En un panorama donde la animación 2D parece haber quedado en el olvido, “¡Linda quiere pollo!“ irrumpe como un auténtico estallido de color y emoción. La historia no podría ser más sencilla y a la vez más genial: Paulette, una madre atolondrada pero de buen corazón, castiga injustamente a su hija Linda y, para compensarla, le promete su plato favorito, pollo con pimientos. El problema es que hay huelga general y no hay forma de conseguirlo… salvo robando un pollo vivo. A partir de ahí, todo se descontrola en una cadena de situaciones disparatadas, enredos surrealistas y personajes que entran y salen a un ritmo endiablado. Pero lo más impresionante es cómo, en medio de todo este caos, la película logra tocar la fibra sensible sin que te des cuenta.
Lo primero que te atrapa es su estilo visual. Aquí no hay líneas perfectas ni colores suaves, sino manchas vibrantes que parecen cobrar vida con cada movimiento. Cada personaje tiene su propio color, y cuando las emociones se desbordan, los colores también lo hacen, como si un niño estuviera dibujando con ceras sin preocuparse por salirse de los bordes. Es una animación que no solo se ve, sino que se siente. Hay momentos en los que la oscuridad y la luz juegan con la escena de una forma tan ingeniosa que te deja con la boca abierta, como en ese viaje en coche donde Linda y su madre hablan del padre ausente, y las sombras y destellos parecen convertir los recuerdos en algo casi tangible.
Pero lo mejor de “¡Linda quiere pollo!“ es que no te trata como si fueras tonto. Es divertidísima, con un humor físico de los que funcionan siempre, pero también es emotiva sin necesidad de subrayarlo todo. No hay discursos lacrimógenos ni mensajes machacados, solo detalles que te golpean cuando menos lo esperas, como esa escena en la que Linda prueba el pollo con pimientos y, de golpe, su mundo se llena de recuerdos de su padre. Es una de esas películas que parecen pequeñas, pero que te dejan huella. Una prueba más de que la animación no tiene que ser realista para ser absolutamente real.
Atmos
8
En un panorama donde la animación 2D parece haber quedado en el olvido, “¡Linda quiere pollo!“ irrumpe como un auténtico estallido de color y emoción. La historia no podría ser más sencilla y a la vez más genial: Paulette, una madre atolondrada pero de buen corazón, castiga injustamente a su hija Linda y, para compensarla, le promete su plato favorito, pollo con pimientos. El problema es que hay huelga general y no hay forma de conseguirlo… salvo robando un pollo vivo. A partir de ahí, todo se descontrola en una cadena de situaciones disparatadas, enredos surrealistas y personajes que entran y salen a un ritmo endiablado. Pero lo más impresionante es cómo, en medio de todo este caos, la película logra tocar la fibra sensible sin que te des cuenta.
Lo primero que te atrapa es su estilo visual. Aquí no hay líneas perfectas ni colores suaves, sino manchas vibrantes que parecen cobrar vida con cada movimiento. Cada personaje tiene su propio color, y cuando las emociones se desbordan, los colores también lo hacen, como si un niño estuviera dibujando con ceras sin preocuparse por salirse de los bordes. Es una animación que no solo se ve, sino que se siente. Hay momentos en los que la oscuridad y la luz juegan con la escena de una forma tan ingeniosa que te deja con la boca abierta, como en ese viaje en coche donde Linda y su madre hablan del padre ausente, y las sombras y destellos parecen convertir los recuerdos en algo casi tangible.
Pero lo mejor de “¡Linda quiere pollo!“ es que no te trata como si fueras tonto. Es divertidísima, con un humor físico de los que funcionan siempre, pero también es emotiva sin necesidad de subrayarlo todo. No hay discursos lacrimógenos ni mensajes machacados, solo detalles que te golpean cuando menos lo esperas, como esa escena en la que Linda prueba el pollo con pimientos y, de golpe, su mundo se llena de recuerdos de su padre. Es una de esas películas que parecen pequeñas, pero que te dejan huella. Una prueba más de que la animación no tiene que ser realista para ser absolutamente real.
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