Ficha Vente a Alemania, Pepe

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Críticas de Vente a Alemania, Pepe (1)




Mad Warrior

  • 14 Oct 2022

7



Dejar la patria para ir a trabajar fuera es algo que los españoles llevamos haciendo desde siempre. Buscando dinero, buscando oportunidades, refugio o una salida...
Pero queda esa espina clavada. ¿Qué tendrá España que, pese a ser tierra de ladrones, pobreza e injusticia, la echamos tanto en falta cuando nos alejamos de ella? Y esa espina duele mucho.

Ese es el sentimiento que se palpa a lo largo de toda esta película por mucho que se mueva por los cauces del humor costumbrista de toda la vida; y es que su artífice es el sr. Pedro Lazaga, no sólo uno de los más grandes del género, sino de los mejores cronistas cinematográficos sobre aquellas épocas tan especiales para los españoles, como la del ¨boom¨ o la Transición. El director tuvo en Paco Martínez Soria a su mejor colaborador cómico, pero su nueva alianza con Alfredo Landa tampoco va a desmerecer, y tal vez el momento más recordado sea el de ¨Vente a Alemania, Pepe¨.
De la imaginación del buen dúo Vicente Escrivá/Vicente Coello se perfila esta historia de deseos, idas y venidas, risas y lágrimas, iniciándose desde esas amarillas tierras aragonesas que rodean Peralejos, un pueblecito como cualquier otro donde se va a misa, a tomar el tinto al bar de la esquina, a echar alguna que otra quiniela, sí...pero por la televisión se emiten programas donde aparecen unas mujeres que tienen a todos embobados. Y es que, aun con la presencia del General Franco, comienzan a asomar la libertad, la expansión y el progreso, y nada encarna mejor esos ideales que Angelino, recién llegado de Alemania y recibido como héroe.

Si algo bueno tiene Lazaga es su honestidad, y las intenciones de sus historias las deja claras desde el principio. Angelino como emisario de las delicias germanas, propagación del milagro de la emigración, que comparte con sus compatriotas ignorantes, quienes sólo pueden permitirse soñar...como Pepe; Pilar es realista y tan poco le gusta abandonarse al capricho de una tierra extranjera como convertirse su tierra en el capricho de los extranjeros cuando llegan las vacaciones. Sin embargo su novio sí ha sido embaucado...
El director efectúa la misma fascinación que embargaba a Soria tras aterrizar en la ciudad, y lo inevitable de la torpeza; Pepe viene para descubrir una verdad lo más alejada posible de las hazañas que les contaba Angelino: que en Alemania se vive de cualquier manera, excepto de sueños. Otro tipo de sueño asalta a los residentes de la pensión cuando nuestro aún alegre héroe desenvuelve sus pertenencias; Lazaga es inteligente y prefiere tratarlo todo a través de la óptica de la comedia, pero los sentimientos no engañan y podemos entender el grado de triste resignación al cual se han rebajado esos pobres que con tanto ahínco degustan el jamón, el vino y los chorizos, dejando a Pepe nada más que con las migas...

Aquí no hay tiempo de ilusionarse, ni siquiera de pensar en ligar (lo que ocuparán el 80% de las peripecias de aquél) pues la explotación es la base de la economía, y realizada por compatriotas españoles que sí han sabido sacar provecho de la codicia; la sensación de pérdida es terrible: la de ese humilde matrimonio que va a tener que renunciar a muchas cosas tras nacer su hijo, la de Pepe y Angelino, quienes se convierten en material de uso o cruel burla de los tiranos nativos (un ejemplo exagerado el del escaparate, pero no poco creíble), la de ese médico, encarnado por un soberbio Antonio Ferrandis, hace ya mucho tiempo acostumbrado a la soledad y la lejanía.
Veterano de la Batalla de Brunete (de los hechos más sangrientos de la Guerra Civil) y exiliado de su tierra por ¨no estar conforme¨, es muy fácil adivinar las intenciones de las crudas palabras de Emilio por mucho que se solapen con todo el cuidado debido a la censura (de estar realizado el film unos años después podría haberlo expresado abiertamente). Este fresco de personajes secundarios compone una sinfonía de extrema melancolía que huye del humor original y al que Lazaga prefiere apuntar para evitar el baño de lágrimas al espectador, al que por otra parte no es difícil llegar...

Y es que de ser la película despojada de todo rastro de comedia y ligereza, esto sería puro y duro neorrealismo de la escuela de De Sica o De Santis, con no pocos toques de Capra; llega cierto punto en que nos sentimos tan humillados, vapuleados y cansados como el pobre Pepe y sus queridos compañeros de pensión, cuyo único refugio al que pueden aferrarse para no terminar de perder su identidad española es ese pequeño bar que rezuma nostalgia por sus cuatro paredes. Lástima que la propia obra se boicotée a sí misma alargando el asunto de la bronca entre el protagonista y Pilar, algo menos creíble y más esperpéntico.
Incluso estos destellos de alocada comedia sólo sirven para volver a dejar un poso amargo en el espectador, inaguantable al llegar esa Navidad que el pobre Pepe debe pasar solo e inmundo; nunca apelará tanto Lazaga a nuestra complicidad como en ese instante, durísimo, donde aquél observa los bailes regionales típicos españoles por televisión. Quizás Landa da vida desde una necesaria exageración humorística a su héroe maño, pero su actuación es tan natural que su pena se contagia...

Y a quien no se le salten las lágrimas como a él durante ese momento es que no tiene auténtica sangre española en sus venas ni es capaz de comprender el alcance dramático al que aspira el cineasta. La conclusión es que el progreso y la adaptación a otra cultura para prosperar es un arma de doble filo muy poderosa. Puede que el optimismo termine por inundarlo todo (tampoco quiere Lazaga meter el miedo en el cuerpo de su público), pero su punto de vista y su discurso es más oscuro de lo que parece, de una crudeza que da escalofríos.
Pepe, lejos de convertirse en un reflejo de Emilio, alardea igual que Angelino de los beneficios que obtuvo del país alemán, olvidando el dolor. Dice que volverá; quizás lo haga y termine por acostumbrarse, por mimetizarse con el ambiente, y quizás ya nunca regrese a su tierra. Eso el director sí que lo piensa, pero no lo dice, y nos lo da a entender muy bien en este pequeño gran clásico de su tiempo.



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