibiendo como pago una paliza. Afortunadamente, un tipo que se hace llamar Vulp, le auxilia, aunque luego le deja tirado: unos ruidos hacen a Gombold acercarse cautelosamente a unos extraños animales que discuten entre sí: un león, un águila con una sola parte - tiene un ojo, una garra, un ala...- y un gallo. También hablan las frambuesas, las hojas, los pájaros, todos en una entretenida tertulia sobre la personalidad de Jesús.

Más adelante, Gombold se encuentra de nuevo con Vulp, que finge no conocerle. La mujer de este "ser", hombre o lo que sea, le toma por un ladrón y llama a una gigantesca policía, Connie, que se enamora de él al instante, y le llevará de turismo a la comisaría donde le trata de forma dominante, como si fuera un desecho. Gombold se escapa y, confiado, se une a un grupo que trama asuntos de espionaje y salvaguarda de políticos. Aquí se mezclan unas conversaciones absurdas que no revelan nada, pero le catalogan como preparado para la misión. Al regresar con Connie, ésta, muy varonil - se cree hombre - apaliza a Gombold, le lava el coco y le hace creerse mujer. Cuando Gombold se encuentra con tres individuos que juraban que nadie les distinguía- pese a ser un hombre , un joven y una mujer muy diferentes entre sí-, el protagonista dice no encontrar diferencias entre ellos y, testarudamente, afirma que él es hembra, hasta que le hace la chica una exploración sexual y sale de su ofuscación.

Se va con sus tres cómplices para asesinar a la primera ministra en una convención. La conversación con sus colegas políticas más parecen confidencias de peluquería que otra cosa. Gombold dispara, disfrazado de mujer y la mata. Ante la ausencia de un culpable presente - pues Gombold huyó - culpan a un tipo que trabaja en la oficina de correos al regresar con un pedido, y no se le ocurre otra cosa que morirse.

En fin, una historieta difícil de seguir- hay mucho más, pero no quiero condenar a nadie al aburrimiento perpetuo; me explayé más de la cuenta para representar como he podido el cúmulo de insensateces que he luchado por asimilar-, aunque hay que destacar los muchos episodios en los que se trastoca la realidad con una funcionalidad crítica: muy a menudo aprovecha la extravagancia para atacar discriminaciones sociales; por ejemplo, las pompas fúnebres aparecen custodiadas por una cantidad de mujeres policía y de otros gremios, mientras los hombres observan desde los balcones; las revueltas son sofocadas por mujeres; en su precipitado viaje, Gombold se encuentra con una población cuyos habitantes cambiaban alternativamente de sexo varias veces cada cinco años.

De todos modos, lo que abunda es un amasijo de incongruencias: gente con cabeza de perro y cuerpo equino. Hay mucho de Munchausen en su fuga de una cárcel al estilo de Alcatraz, cabalgando a lomos de un pez, y atrapado a continuación por un águila que, tras remontar el vuelo, lo deja caer en una ciudad. Gombold es encerrado en varias ocasiones por sus acciones subversivas junto a rebeldes de guerras diversas. En una ocasión le encierran junto a sus camaradas en jaulas que les identifica con animales, lo que les lleva ipso facto a comportarse como monos...

El resumen es difícil. Presumiblemente, hay mucha crítica social y política, pero 180 páginas que se sienten como 3000, quizás constituyan un peso demasiado oneroso.


Comentarios (1)



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noel quiroga
#1

Luego de leer este análisis no tengo ningún interés en adquirir este libro, igual nunca lo hubiera hecho, porque sencillamente dudo que lo hubiese visto en alguna librería, igualmente, buena crítica, me entretuvo bastante.


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