Ficha Condenados


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Críticas de Condenados (2)




Parnaso

  • 30 Apr 2022

8



DE CÓMO CONFUNDEN LA TOXICIDAD CON EL AMOR

El resumen...
En pueblo de Castilla la Nueva, una mujer de nombre Aurelia aguarda la casa y a su marido José que es conocido en la aldea como “El condenado” que fuese hace seis años. En eso aparece un hombre que baja de los campos que dígnase al herraje del caballo de Aurelia y entablan conversación de la cual surge la petición por parte de Aurelia de que pudiera ser su siervo para que dispóngase al arado, de ello resulta ser diestro, pues lo hace florecer como no lo hizo su marido, que encuéntrase encarcelado por matar a un tal Gabriel por celos, por haberla echado ojos a su Aurelia. Por otro lado, irrumpe gran parte varonil de la aldea que increpa a Aurora por considerarla culpable de que su Jose cometiera delito y así disimular la protección a su amigo, por lo que en lugar de ayudarla a levantar la hacienda, la rechazan.
En eso Juan comienza a derretirse por su ama y sugiérele en quedarse cinco años más, los que pasan en un suspiro. Entonces excarcelan a José que encamínase campo a través y encuéntrase por allá con súbdito de Juan, que dícele que los campos están más venturosos que nunca, lo que hácele sospechar e irritar. Una vez en su hogar, repróchale a Aurelia que mátole a aquel hombre por culpa suya por poseer todo encantos que emborrican a cualquiera, a esto ella repréndele con ardor, por lo que recibe como respuesta manotazo tal que la hace caer al suelo, mas no queda en eso la cosa, que la relación entúrbiase transformándose en relación tóxica, que ella arrástrase y entrégase a él como si fuera el propio arado. En eso, Juan recrudece y agría su carácter para con Aurelia al darse cuenta de su reunión, y José, como siempre, enervado por poder ocurrirle lo que ya hiciera, prepara treta y carrera de mulas para entreambos, en la cual pierde al salirse disparado de la carroza, por lo que insta a Juan a batirse en duelo en la calera en forma de venganza. Ese acepta y acude no sin antes confesarle su amor a Aurelia, que lo rechaza con ira. En eso corren despavoridos a la calera y ahí mesmo, Aurelia al asestamiento flojo de dagazo en el trapecio de Juan, provoca su muerte, a lo que reacciona diciendo: “ahora somos ambos condenados”. Fin.

Tened a bien, pues, descubridla, y echad a ver qué es lo que no habéis de tomar como ejemplo para el arte de amar.

Es, pues, directa, de acertado desarrollo intenso, de buenos diálogos y elocuencia y recitar plausible, que por desgracia, hoy día, ya no está en boga ni se estila.



