Ficha Eijanaika


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Críticas de Eijanaika (1)




Mad Warrior

  • 2 Jan 2022

6



Empiezan a caer los reinos, los señores de la guerra pierden, los samuráis vagan sin rumbo fijo y la tierra se llena de extranjeros con nuevas ideas.
Mientras tanto los campesinos, rufianes, asesinos, jugadores y prostitutas bailan dicharacheros por su suerte y por el fin de una época al grito de ¨¡ええじゃないか!¨.

De igual modo, ¨Ejanaika¨ abre una nueva etapa en la carrera de Shohei Imamura, cuya reducida producción se centrará en los grandes frescos históricos y ocupará una tetralogía muy particular en su cine, culminando en ¨Lluvia Negra¨; esta ¨primera parte¨ viene a ser el fruto de los beneficios que ¨Vengeance is Mine¨ le diera poco antes, un éxito de taquilla y muy aplaudido regreso al cine después de una década de silencio. Vuelve con Shochiku satisfaciendo así el deseo de rodar un guión escrito desde hace años y cuenta con todo su apoyo para preparar una megaproducción de gigantescos escenarios, miles de extras y plena libertad creativa.
La primera de las fechas que el director visitará en dicha tetralogía se sitúa a comienzos de la corta era Keio, un periodo un tanto convulso para Japón, justo cuando ha terminado la construcción de la enorme fortaleza Goryokaku y se atisban las primeras señales de debilidad en el Shogunato, al que sólo le quedan dos años más de vida. El que ¨Ejanaika¨ se inicie desde un grotesco espectáculo de fenómenos deja claro quienes van a ser los protagonistas, al sumergirnos en las calles de una Ryogoku atestada de multitudes del más bajo estrato, donde conviven timándose, robándose y matándose sin piedad; la historia abre con una llegada, la de Genji.

En este exiliado que lleva años fuera del país e incluso ha viajado a EE.UU. recae el protagonismo y seguiremos sus desventuras después de ser encarcelado y huir con éxito para reencontrarse con su familia y su esposa Ine, que fue vendida por su padre. Al llegar a Ryogoku el director nos mete con él en el acostumbrado submundo de su filmografía, desde cuyas entrañas mueven los hilos señores enriquecidos a base de cometer los peores crímenes; pero éste comete también otro, y es que el guión de su ambicioso proyecto posee un enfoque colectivo, demasiado complejo y a menudo bastante innecesario, que ahoga la trama principal.
El romance trágico de Genji e Ine, el cual atravesará distintas fases, capta fácilmente la atención del espectador, pero alrededor de ellos se alza un extenso catálogo de personajes que tiene su ¨parte de importancia¨ en la historia, y cada uno con sus conflictos y dilemas personales y sociales. De entre todos ellos destacan Kinzo, cacique de Ryogoku con contactos políticos que enrola a Genji en su grupo de ladrones y asesinos, y Furukawa, melancólico ronin vendido a las más despiadadas ofertas y que ejemplifica la caída del orgullo del reino japonés y de la dignidad del bushido.

Porque Imamura vuelve, sí, a sus entornos empobrecidos y salvajes, cuyos sucios rincones están ocupados por seres humanos que reflejan cómo la sociedad ha descendido a los más farragosos abismos de la corrupción e injusticia; radiografía toda la violencia nauseabunda y la depravación imperante con su habitual realismo sin concesiones, mientras su mirada crítica revuelve las tripas de una nación nipona en pleno conflicto. A un lado las fuerzas del shogun, al otro poderosos señores que quieren instaurar su propio gobierno, y en medio algunos facinerosos que sólo ansían controlar la sociedad aprovechándose de unos y otros.
En este momento los extranjeros son un modelo a seguir, los que proporcionan nuevas maneras de conducta y estrategia; por su parte los campesinos y ciudadanos pobres batallan a conciencia por unos derechos a todas luces imposibles de lograr. A lo lejos, América es la tierra prometida, un lugar, como afirma Genji, donde reina la democracia y han abolido la esclavitud; mientras el cineasta sigue, desde una cierta distancia, las diferentes conspiraciones políticas y burocráticas, observa de cerca las penurias que su protagonista sufre para alcanzar su ansiada libertad, casi todas provocadas por la zorra egoísta de Ine y el traidor de Kinzo.

De hecho Genji y Furukawa, hombres honestos que conducen sus existencias hacia un anhelo grandioso aun arriesgándose a perder la vida, son de los pocos personajes que se ganan la total simpatía del espectador, al estar rodeados de secundarios esbozados a la manera de Imamura: malnacidos satisfechos de regodearse en sus propias miserias, de las cuales intentan salir por la vía de la rebelión masiva, de ahí que el último tercio se desate sin control en el jolgorio caótico; aquél hace buen uso del presupuesto para brindarnos un clímax espectacular con todos los representantes de la pobreza social, unidos bajo el frenético alborozo y cargando contra las fuerzas del shogun en un gesto contestatario y burlón.
Así es como el director imagina el histórico levantamiento del ¨ejanaika¨, tan propio de aquel periodo, en un estallido de color y movimiento humano con la intención de arrasar la injusticia de los poderosos. Pero si bien celebra la alegría de la revolución, e incluso el amor de los protagonistas (cosa inusual en su cine), su gesto final es de tragedia y amargura, sorprendiéndonos con el repentino asesinato de los protagonistas (¡!), pues una cosa está clara: gobierne quien gobierne las cosas seguirán igual para los campesinos y demás pobres. Gesto inesperado que viene a concluir de una manera muy idiota la historia, sin resolver absolutamente nada, pero como bien grita su escandalosa muchedumbre de chiflados, ¨ejanaika!¨...

Pero quizás no era necesario tal tumulto para mostrar este sentimiento de rebeldía; tras cumplir su venganza contra Hara, Furukawa observa a unos campesinos saltando contentos a las orillas de un río por la gran cantidad de ofudas que caen de repente del cielo, y este contraste de miradas y sentimientos marca sin duda la esencia del film.
El poeta y cantautor Shigeru Izumiya encabeza magistral el reparto junto a un Ken Ogata más contenido que de costumbre por segunda vez a las ordenes del cineasta, quien no salió bien parado de su enorme experimento histórico-épico de gran presupuesto, muy criticado por su falta de coherencia e inaccesibilidad, pese a ser recibido con relativo éxito en el extranjero. Esto provocará que abandone Shochiku para mudarse momentáneamente a Toei, donde podrá hacer su sueño de volver a llevar a la gran pantalla la mítica ¨Balada de Narayama¨.



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