Ficha Beijing Watermelon


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Críticas de Beijing Watermelon (1)




Mad Warrior

  • 27 May 2024

7



Extrañamente similar. Sólo un caracter cambia en la palabra “amistad“ traducida al japonés y al chino: “情“ en japonés, que se refiere a un sentimiento y “谊“, en chino, que se refiere a la sensación de la amistad.
Pero no hay mucha diferencia. Esta unión es fuerte, y la separación tan enorme entre ambas culturas puede estrecharse, algo que bien sabe Shunzo Horikoshi.

El productor Kaneo Kawanabe contó su conmovedora y desde luego increíble historia a Nobuhiko Obayashi, la de ese humilde vendedor de Funabashi al que un simple duelo de “piedra-papel-tijera“ con un joven estudiante chino, que apostó llevarse una bolsa de verdura a más bajo precio si ganaba, casi le cuesta su negocio, su matrimonio y su hogar. ¿Quién podría imaginarse algo así? Esto sucedió a comienzos de los “80 cuando Japón estaba empezando a salir de la crisis y a vivir una era de prosperidad económica tan grande como efímera, pero los precios no tenían comparación con ningún otro país de Asia, al menos no con China.
“Esto cuesta allí 10 yenes“, reprendió el estudiante al vendedor cuando vio la pieza de verdura a más de 500 yenes; el director, como de costumbre, fue en busca de la verdad, filmó en un local abandonado a pocos metros del auténtico, “Yaoharu“, y decidió que la única manera en que podía contarse la historia era acercarse a la ficción documental, sin abandonar el estilo cinematográfico. “Pekin no Suika“ fue única en su carrera por varias razones, y en especial por la técnica de introducir a numerosos personajes en el mismo plano interaccionando al mismo tiempo; esto unido a los colores de la “nostálgica“ fotografía de Shigeichi Nagano da al film un toque único.

Haruo “Bengaru“ Yanagihara, habitual de Obayashi, y Masako Motai, se ponen en la piel de los Shunzo y Michi reales y la cámara se adentra en su humilde núcleo familiar, con dos hijos (Yasufumi Hayashi, que nunca puede faltar, y la aún muy joven modelo Harumi Oshima), y social (la secuencia en el izakaya con todos los actores hablando es uno de tantos momentos en que la improvisación fue clave para establecer la atmósfera de la historia). El joven Li duda entonces frente a las verduras de la tienda, y Michi hace bien en percibir una extraña sensación de agobio, de inquietud...
Si bien esta historia no podría ser más simple en términos narrativos su profundidad emocional es tan poderosa que puede desconcertar fácilmente, y causar la esperada reacción de desprecio hacia esos estudiantes que llegan de la nada e invaden la vida del pobre Shunzo, un idiota que se deja embaucar, por su manipulación disfrazada de amabilidad y autocompasión. Lo que él ve es a una joven y prometedora generación incapaz de abrirse paso en un país hostil como es el Japón de los años “80, donde el crecimiento económico propio es lo esencial, el mismo Japón que décadas antes sometió a China y nunca pidió disculpas. El Japón que ha crecido gracias a otros países.

Así que, el tono cálido y luminoso del principio se va retorciendo hasta convertirse en un oscuro drama alimentado por la terquedad del protagonista, que poco a poco se olvida de su propia existencia y se entrega en cuerpo y alma a Li y a sus compañeros, y por las tensiones dentro de su hogar; la rabia, la desesperación por culpa de esta “fiebre china“, como la llaman los amigos de Shunzo, son inevitables, y la incapacidad para entender muchas situaciones derivadas de ella provoca una desagradable insatisfacción. Porque lo que queremos ver es a la esposa rebelándose y echando al imbécil del marido de casa, o al hijo rompiéndole los dientes, pero esto no sucede...
Se podrían haber dramatizado los hechos o cambiado ciertas cosas, pero Obayashi quiso retratar la realidad, sin embargo la realidad puede ser más caótica e incomprensible que la ficción, y lo inesperado sucede, y Michi, los demás personajes y el propio público, que tanto estaba de su parte, tienen que tragarse las palabras porque todo se revuelve y los que antes parecían aprovecharse son ahora los que dan. La situación nos lleva la límite para luego sorprendernos con una gran muestra de generosidad recíproca y de amistad inquebrantable pese a las diferencias culturales y lo que ha sucedido...

“Debido a los comentarios de los estudiantes sobre los inconvenientes de la sociedad japonesa muchos me criticaron por realizar un film pro-China...“, dijo Obayashi, “...pero la generosidad japonesa a través de este hombre anónimo es lo más importante, lo que mueve la historia desde el principio“. Shunzo siempre obraba por una buena causa, de ahí que fuese llamado por los periódicos (esto aparece en la película) “El hombre que unió a China y Japón“ (en mi opinión no estoy a favor del desprecio al extranjero que pide ayuda, claro...pero tampoco del autosacrificio para ofrecerla ni mucho menos del sacrificio de mis seres queridos...).
Un detalle algo más peliagudo define el afán de experimentación de Obayashi: su equipo planeaba viajar a Beijing y filmar en los lugares donde el matrimonio real se reunió con los estudiantes, ya en buenos puestos de trabajo...pero en ese momento se estaban produciendo por todo el país las protestas contra la tiranía del Gobierno, dando lugar a las tristes masacres de Tiananmen. No quedó más remedio que rodar en los estudios de Shochiku, y así se revela ante nuestras narices; Yanagihara deja su papel y habla al espectador sobre lo que está ocurriendo, nos enseña los decorados, las cámaras, incluso Obayashi se persona en el set.

Esta maniobra de metaficción desconcertó a todos y desagradó a otros tantos, ya que, y en eso estoy de acuerdo, rompe por completo con el tono de la historia, con la sensación de realidad en la que tanto se recreaba aquél.
Una cosa así siempre resulta fascinante de ver, pero esta no era la obra adecuada para ponerlo en práctica. Poco importó, ya que “Pekin no Suika“, gracias a su mensaje y grandes interpretaciones (Motai, magistral), terminó convirtiéndose en uno de los mayores éxitos del cine japonés en los “80.



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