Ficha Adiós, Resplandor del Verano


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Críticas de Adiós, Resplandor del Verano (1)




Mad Warrior

  • 5 May 2021

8



Un último segundo de un último amanecer compartido. El tiempo, las ideas y los sentimientos les separaban, un hombre y una mujer cuyo deambular por las líneas inconexas del destino se cruzan y descubren un mundo más allá del que se erige frente a sus ojos...

Yoshishige Yoshida lleva trabajando independientemente de su antigua productora Shochiku sólo cuatro años, pero durante ese tiempo ha tenido la oportunidad de probar su genio como autor y creador siguiendo sus propias inquietudes ideológicas, psicológicas, formales y estéticas, y gracias a esto se convierte en uno de los principales bastiones de la Nueva Ola surgida en Japón. Este genio emerge sobrecogedor y lúcido como nunca antes pudo en cada uno de los títulos que componen su serie de ¨anti-melodramas¨, esa Pentalogía de la Introspección iniciada con ¨Una Historia escrita con Agua¨.
Unidas por su estilo ideológicamente moderno y rupturista en cuyas delineaciones minimalistas se encierran turbulentos conflictos humanos, siempre amorosos, y todas ellas bañadas en desolador blanco y negro, finalizan en 1.968 con (la menos sorprendente de todas) ¨Affair in the Snow¨. Entonces el director recluta una vez más a su mujer Mariko Okada para un ambicioso proyecto que desea rodar fuera de Japón, a lo largo de su amada Europa, contando con un equipo pequeño móvil para compensar el esfuerzo que supondrá desplazarse de un país a otro. Así este viaje, donde se vuelve a recuperar el color (magníficamente tratado por el operador Yuji Okumura), empieza en Portugal...

Junto a Ryusei Hasegawa y Masahiro Yamada, Yoshida construye su viaje alrededor de una obsesión, la de Makoto por una catedral cuyo boceto hallado en un museo de Nagasaki le retrotrae a una época de conquistas y luchas entre continentes; este edificio histórico, clásicamente occidental, ya no existe en suelo japonés, e inicia la aventura para hallar el original en suelo europeo, antes de volver a sus clases universitarias. Sin embargo en mitad de su camino aparece, cual ilusión, Naoko; casi no les veremos cruzar palabra, como es habitual en el cineasta, y la mayoría de los diálogos proceden del interior, el único modo de hacer interaccionar a estos personajes.
El recorrido, cual ¨road movie¨ moderna, desvela un mundo zurcido sobre los clásicos pliegues del estilo ¨yoshidiano¨, porque la visión del director es obstinada y parece que no desea influenciarse de la riqueza exterior (al contrario de lo que haría Wenders en ¨París, Texas¨). En su lugar se viene de Japón con todo su universo a cuestas y atrapa a los personajes en él, un universo críptico de confusión, desafección y angustia existencial; no pocas veces esta frialdad ahoga la calidez que desprenden los distintos y maravillosos escenarios por los que va paseando su cámara, escondido entre la multitud, ocultándose, y filmando sin permiso.

Desde su primer encuentro, Makoto y Naoko andan a escasos centímetros uno del otro, y sin embargo les separa todo un abismo de emociones y razones; mientras el primero, con el anhelo de su tierra siempre presente, desea recobrar un origen perdido y desenterrar mediante el arte las memorias de la cultura universal, la mujer lucha por olvidar un pasado íntimamente relacionado con la guerra, el desastre y el dolor. Como la catedral de Makoto, ella también perteneció a Nagasaki y vivió en sus propias carnes el impacto de la bomba (¨Yo ya he visto el Sol al anochecer...¨, declara).
Y ambos se evitan pero se persiguen, compartiendo de este modo un deambular que evoca a Bergman, Antonioni, Fellini y Resnais, siendo esta historia la variación de lo mostrado en ¨El Año Pasado en Marienbad¨ o ¨Hiroshima, Mon Amour¨. De Lisboa a Madrid, de París a Amsterdam, de Estocolmo a Roma, del monte Saint-Michel al Coliseo...
La hipocresía, la violencia, la traición, la necesidad de vivir bajo las apariencias y todos los demás valores corruptos que irradia la sociedad moderna son de repente olvidados entre preciosos monumentos y grandes ruinas que reviven la belleza olvidada de la civilización. Y durante este recorrido el amor, receloso y esquivo, nace inopinadamente.

