Ficha His Motorbike, her Island


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Críticas de His Motorbike, her Island (1)




Mad Warrior

  • 22 Mar 2024

6



“Y entonces ambos nos convertimos en viento. Lo que creo es que ella no era sólo una chica, y la isla no era sólo una isla. Ella era la isla. Y en ese momento yo me convertí en moto. En ese momento ella era yo, y yo era ella...éramos una misma persona...“.

Con su descripción precisa y directa, Yoshio Kataoka te absorbe en su búsqueda de un mundo soñado a través de una carretera infinita y a lomos de una motocicleta, como suele suceder en sus obras; este es un hombre que ha cabalgado mucho sobre dos ruedas y nos lo quiere hacer saber: “El sonido y el ritmo coincidían con mis pulsaciones; estoy sentado a horcajadas, miro la luz roja del semáforo, sigo vivo, hay dos corazones latiendo“, narra apasionadamente el protagonista de “Kare no Otobai, Kanojo no Shima“, que aquél publicó en 1.977 y fue todo un impacto para los jóvenes nipones de la época, en especial, pese a ser una historia romántica, para los amantes de la carretera y el motor.
Esta es la novela que encontré, en una edición de bolsillo muy desgastada, en la estantería de la madre de mi prometida hace años, la misma con la que conectó profundamente Nobuhiko Obayashi, pues como el autor y el protagonista, también había viajado en moto, a lo largo y ancho de EE.UU. en la época de los “60, y esa sensación tan nostálgica y arraigada a la cultura clásica norteamericana, es la que quiso plasmar en la adaptación a la gran pantalla por mediación, una vez más, de su colega Haruki Kadokawa, y no sólo “querer realizar una película que se ajustara al gusto del joven público“.

Pero hay un problema con la estructura narrativa en ambas partes. El libro, narrado en primera persona, lo inicia un encuentro, el de Miyo y Ko, justo después de escapar éste de Tokyo para evitar al violento hermano de Fuyumi, la chica con la que acaba de romper su relación. Este encuentro, mágico, ocurre del mismo modo en el film; Kiwako Harada y Riki Takeuchi, debutantes, encajan de maravilla en sus papeles. Ella consigue una Miyo espontánea, volátil, llena de vida (imagen opuesta a la que Tomoyo Harada (su hermana menor) exhibió en “The Girl who Leapt through Time“ como Kazuko, mucho más clásica, contenida, incluso desfasada...).
Él, por otra parte, es un chaval que harto de trabajar de banquero en Osaka decidió coger todo lo que tenía ahorrado y marcharse a Tokyo para probar suerte en la industria del cine o la televisión. Y viajó en moto. Obayashi le vio y sabía que sólo él podía ser el protagonista, aun estando su carácter muy lejos del rebelde galán típico del cine romántico que interpreta. Pero el mencionado encuentro, aquí, sucede después de los acontecimientos en la ciudad, por lo tanto resulta más conveniente, se captura mejor el espíritu de Kataoka; Ko está viviendo un sueño, en un lugar situado entre la realidad y la ficción novelesca.

Y vivimos el sueño. El director experimenta con la estética, que remite a la inventiva del cine europeo de los “60, suele cambiar a blanco y negro porque, según Ko, ese es el color de sus sueños (varios momentos con Miyu, como vemos, se dan bajo esta preciosa fotografía monocromática de Yoshitaka Sakamoto), también abandona el hermetismo y aspecto áspero que da Tokyo y lo sustituye por amplios paisajes, los de Kitaura, Nagano, la isla de Iwago, incluso su Onomichi natal. Se recuerda en la distancia la escapada de los amantes de “Un Verano con Monika“.
Miyu es toda una heroína moderna, tan arraigada a su tierra y a la tradición como amante del peligro y las emociones fuertes, y de la que por cierto no conoceremos nada más. Y a estos individuos desdibujados, más símbolos que personajes reales, se une un gran problema: la pésima estructura narrativa. Esta 1.ª mitad, la de la huida y el amor insular, es lo mejor de la historia; el desatino se sufre cuando Ko debe regresar pronto a la ciudad y, en una decisión incomprensible, Miyu le acompaña algo más tarde. Aunque la película siga la novela de cerca, el argumento va desinflándose durante su 2.ª mitad, que, tanto en un ejemplo como en otro, debería haber permanecido en la isla de la chica.

Volver a Tokyo significa volver al mundo real, significa acabar con el sueño, y lo que parecía ofrecernos Obayashi era un sueño eterno, que por desgracia se desvanece. En lugar de profundizar en la vida de Miyu, en su pasado, en su pueblo natal, como es costumbre de su cine, tendrán lugar una serie de aventuras que vive la pareja en el entorno urbano, y siempre alrededor de las motos y la atracción por la carretera; esto tendrá más importancia a partir de ahora, y no su romance, y además sugiriendo otras subtramas ocupadas por Fuyumi y Keichi, el amigo de Ko, o simplemente intercalando situaciones sin ningún sentido y que rompen por completo la magia inicial...
¿Quién querría ver a los dos idiotas protagonistas rompiendo coches por la ciudad? Es un terrible desaprovechamiento, y poco ayuda el indiscriminado uso de las elipsis en una historia que debería evolucionar de forma progresiva, siguiendo el día a día de la pareja; en realidad el problema existe desde el principio: todos los asuntos de Tokyo deberían haberse zanjado en Tokyo, y después viajar a la isla y continuar allí hasta el final. Esa última escapada que propone Obayashi es un intento desperado por dejar definitivamente el hastío, el aburrimiento y la violencia de la ciudad.

Es un canto precioso a la búsqueda del amor, la libertad, la pasión juvenil...pero tardío, extrañamente ambiguo (¿es todo un sueño o está realmente sucediendo?), inconcluyente desde cualquier aspecto. Da la sensación de que lo vivido en la ciudad no haya servido absolutamente de nada, aun con la evolución (¿inadecuada?) de Miyu...
Y a pesar de su caótica estructura y su incoherencia, la película fue premiada y triunfó en taquilla, pero Takeuchi intentaría no repetir más este tipo de papeles y Harada se exilió de la empresa de Kadokawa (por culpa de cierta secuencia de desnudo en unos baños termales que resultó muy incómoda de rodar).



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