Ficha Las Calles de la Ciudad


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Críticas de Las Calles de la Ciudad (1)




Mad Warrior

  • 30 Dec 2021

9



Plena Depresión. La pobreza sacude la vida de los norteamericanos, la miseria se extiende y la alegría de los años 20 ya es un recuerdo.
En esta época las calles y los clubs se encuentran no sólo despidiendo el olor del alcohol de contrabando, sino el de la sangre que derraman los violentos gángsters.

Reflejo de una realidad palpable y cruda, el cine negro realizado antes de la molesta censura de Hollywood y su código Hays, del mismo modo que hará el neorrealismo tras la guerra, se dedica a mostrar la sociedad tal como es, sobre todo en sus aspectos más atroces, una cotidianidad marcada por la violencia, la precariedad y la desesperanza de una América hundida. Es el momento para que directores como Mayo, LeRoy o Wellman estrenen ¨La Senda del Crimen¨, ¨Hampa Dorada¨ y ¨El Enemigo Público¨; Paramount se hace entonces con una novela del incipiente pero ya prestigioso Dashiell Hammett, la cual será adaptada y modificada ligeramente.
Se retoca a los protagonistas, en un principio adolescentes, mientras Oliver Garrett y Max Marcin parecen influenciarse del film ¨Ladies of the Mob¨. Es contratado por su habilidad lograda en cuanto a uso de la cámara y del sonido, que entonces era una floreciente innovación en la industria, Rouben Mamoulian, hombre curtido en el teatro y con una sensibilidad especial e inventiva con las cuales daría a la adaptación de Hammett, rebautizada ¨Las Calles de la Ciudad¨, ese toque único para distinguirse de las demás propuestas ¨noir¨.

Destaca una breve introducción, mostrada a velocidad de vértigo con cierto aire documental; en este sentido el georgiano sabe retratar en pantalla la esencia siempre dura, áspera y cínica del autor. Mientras el alcohol fluye clandestinamente, los mafiosos practican sus juegos de violencia, y entonces nos metemos en la vida de la joven Nancy, hija de uno de esos tiparracos y, por inercia propia, parte de ese universo de crimen y corrupción; pero la historia decide plantear cierta distancia con él e introducir a un extraño, ¨Kid¨, amante de la muchacha y completamente ajeno a todo eso.
Así podemos asumir, en cierta manera, su punto de vista, donde queda bien definido el papel de los malos y de los buenos; mientras se revisita la trama de la obra de Wellman, donde la bellísima Sylvia Sidney asume el rol de Clara Bow desde una óptica torcida (valga la ironía, acabó sustituyéndola en esta película), Mamoulian encara con firmeza lo que significa plasmar en todo su esplendor el submundo gangsteril y a los seres que por él pululan. La ausencia de una censura en ese momento le permite hacerlo respetando el espíritu de Hammett: la inmoralidad, la violencia, la falta de escrúpulos, la rudeza y la hipocresía asfixian la atmósfera, de pura opresión y maldad sin justificaciones.

Su cámara, además, deja a un lado el estatismo clásico y los toques teatrales (curioso, ya que él procedía de allí); prefiere, por otra parte, experimentar con los sonidos, las secuencias de multitudes, el uso de luces y sombras en escenarios interiores acercándose al expresionismo (sin duda su sensibilidad procedía de tradición europea) o el de los primeros planos sobre objetos y personas, tanto que no le cuesta transmitir la porosidad de los rostros femeninos (algo que sólo Mizoguchi había logrado con eficacia). En un momento dado incluso se adelanta a la innovación ¨hitchcockiana¨ y propone el primer monólogo interior del cine, para resaltar el sufrimiento de la culpa.
La segunda parte del argumento llega con una vuelta de tuerca cambiando la rectitud moral por la dudosa ambigüedad cuando ¨Kid¨ ha entrado en la banda del padre de Nancy con la esperanza de así sacarla de prisión; las intrigas y atisbos de un clima desasosegante, y esto es quizás lo más interesante, no se modelan debido a la intromisión de un infiltrado en el grupo, ni por un asunto de dinero, sino por la codicia romántica, la que expresa el jefe (¨Big fellow¨) hacia Nancy, desatando tensiones con el protagonista. Esta situación marca el suspense hasta el final y deja aún más al descubierto el pérfido y malévolo carácter de estas gentes.

Contarán con otros referentes, pero los mafiosos de Mamoulian aparecerán en cientos de futuras obras, representando un estereotipo observado de lejos sin profundizar demasiado en su psicología, simplemente definido por sus actos, terribles, dignos de castigarse; no personifican el glamour en este caso, sino que se presentan como son en la realidad: monstruos avariciosos, repugnantes y traidores. El dilema y el conflicto nos lleva por eso de la mano de ¨Kid¨, un inocente ¨recién llegado¨ decidido a revelarse contra ese sistema ruin.
Gracias a la presencia de un jovencísimo Gary Cooper, cuyo rostro aparece convertido en el reflejo de la bondad humana, se logran definir las líneas de un melodrama que establece una clara diferencia casi ¨rousseauniana¨ entre el hombre esencialmente bueno y la sociedad dispuesta a corromperle; pero las ambigüedades desaparecen durante un excitante último tramo cargado de giros y filmado a ritmo de vértigo (literalmente al subirnos al coche del protagonista), dejando patente el cineasta su dominio en la ejecución de la acción y para hacer sentir al espectador parte de ella. Cuesta creer, por tanto, que esto date de 1.931.

Así se desenvuelve uno de los mejores ejemplos de ese afortunado cruce a tres bandas entre melodrama romántico, cine de gángsters y de denuncia social tan propia del Hollywood de la Depresión y los primeros tiempos del sonoro.
Fábula febril y sucia, a un tiempo sofisticada y misteriosa; el imaginario de Hammett nos atrapa con su embaucadora inmoralidad, desfachatez humana y afilado humor negro. Por ello todavía me desconcierta que el director, quizá forzado, decida inclinarse por un increíble ¨happy ending¨, más propio del cine posterior a la censura (pues esto pide a gritos una resolución trágica por todas partes...).



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