Ficha A Wicked Woman


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Críticas de A Wicked Woman (1)




Mad Warrior

  • 15 Dec 2021

7



Las mujeres fatales han ocupado infinitas obras de ficción en los más diversos medios; en Japón el término que describe este género se conoce como ¨dokufu¨, un tipo de literatura que adquirió popularidad en tiempos de la era Meiji.

Oden Takahashi pasó a ser una de sus estrellas, y esa quizás fue la razón de que los auténticos hechos de su vida hayan quedado distorsionados, enterrados por las leyendas y los relatos; se sabe que nació a mitad de la corta era Kaei en el antiguo pueblo de Shimomaki (la Minakami actual), rápidamente dada en adopción y desafortunada desde entonces. Casada muy joven con un hombre que contrajo tuberculosis, y que para mantenerlo acabó ejerciendo de concubina, cayó sobre ella la sospecha de envenenarle, además de ser acusada de innumerables robos, negocios sucios con un yakuza y empresario en Yokohama y el asesinato de un anticuario y también amante.
Todo ello la condujo a ser decapitada, poco después a ser objeto de estudio y luego a ser obsesión folklórica. En un momento en que empezó a destacar como maestro del terror, Nobuo Nakagawa regresa a uno de sus terrenos habituales (el drama de época) para traernos, a través de la historia del autor y director Kensuke Sawa, muy respetado también en Shintoho, una recreación de su vida; sin embargo lo que el director parece estar obligado a hacer (la productora servía cine popular destinado al público sin tener muy en cuenta la calidad de sus obras) es trabajar conforme a una recreación romántica, trágica y ficticia casi en su totalidad de lo que pudo débilmente ser Oden, tal como sucedió en las anteriores adaptaciones cinematográficas que se realizaron sobre su persona (y que se seguirían haciendo...).

Ésta empieza en 1.870, cuando ella tenía 20 años, y huyendo de la policía; un inicio como éste marcará sin que lo sepamos el ritmo de la obra hasta el final. Porque no habrá grandes oscilaciones de ritmo; Nakagawa se va a centrar en la constante huida y en la existencia errante imprimiendo una gran velocidad narrativa al conjunto, que a veces incluso se antoja frenética debido a la cantidad de sucesos acumulados, uno detrás de otro. A pesar de un mala impresión que se nos brinda en primera instancia, la historia no se demora en retratar a Oden de una manera diametralmente opuesta a la realidad (o a lo que se sabe de la realidad).
La protagonista actúa sibilinamente, manipula, engaña, seduce y se escuda en la lástima cuando no encuentra ninguna salida, pero todo tiene su justificación, y es que aquí la criminal pasa a ser, como todas las heroínas ordinarias del cine de Mizoguchi, una víctima a todos los niveles, subyugada por el poder de los hombres, quienes son dotados de una fealdad casi insoportable; es este poder masculino lo que transforma a Oden, desde su primer marido (Jinjuro, otrora samurái aficionado a las mujeres y la bebida). Nakagawa narra con gran dominio de la fluidez narrativa sus andanzas mientras modela una era Meiji absolutamente perversa, horripilante, dominada por el cinismo, la violencia, el vicio, la depravación, la pobreza y la avaricia.

Todo ello consecuencia de la maldad masculina, y en este mundo una mujer tiene pocas oportunidades de sobrevivir si no es adaptándose a la miseria y removiéndose contra ella. Así, frente al ex-marido alcohólico, el marido turberculoso y cobarde (Naminosuke), el hombre de negocios que trafica con mujeres (Ihei), el secuaz avaro (Ihizo) y el joven policía ingenuo (Kazuma), se halla esta Oden, endurecida y sagaz, mentirosa y sensual, pero también sacrificada por aquellos a quienes ama. Una hija pequeña (Omitsu) y su actual marido son la prueba de su bondad, la que la lleva, junto con su naturaleza seductora, a no resistirse a los hombres y a atravesar los caminos más desafortunados.
Prostitución, opresión social, imagen negativa del padre y la unión amorosa, destino trágico y sin salida y brutalidad masculina. En tanto que Oden se deja poseer como un juguete, sus sentimientos sólo afloran en presencia de su hija, con la cual no se permite un reencuentro, y cuando al fin sucede es a través de la muerte (esta secuencia, en concreto, provoca escalofríos gracias a la pericia de Nakagawa para desarrollar situaciones de gran tensión dramática en espacios cerrados, casi asfixiantes, pues la ausencia de aire coincide con la ausencia de futuro y salvación).

Como en todas sus obras, destaca esa habilidad innata para, a través de una gran belleza formal y composición de las escenas, crear atmósferas que nos atrapan con facilidad (hasta se respiran los olores de las miserias de esa era Meiji aquí retratada de manera turbulenta). Pero todo el virtuosismo técnico no puede sostener por sí sólo una trama que avanza demasiado precipitadamente, que no se preocupa en profundizar como es debido en muchos personajes secundarios y que evita la descripción de sucesos sirviéndose de las grandes elipsis; el cineasta se beneficia del corto metraje para elaborar una estructura de ritmo trepidante y llena de momentos impactantes con tal de mantener nuestra atención.
Musa de Shintoho, Katsuko Wakasugi logra una representación muy sentida y sincera de Oden, inevitablemente romantizada (y más cerca de la Oharu de Mizoguchi que de la verdadera criminal y asesina que (se supone) fue); a su lado tenemos a un plantel masculino el cual no nos costará odiar, encabezado por Akira Nakamura, Asao Matsumoto, Juzaburo Akechi y un joven Tetsuro Tanba que desde luego merecía contar con más minutos en pantalla (y más diálogo).

Retrato amargo de la sociedad de la época y los seres humanos, Nakagawa tiene esa virtud única de apretarnos los intestinos por medio de la áspera violencia y los climas desasosegantes.
No importa si poco tiene que ver su versión con la realidad, pues consigue una obra notable e interesante. Mientras, y por desgracia, la verdadera Oden descansa en el cementerio Yanaka de Tokyo, esperando a que alguien la muestre en la ficción tal como era...



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