Ficha Mother


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Críticas de Mother (1)




Mad Warrior

  • 21 May 2024

8



Porque ser mujer en su realidad, es una desgracia. Sólo hay dolor, culpas, obligaciones y avatares. Tamiko lo sabe muy bien. Las desgracias se han extendido en su familia, esa es su gran carga, pero al menos, si algo puede hacer, es crear una vida, y soportarlo con coraje; para eso nació, para soportar.
¿Aún queda esperanza?

Kaneto Shindo se pregunta una vez más, y para no variar, sobre la condición de la mujer en la sociedad de su tiempo; con la Kindai Eiga Kyokai de nuevo a flote gracias al milagro de “The Naked Island“, éste sigue incansable sin dejar sus métodos tradicionales de producción, y para la presente se establece en un salón público de Hiroshima junto a todo su equipo, cual comuna, viviendo con el mínimo posible ya que el presupuesto y los medios, como de costumbre, son precarios. La ciudad le presta una ayuda vital que se refleja en la historia.
“Haha“ contará la historia de una ciudad, sí, pero iniciada desde una mirada, la de Tamiko (no podía ser otra que Nobuko Otowa, claro), quien durante los primeros minutos se expone ante nosotros sin ninguna restricción, del mismo modo que la pareja que apasionadamente se besa en la habitación del hospital y es observada por ella desde lejos. El abatimiento en su cara refleja un gran anhelo, el de ser otra persona; su visita es a causa de su hijo pequeño Toshio, diagnosticado con un tumor cerebral que le está dejando ciego y para el que hay pocas esperanzas, o tal vez ninguna. A partir de aquí nos metemos dentro de la cabeza de la madre, que experimenta una crisis cuya importancia se mantendrá en suspenso.

Una vida de la que sabremos muchas cosas ya que se nos contará de muchas maneras: a base de recuerdos, de conversaciones, de revelaciones de segundos personajes a terceros; la película toma una forma origami y se abre continuamente. Tamiko procede de una estirpe que regresa al pasado del director, y del mismo modo que su padre llevó a la ruina la hacienda por culpa de sus deudas aquí también hay un padre ausente que abandonó a la familia en el peor momento y además fue infiel a su esposa; dando vida a la madre de Tamiko, Haruko Sugimura, en cada pliegue de su rostro y en cada mirada, refleja una dolorosa insatisfacción, un pesar asfixiante.
El espacio dentro de su hogar es minúsculo, y siempre queda desplazada a un rincón, desde el cual expulsa sus penas como un veneno; Tamiko es su completo opuesto, no se llegó a atar a sus dos anteriores maridos y prefirió vivir sola con su hijo, pero mucho de ese pesar y desprecio familiar han germinado dentro de ella. Así, de vez en cuando, Shindo cruza la línea y nos hace escuchar sus deseos interiores, deseos de destrucción y asesinato de una mente en proceso de desequilibrio; por desgracia todo queda en eso y nunca se profundiza más de allá del mero deseo.

La voz de Sugimura, repitiendo a esas desagradables madres conspiradoras y desconfiadas que ya encarnó para Ozu, no oculta los secretos de la vida de su hija (en realidad se los cuenta a un nuevo pretendiente, interpretado por otro obligatorio de Shindo, Taiji Tonoyama), y cómo ésta empezó a quebrarse desde el nacimiento de Toshio. Aquí primero el matrimonio y luego el embarazo parecen ser piedras a la espalda de la mujer, que ya queda marcada por ambos; sin corresponder al amor que le brinda su ya tercer marido, Tajima, Tamiko está devorada por un anhelo absoluto.
Anhelo de poder ser libre de la carga de su hijo, de poder amar como otras mujeres hacen, de una independencia económica que no la rebaje al poder de otro hombre, pero los suburbios de Hiroshima no es el lugar adecuado para soñar, y si algo distingue a Tamiko es que sueña por encima de sus posibilidades; Shindo nos pone en esta tesitura a partir de la cual es difícil aceptarla de un modo transparente: por un lado exige dinero a una madre que subsiste a duras penas, no muestra cariño por un hombre bondadoso que ha pagado la operación de Toshio, quiere comprar a éste caprichos y llevarle a una escuela a sabiendas del poco tiempo que le queda...

Pero por otro lado ella trabaja duro cada día y todo eso que desea es para su hijo. La situación con el piano eléctrico que le compra con el dinero de su hermano Haruo sin consultar a Tajima es el mejor ejemplo de cómo pone inconscientemente su deber de madre por encima de su estatus social de clase baja, rozando la pobreza, y también de cómo Shindo, algo un tanto inusual en él, brinda a la protagonista la oportunidad de gozar de un ambiente familiar agradable (a pesar del físico poco agraciado de Tonoyama, su personaje está lejos de los tipos abusivos que se acostumbró a interpretar).

