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Ficha La Posada de Osaka


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Críticas de La Posada de Osaka (1)




Mad Warrior

  • 15 Dec 2021

8



Observar el Mundo por medio de la constante búsqueda de honor, bondad y humanidad puede ser un completo error y llevar al que lo hace a fatales desengaños.
El Mundo, por desgracia, es como es; lo veremos a través de los ojos de un idealista que no podrá sino darse de bruces con la realidad cuando esta asoma en toda su plena miseria.

Y el encargado de exponerlo es Heinosuke Gosho, desconocido maestro clásico para el público occidental que como muchos coetáneos cultivó una extensa carrera y tuvo el placer de ser reconocido y galardonado en esa década en la que el cine japonés estaba siendo aceptado internacionalmente, por supuesto la de los años 50. ¨Where Chimneys are Seen¨ había sido proyectada en el Festival de Berlín y su popularidad no pudo ser mayor, deslumbrando al Mundo con su cine honesto, de líneas costumbristas y visión humanista. Poco después va a adaptar la famosa novela ¨Osaka no Yado¨, del prolífico Abe Shozo (disfrazado tras el alias Takitaro Minakami).
Éste, aprendiz del maestro Izumi Kyoka, es un poeta, crítico y autor muy centrado en la realidad cotidiana del momento, lo cual encaja perfectamente con el estilo del director. Pese a su título, el film no empieza en esa posada que en breve se convertirá en escenario primordial de la historia, sino en un izakaya de Osaka, ciudad a la que Kyoichi ha sido transferido tras protagonizar una ¨heroica¨ disputa con su jefe en Tokyo; a partir de aquí vamos a contemplar desde su punto de vista (o a ser forzados a ello) los muchos devenires y situaciones con los que tropezará cuando decida residir en dicho lugar.

Para comprender el grado de su ingenuidad se debe partir de la idea de que dejó su oficina por cuestiones morales y que es engañado por el hermano de la dueña de la posada (Ossan) para instalarse allí; fundamental esta perspectiva. Quizás Gosho se identifique con Mita, pero percibe antes que él, y nos lo hace saber, cómo esa Osaka de la incipiente recuperación económica parece más bien un basurero donde se arrojan los deshechos del país. Magnificada por sus luminosas aceras, altos edificios y monumentos históricos, la oscuridad es perpetua, y la posada Suigetsu el reflejo de esta decadencia.
Suerte de lúgubre reinterpretación del clásico ¨Gran Hotel¨ de Edmund Goulding, Gosho se presta a la teatralidad y nos encierra en los espacios reducidos de ese microcosmos para atender a la multitud de tragedias que allí tienen lugar, haciendo hincapié, cual Mizoguchi, en el inmenso sacrificio de la mujer, porque son ellas las impulsoras del drama y circulan, desde el interior y el exterior, alrededor de la figura tranquilizadora y leal de Mita: la madre que no puede ir a ver a su hijo (Otsugi), la esposa insatisfecha (Orika), la geisha de corazón roto y alcohólica (Shizu), la joven despreocupada y vivaracha (Oyone), la avara y malévola dueña o una chica que ha tenido una desavenencia económica con él y cuyo padre está afectado del corazón (Omitsu).

Todas estas mujeres resultan ninguneadas por los hombres (ya sea el marido, el padre, el hijo, el hermano o el cliente) y abocadas a la infelicidad; lejos de este círculo de tristeza femenino, una paz soñada e inalcanzable para Mita encarnada en una muchacha con quien se cruza siempre en la ciudad (y que resulta ser la hija de un conocido).
Shizu, enamorada de él, le ve como una estrella que brilla en lo alto sin tocar el suelo; y es que es difícil aceptar los principios de esa Osaka terrenal donde sus habitantes se refugian en la individualidad, el nihilismo, la corrupción y la avaricia con tal de sobrevivir y salir adelante.

De igual modo que toda forma de sinceridad, moralidad y bondad (encarnadas en Mita) se rechazen con severa violencia; males que se aceptan con estoica resignación, pues la vida es como es y no se puede cambiar, de ahí que la visión del film acabe resultando incómoda, desagradable, agria, porque los injustos jamás son castigados por sus injusticias ni los honestos hallan el más ínfimo atisbo de esperanza. Firme en sus descripciones, Gosho no cae en ilusiones ni fantasías, y así, poco a poco, su héroe adopta su postura: la de un idealista decepcionado ante el avance de la inhumanidad (¨Sólo importa el dinero, ¿qué ha sido de la humanidad?¨, delibera).
Y mientras las distinciones entre hombres y mujeres se hacen conforme al sufrimiento que éstas padecen por el carácter cobarde, manipulador, lujurioso y brutal de ellos, el director radiografía toda esta realidad con una inopinada audacia que le distingue de algunos de sus colegas de profesión; ¿cómo se le podría calificar en última instancia?, ¿como el más clásico de los modernos o como el más moderno de los clásicos? Perfila con sobriedad las aristas de una atmósfera agobiante y perversa, y al mismo tiempo colmada de integridad y compasión por los perdedores.

Es preciso señalar cómo Yasushi Akutagawa demuestra auténtica maestría en el uso de la música para aumentar la intensidad dramática en momentos decisivos, y que permiten a Gosho crear algunas de las secuencias más oscuras de su cine: en especial cuando Mita descubre al padre de Omitsu, ya muerto en una esquina oscura de la casa, por ejemplo.
La tristeza lo invade todo, absolutamente todo.

Encabeza ese solemne y tremendamente flemático Shuji Sano un plantel donde brillan Mitsuko Mito, Kyoko Anzai, Hiroko Kawasaki y la siempre espectacular Nobuko Otowa (esposa de Kaneto Shindo), gracias al grado de realismo y naturalidad de sus interpretaciones, metiéndose a conciencia en sus personajes (y no hay que olvidar a Eiko Miyoshi y la joven Sachiko Hidari, pero son tan repulsivos sus papeles que cuesta brindarlas un elogio...). Queda un poso de amargura recalcitrante; en ¨La Calle de la Vergüenza¨ había una evolución, necesaria aunque en parte tocada por la desgracia.
Pero aquí el círculo, que tan tempestuoso ha estado girando y tan al límite a puesto a todos los personajes, se cierra sin ningún cambio (únicamente la posada parece contar con ese privilegio): la geisha sigue siendo un juguete roto, la dueña una avara repugnante, la esposa y la madre seguirán sufriendo, los ejecutivos seguirán mintiendo. Y pese al suicidio, la traición y la decadencia, hay que aferrarse a cualquier cosa para vivir, por terrible que sea...esta verdad se acepta, se encara con dignidad.

También Ozu nos enseñó muy bien que el tren pasa, la vida sigue, y que quizás las cosas puedan cambiar, pero en otro lugar, siempre hay que luchar por ello.
Gosho, por su parte, será de nuevo aplaudido y reconocido como el gran maestro que es por esta pequeña gran joya que da al cine japonés, uno de sus logros más duraderos.



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