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Toribio Tarifa

  • 21 Mar 2016

8


El vestido puede cubrir, guarnecer, abrigar, disfrazar, proteger o adecuar a alguien y conviene elegirlo con tiento de acuerdo con el propósito, el destino o la actividad que pretendamos llevar a cabo. No es aconsejable ir a la montaña con un vestido de fiesta, como el soldado debe acudir al campo de batalla vestido para la ocasión. Hasta a los niños se les viste de manera especial cuando deben participar en algún acontecimiento social o religioso, como puedan ser el bautismo o la primera comunión. Pero, ¿cómo debería vestirse uno cuando solo se trata de escribir una aproximación a una película tan especial como “Condenados”, dirigida en 1953 por Manuel Mur Oti y que cuenta en sus principales papeles con Aurora Bautista, el pasmarote-mueble de José Suárez y Carlos Lemos. Tras larga reflexión, se me ocurre que lo más apropiado sería recurrir a la coraza y el yelmo, si no al turbante y el alfanje, para adecuarse a algo tan severo, tan riguroso, tan implacable, tan estricto, tan rígido, tan intolerante, tan calderoniano, en suma…
Estamos en La Mancha, una Mancha que se nos muestra como un tremendo secarral, un auténtico paisaje lunar, con una tierra gris y polvorienta que da la impresión, a los legos, de una esterilidad absoluta. Aurora Bautista, una antecedente, quizá menos ampulosa, de Nuria Espert, interpreta a Aurelia, una campesina que vive sola en su casa de labranza. A su entorno las tierras se agostan irremediablemente por más esfuerzos que ella hace, pues no dejamos de verla agarrada al azadón y tratando de remover esa tierra seca.
A esta situación de soledad se ha llegado porque el amo, su marido, está en la cárcel con una larga condena por haber matado a un hombre que la había mirado, a su juicio, con ojos de deseo. El pueblo, curiosamente, se ha puesto de parte del muerto y, sin distinción alguna, vuelve la espalda al asesino y a su mujer. Uno se pregunta por qué a ella también, y no halla otra respuesta que la necesidad dramática: si el pueblo no le hubiera hecho el vacío, no habría sido necesaria la ayuda y el trabajo de Juan.
La llegada de éste, un forastero que busca trabajo, ignora la actitud del pueblo respecto a la propietaria de la alquería y que, además, es inteligente, vigoroso y muy trabajador cambia radicalmente el escenario y el destino del cortijo: las cosechas se multiplican, los animales se reproducen en abundancia no vista hasta entonces y el molino vuelve a recibir grano para devolver harina. En fin, como en la Biblia sucede con la llegada de Jacob a casa de Labán, puro milagro.
Es evidente desde el primer momento que Juan no va a ser inmune al atractivo de su patrona, pese a que ella por su parte no da ningún paso por el camino de la seducción y se muestra tan solo amable y agradecida.
Resulta extraordinariamente interesante, sobre todo si lo comparamos con los procedimientos narrativos que el cine impondrá años después y hasta el presente, la secuencia que Mur Oti construye para transmitir al espectador el deseo de Juan por Aurelia. Y lo consigue con una imagen sencilla, sencillísima y que a buen seguro los censores (estamos, no lo olvidemos, en 1953, con un franquismo todavía joven, poderoso e implacable) dejaron pasar, sin caer posiblemente en la cuenta del tremendo poder de esa imagen.
En esa escena Aurelia, plantada en un rellano de la escalera de su casa, habla con Juan, quien se encuentra unos cuantos peldaños más abajo. Juan la ve en un contrapicado. Ella viste una amplia falda que la cubre hasta los tobillos y deja ver las enaguas debajo y los pies. La cámara, convertida en la mirada de Juan, se alza hasta los zapatos de Aurelia y de paso pone en evidencia que sus pies están separados, no exageradamente separados, pero sí separados. Lo suficiente. La imaginación se desata ardorosa, y los tobillos de Aurelia sugieren de forma clara las piernas y los muslos de la mujer. Es el latigazo del deseo en la cara de Juan. No hace falta más. Con una economía de medios, en todos los sentidos, sobresaliente, el director tumba la tijera de la censura, pero también pone en evidencia la reiteración grosera y facilona a que se llega en gran parte del cine que se rueda desde hace bastantes años. Esos gemidos, suspiros, gruñidos, chillidos y gritos a que se nos somete quieras que no cuando una pareja recibe el soplo del aliento de Eros son absolutamente ridículos, molestos, irreales y aburridos.
La situación se enriquece con la llegada de José, el marido, interpretado por Carlos Lemos, a quien, sin saber muy bien la razón, la justicia le ha aplicado una importante reducción de pena y lo ha puesto en libertad. Como es muy natural en un personaje tan suspicaz y sensible, le basta una mirada en amplitud para darse cuenta de la situación: la visión del mundo sustentada por el islam más fundamentalista se queda corta si la comparamos con la representada por este marido salido de la cárcel cuya experiencia en ella, como suele ser habitual, de poco ha servido para enmendarle. La tragedia está, pues, servida.
La realización de Mur Oti es impecable y el guión, que sigue las líneas marcadas por una pieza teatral de José Suárez Carreño, galardonada con el premio Lope de Vega de teatro de 1951, también. Es una película que no debieran perderse los colectivos feministas más furibundos y arrebatados. Tendrán motivos más que sobrados para airarse…



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