Ficha Tambores de Guerra


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Críticas de Tambores de Guerra (1)




Mad Warrior

  • 15 Dec 2020

7



¨Por cada indio que matan ellos matan tres blancos; la tierra se cubrirá de sangre y odio. Paz...casi parece una broma¨.
Es la máxima de las cruentas Guerras Modoc; los orgullosos blancos, grandes colonos, no se imaginaban a qué clase de enemigos debían enfrentarse...

Llegados los años 50, el ¨western¨ estaba a punto de vivir una corriente muy renovadora, con muchas de sus más primitivas claves siendo tergiversadas u observadas desde otra óptica distinta; de hecho el papel del nativo americano, su cultura y su espíritu guerrero adquirió un especial protagonismo por encima de los típicos clichés. En ese sentido se puede decir que la impulsora fue ¨Flecha Rota¨, uno de los mejores y más aplaudidos films de Delmer Daves; en aquel mismo 1.950 Anthony Mann contribuyó con ¨La Puerta del Diablo¨, y a partir de ahí los indios pasarían a ganar mucha atención.
El sr. Daves retorna a esta temática a partir de un guión de su cosecha inspirándose en los sucesos de la histórica contienda contra los nativos Modoc allá por 1.872, modificando para su recreación ciertos papeles protagonistas y ubicando el inicio del relato en el punto álgido de dicha guerra, tras el rechazo del fiero Kintpuash (o Jack) a volver a la reserva de Klamath y combatir sin cuartel contra el ejército americano. A través de Jaguar Productions, la nueva compañía fundada por la estrella Alan Ladd tras su marcha de Paramount, Daves pudo llevar a buen puerto su epopeya sobre el terrible enfrentamiento.

La visita de John MacKay, trasunto ficticio del explorador, intérprete y portavoz del ejército para los Asuntos Indígenas Donald McKay (por supuesto éste, un mestizo de sangre Umatilla, debió ser ¨maquillado¨ debidamente para convertirse en el héroe de la película...), al presidente Ulysses Grant nos introduce en la guerra desde la visión de la sociedad blanca acomodada; la diferencia fundamental con ¨Flecha Rota¨ es que aquí el protagonista cree en la venganza y la fuerza como perfectas armas para combatir a los indios, pese a haber sido nombrado comisario de paz.
Pero la paz es algo que se halla muy lejos de la mente de Kintpuash, renegado, soberbio y terrible cabecilla de los modoc, quien desea conseguir a cualquier precio el territorio de Lost River sin preocuparle la sangre derramada; este profundo y corrosivo sentimiento de odio está muy presente en MacKay y sus compatriotas, y la relación entre él y el jefe presenta el reverso amargo de la de aquel Thomas Jeffords y Kuu-chish (el comisario deshecha incluso la propuesta de unión con la pacífica india Toby (Winema en la realidad), al contrario que Jeffords). Así, Daves desata las primeras escaramuzas a lo largo de las fronteras de Oregón y Californa.

El director se expresa con dureza a través de sus personajes; no hay paz aunque se apele a su búsqueda, no se da pie a la confraternización pues la codicia y la muerte guían los actos de los modoc, y precisamente por ello los indios vuelven a ocupar el lugar de renegados diablos que el cine del Oeste siempre les dio. Lógico es que despierte en el espectador (sobre todo si es americano) la ira y las ganas de venganza al ver a los soldados de Kintpuash asesinando a sangre fría a hombres, mujeres y niños inocentes; Daves dota de gran fuerza a las escenas rodadas en escenarios exteriores y nos hace recorrerlos en esta encarnizada campaña junto a ambos bandos.
La sensación de melancolía, oscuridad y desesperanza llega a su cúspide tras el fallido negocio de paz entre el jefe indio y el general unionista Edward Richard Canby (una poderosa secuencia reproducida tal como sucedió históricamente donde el cineasta nos hace chirriar los dientes con la tensión y el inesperado estallido de violencia). Poco nos hace pensar en la paz y el perdón cuando el jefe se apodera de la casaca del general y amenaza con el exterminio autoproclamándose un dios sobre esas tierras; esto conducirá al tramo más excitante, una lucha cara a cara donde se nos hace tragar el polvo del desierto y escuchar las flechas silbando a nuestro lado.

Con mucho oficio y sentido del ritmo y la acción, Daves siempre supo dar un cariz de tremendo espectáculo a sus epopeyas al estilo de Hawks o Sturges; también, como es ingrediente obligatorio en todas las producciones de la época (y el mismo director era experto en ello, además), se añaden gotas aquí y allá de melodrama de libro en base a una relación trágico-amorosa donde tienen cabida los sentimientos puros, los celos y el temor (y más interesante para la audiencia, desde luego, si en dicha relación interviene el amor no correspondido de una india nativa).
Lejos de estos detalles que es mejor obviar (al igual que la típica y empachosa escena de Nancy y MacKay junto al lago), ¨Tambores de Guerra¨ ofrece un buen relato del Oeste en cuanto a narrativa, ritmo y entretenimiento. La italiana Marisa Pavan brinda su delicada presencia dando vida a Toby, y también disfrutamos de los correctos Hayden Rorke y Warner Anderson; por su parte Ladd, áspero y lacónico, encarna al perfecto héroe del género (¿o antihéroe teniendo en cuenta sus emociones?), aunque nadie puede hacer sombra a un fanfarrón y amenazante Charles Bronson como el jefe Kintpuash (siendo esta la primera vez en no usar su nombre real, Buchinsky).

Éste y Ladd protagonizan (ellos mismos, sin dobles) uno de los momentos más memorables: la pelea en la preciosa localización de Slide Rock, en Arizona. Mención especial merece la dramática música de Victor Young y la fotografía de J. Peverell Marley.
Si bien no llega a la categoría de mítico, y pese a una muy precipitada conclusión, el film se mantiene como un buen esfuerzo del género y su realizador, y brilla entre otros títulos de temática y enfoque similar lanzados aquel mismo 1.954 (como ¨Sitting Bull¨, ¨Raza de Violencia¨, ¨Tambores Fraternos¨ o la tremenda ¨Apache¨ de Robert Aldrich, con un magnífico Burt Lancaster de guerrero indio).



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