La razón es que, pese a estar Naoko casada, su vida se halla tan vacía como la de Makoto (Okada regresa al personaje que lleva interpretando para Yoshida desde ¨Primavera en Akitsu¨, pero sin estar marcado por el irritante cinismo de su Yuriko de ¨Affair in the Snow¨). Ella resulta ser la esposa de un americano dedicado a la exportación, y su matrimonio refleja para Yoshida la eterna insatisfacción en el seno del matrimonio, y más aún entre esa sociedad de clase media-alta neurotizada para quienes los sentimientos entre individuos se hallan separados por la delgada línea que define el amor real, desnudo y profundo y el amor físico, egoísta y depredador.
Lo falso y lo auténtico entrarán en perspectiva y conflicto durante este largo peregrinaje. El tropiezo entre Makoto y el marido, Robert, no lleva al conflicto violento como en previos dramas del cineasta, aunque sí nace su acostumbrado triángulo amoroso donde miradas tímidas y ruborizantes chocan con la culpa y el remordimiento, todo ello observado por la mirada distante y temerosa de Mary, hermana de Robert y un perfectamente fiel trasunto del espectador en cuanto a reacción y razonamiento se refiere; al igual que ésta acaba revelando el paradero de su cuñada a su posible amante (en ese último y revelador retorno a Italia), nosotros también luchamos para que ambos vuelvan a cruzarse.

Por ello el viaje se halla impregnado de una incómoda sensación de melancolía y tristeza; estos desconocidos tendrán la oportunidad de compartir un instante más, pero sus destinos están trazados sobre líneas muy alejadas (se adivina desde ese primer encuentro en Portugal, sobre el mosaico del mapamundi, con él detenido en su país de origen y ella de pie en el continente africano; además, en ciertas ocasiones les veremos caminar en sentidos opuestos sin rozarse, claro signo de su futura separación). A pesar de todo, Yoshida relata esta fascinación romántica haciendo uso de una gran sensibilidad visual, estética y emocional, con la que nos absorbe en un mundo de infinitas posibilidades y registros sensibles.
Difícil es no sentirse cautivado por las intensas sensaciones que emanan de cada uno de los rincones y espacios naturales visitados por los protagonistas, y que no son sino una proyección de su carácter, psicología y sentimientos íntimos. En una secuencia desgarradora, Naoko confiesa a Makoto que su tan añorada catedral en efecto existe, pero que ella misma la representa; el desplazamiento geográfico y la desafección por la tierra de origen (que tan bien quedaba expuesta en la escena del mapamundi antes mencionada) revela las heridas, tanto interiores como exteriores.

Así deja el director que el concepto físico se olvide en pos de una total idealización romántica, la que experimenta la protagonista a ojos de Makoto (ya no importa encontrar esa catedral porque ella se ha ¨transmutado¨ en su ideal tanto de belleza artística y amorosa como de rechazo del doloroso recuerdo y los cataclismos generados por la tradición humana de la depredación y la guerra). Pero nuestra preciosa Naoko no es una simple ilusión; ella, en constante búsqueda de su libertad y desconexión con su existencia anterior, es incapaz de seguir a su amante de retorno a su país natal y a su rígido código de tradiciones, obediencia y estoicismo.
Y sin esperarlo una febril carrera tras los pasos invisibles de Makoto, ya quizás en su avión de vuelta, en un inconsciente deseo de recuperar lo que se perdió; instantes últimos, colmados de una tensión estremecedora que dejan un imborrable poso de desconsuelo. Okada en una de las más sentidas interpretaciones de su carrera (si bien su enigmática y misteriosa Naoko es una simple variación de antiguos personajes) eclipsa sin problema al resto de compañeros del reparto; en su contención y economía de expresiones, Tadashi Yokochi y Paul Beauvais están sencillamente soberbios.

La filmografía de Yoshida se cierra por segunda vez para comenzar de nuevo a través de un salto significativo que tendrá por nombre ¨Eros y Masacre¨. En ¨Adiós, Resplandor del Verano¨ se despide de un mundo, convertido en un gran maestro que domina a la perfección las herramientas visuales y narrativas de las que dispone. En ello radica la virtud de sorprendernos gratamente con algo contado muchas veces (la ¨road movie¨ de amores imposibles).
La plaza de Roma, iluminada por unos últimos destellos de sol que juguetones se reflejan en el agua de la fuente, y Naoko intentando atrapar un instante que se ha ido para siempre; el avión parte, se vivirán otras aventuras, en otros lugares...¿fue este amor un sueño?, ¿qué decide al final nuestro camino?, ¿qué atesoran realmente nuestros corazones?, ¿abrirá la ilusión una brecha hacia la oscura y destructiva realidad...

...o permanecerá este sentimiento durante siglos como esas ruinas que reflejan la fuerza de lo artístico y lo espiritual contra las caóticas y devastadoras inclemencias de la Historia?



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