Ficha Akage (Red Lion)


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Críticas de Akage (Red Lion) (1)




Mad Warrior

  • 6 Aug 2022

7



El gobierno se está viniendo abajo y un nuevo orden empieza a hacerse eco en todos los rincones de esa tierra aislada del Mundo que es Japón. Llega la restauración Meiji.
Un hombre difundirá dicho mensaje en un lugar recóndito para establecer la justicia y desterrar la crueldad y la corrupción...

Él es Toshiro Mifune en uno de sus papeles más peculiares dentro del cine que le encumbró; se encuentra en un momento, finales de los años 60, en que arriesga su propio dinero en producciones carísimas, con elencos estelares y lo más importante, haciendo gala de unas ideologías bastante conservadoras. Su desviación en la también monumental ¨Akage¨ está relacionada con haber contratado a su buen amigo Kihachi Okamoto para recrear una situación histórica tan delicada como fue el alzamiento contra la casta Tokugawa y la llamada a la restauración del poder del emperador.
Plenas Guerras Boshin, en 1.868, donde ganó especial atención la facción Sekihotai, que prometió la irrealizable relajación de los impuestos a las clases pobres, sólo para, poco después, verse traicionados por los mismos que les empujaron a defender el sentimiento anti-shogun; el ficticio Gonzo destaca entre el acartonado cuadro de militares con una excentricidad delirante que aporta Mifune y que bien recuerda al Kikuchiyo de ¨Los Siete Samuráis¨, compartiendo sus raíces campesinas, maneras bufonescas y sueños de grandeza de poder convertirse en un auténtico samurái. Así, luciendo la peluca roja de los Sekihotai, se adentra en su aldea natal pretendiéndose un guerrero del nuevo imperio.

Los vientos de cambio que quiere anunciar este grotesco personaje de tebeo se topan con una realidad sucia y terrible, ya que, como le sucede a todo el país, Sawando se halla bajo el dominio de los clásicos caciques y señores que avasallan con violencia por tierras y dinero; los campesinos son esclavos incapaz de revelarse. Pese a su interpretación rocambolesca, Mifune vuelve a esos héroes bondadosos, nobles, idealistas y unificadores a los que ya se acostumbró encarnar (sin ir más lejos, al Yamamoto de la rodada ese mismo año ¨Samurai Banners¨). Okamoto, sin embargo y como es habitual, se esmera en despojar de todo honor y gloria a un escenario y acontecimiento histórico moralmente reprochable.
Hiroshi Ueda y el operador Takao Saito componen este pueblo a partir de colores terrosos y una atmósfera de calor sofocante y tragedia, si bien el director nunca abandona los desvíos al humor que caracterizaron su obra. Gonzo toma parte, cual Zatoichi (si bien el masajista evitaba inmiscuirse en situaciones violentas ajenas, al contrario que él) en las vidas de todos los lugareños e impartirá justicia contra los villanos que las amenazan desde las tinieblas (en especial el magistrado Kamio), un enorme mosaico de personajes secundarios carismáticos, ricos en detalles, algunos de vena muy dramática y otros esbozados desde la caricatura...

Entre un carterista de Edo lleno de desparpajo (genial Minori Terada), una valerosa prostituta (inmejorable Nobuko Otowa) y una reencontrada amada (Shima Iwashita en un papel con muchas sombras) que había sido maltratada por uno de los repulsivos caciques, el pueblo (en una línea similar a ¨Yojimbo¨) se divide en dos: el pequeño grupo de éstos, viles codiciosos que tanto más les da el cambio de gobierno si el beneficio está de su lado, y los ejércitos formados por jóvenes contestatarios dispuestos a barrer a los anteriores y promulgar la era de los campesinos, precisamente como está sucediendo a nivel nacional en ese momento.
Okamoto tiene esa facilidad innata para atraparnos en una maraña de conspiraciones, traiciones, tragedias románticas y luchas por el territorio, encadenando las situaciones de tal forma que los actos de los poderosos siempre obstaculizan las maniobras de prosperidad y unificación de Gonzo y sus seguidores, los mismos que antes le consideraban un inútil sin remedio. Y mientras el guión se recrea en el nihilismo para derribar las esperanzas y sueños de las pobres gentes (Kamio no cesa en usar el descrédito contra el protagonista para manipularles y ¨hacerles entrar en razón¨), un ronin se infiltra en este argumento de multiperspectivas y subtramas que de vez en cuando se estanca en un tedio insoportable, pese a su ritmo.

Divertido, socarrón y llevado por el mero cinismo, el Hanzo de Etsushi Takahashi es un derivado de la costilla de Sanjuro, que deambula y hace el vago sin desear tomar parte en el gran conflicto político de Sawando salvo si puede obtener algún beneficio con ello; este personaje, de todas formas, es la única respuesta coherente y sensata al idealismo ciego al que se acoge Gonzo, incluso después de descubrir la traición del ejército imperial contra sus aliados Sekihotai, y a los sueños imposibles de los campesinos y muchachos del clan Somo. Para Hanzo, como para la madre del anterior, ni la situación de los pobres mejorará, ni los poderosos se extinguirán, ni el cambio político supondrá un verdadero cambio social.
Es lo mismo que por desgracia sigue sucediendo en nuestros días: no importa si el símbolo de la bandera de un gobierno o el emblema de un partido se reemplaza por otro, eso sólo es un símbolo; el sino de las clases bajas es estar dominados siempre por tiranos. Okamoto plantea esta demolición del idealismo de una manera mucho más agria de lo que quizás el espectador pudiera haber imaginado, sobre todo teniendo en cuenta el destino que le aguarda al protagonista, quien pese a estar en el centro de la tormenta de conspiraciones nunca llega a ser consciente de nada en absoluto, sólo es uno más de la masa manipulada...

Aquél redondea su discurso y profundo trato de personajes con enormes secuencias de acción y aventuras y algunos duelos de una anormal violencia gráfica, algo para lo que siempre ha demostrado gran habilidad: su técnica formal a la hora de componer la estética y el atractivo aspecto visual de sus obras.
¨Ejanaika¨ como himno incondicional de la celebración de la ignorancia por el supuesto cambio sociopolítico de esa recién comenzada era Meiji, explosión de júbilo inconsciente tras la muerte y la fatalidad. Ni es un final feliz ni triste. Es un cambio de símbolo en la bandera del país...



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