Un arma de doble filo, la culpa la obliga a ser complaciente con su marido, aunque ella, violada por el primero (esto se intuye) y cuyo fruto de ese acto fue Toshio, es incapaz de sentir ninguna pasión; estas posturas contrastan durante las escenas en que la pareja se prepara para hacer el amor: mientras para ella el acto sexual es un ritual frívolo y obligatorio los primeros planos de sus manos, piernas y pecho empapados en sudor representan el punto de vista de Tajima. Y es que la trama no sólo se centra en Tamiko y Toshio, Shindo se interesa por las vidas íntimas de múltiples personajes (vemos los recuerdos y escuchamos los pensamientos de varios protagonistas) y sus relaciones a lo largo de la historia.
Entre las de Toshio y su madre, Tamiko y su madre y Tamiko y su marido e hija resulta curiosa la relación entre Tamiko y Haruo. En ella se insinúa más que se cuenta, un amor de fuerte sentimiento que esconde algún secreto no revelado, pero sí sugerido; y uno de los fallos del guión es profundizar de un modo algo incomprensible en este chico que ha acabado siendo otra carga para su madre, que deambula con sus propios problemas sin que sepamos cuáles son realmente. Mientras Tamiko sufre por la inminente muerte de su hijo Haruo abandona la universidad y a duras penas trabaja en un bar por culpa de los problemas con el dueño.

Es alguien que no encuentra su lugar en la sociedad, también lleno de anhelos incapaz de cumplir y funciona más como símbolo de una joven generación sin rumbo, criada sin una figura paterna, precipitada a un futuro incierto. De todos modos su presencia resulta dudosa; ayuda a Tamiko a comprar el piano pero nunca le vemos junto a su sobrino, da tumbos aquí y allá, mantiene una relación extraña con la mujer de su jefe, se enzarza en violentas peleas sin un motivo aparente. En una visión mucho más amplia la desgracia del pequeño Toshio, la existencia errante de Haruo, la extrema pobreza de los barrios donde malviven Tamiko y su madre, parece derivar del entorno de Hiroshima.
Un entorno alrededor del cual planean siempre las sombras de la tragedia. Haruo observa la ciudad desde el helicóptero de su amigo y las zonas alrededor de la cúpula Genbaku (“Sus vidas son como burbujas en un abismo“, afirma), donde uno de los amigos del dueño del bar, un yakuza, le ha derribado antes a golpes (esto se pudo rodar en el escenario real). Es un lugar de desolación, pérdida y derrota, y el cineasta subraya este pesimismo, además de con la hipnótica fotografía en blanco y negro de Kiyomi Kuroda, con uno de esos detalles que suelen ser sinónimo de su cine: la traición a sus personajes.

Porque cuando las circunstancias parecen haberles llevado al límite la esperanza surge milagrosamente. Tamiko, aunque no sienta amor por su marido y esté condenada a un trabajo desagradable, puede gozar de un atisbo de felicidad tras la operación de su hijo, sin embargo todo se vuelve a girar en su contra, la muerte sacude a la familia, la suerte le es arrancada al pobre Toshio, la histeria de Tamiko reaparece con más violencia.
La esperanza es barrida como la bomba atómica barrió Hiroshima y aquellos instantes de felicidad fueron sólo un espejismo. Queda, aun así, una inesperada reparación a tanto dolor: un nuevo hijo...pero su futuro también es incierto para todos. ¿Otro Haruo?, ¿otro Toshio? Nunca lo sabremos.

Inclinando la historia hacia la tragedia con bastante crueldad Shindo plantea la maniobra opuesta a la de Ozu, porque si éste prefería mostrar el modo en que las consecuencias de una terrible situación trastocaban las vidas de sus personajes, el primero se recrea en el impacto dramático para implicar directamente al espectador junto a quienes lo están sufriendo.
Hay que elogiar también su ambición a la hora de desarrollar la trama de “Haha“: lo que empezó como un simple drama íntimo entre una madre y un hijo se extiende a una visión mucho más amplia sobre la mujer, el sexo, la familia y la sociedad, hasta llegar a la misma fatalidad de la Historia de Japón. Una lástima que algunas partes del guión terminan siendo erráticas y queden cabos sueltos (el pasado de Tamiko, por el que se pasa de puntillas, la relación entre ella y Haruo y sobre todo éste, cuyas acciones son inexplicables y cuya trama secundaria está fuera de lugar dentro de la principal...).



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