Ficha La Mujer de Seisaku


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Críticas de La Mujer de Seisaku (1)




Mad Warrior

  • 8 Jun 2020

9



Gracias a títulos tan controvertidos y exitosos como ¨Manji¨ y ¨Hoodlum Soldier¨, el talento de Yasuzo Masumura le coloca como uno de los cineastas más potentes del nuevo cine que ha explotado en Japón en los 60 junto a otras importantes figuras como Oshima, Imamura, Shinoda o Teshigahara.

Tras su brutal visión de los códigos militares y el absurdo de la guerra, toma un guión de Kaneto Shindo, otro maestro vanguardista, basado en la obra del polifacético autor Genjiro Yoshida, en realidad ya adaptada cuarenta años antes por Minoru Murata (quien gracias a ella tuvo el honor de rodar el primer film antibélico de la Historia del cine japonés). Una joven lanza su penetrante mirada a una base militar portuaria desde lo alto de una colina; esta apertura, de gran intensidad, ya pone sobre aviso el odio que profesa la mujer contra la guerra y los que la ejercen.
Estamos alrededor del año 36 de una convulsa y renovadora era Meiji que ya da sus últimos suspiros, y cuyo ataque a la flota asentada en Port Arthur iniciará la guerra entre Japón y Rusia, que ya se venía pronosticando; la guerra aquí es, no obstante, un telón de fondo para otros hechos también trágicos. La chica es Okane, vendida por sus pobres padres a un comerciante rico anciano, una mujer perfecta para ser blanco de la perfidia, la envidia, la discriminación y la repulsión; de hecho fue repudiada de su aldea tiempo atrás, y cuando ya pueda regresar la seguirán considerando una ¨mujer insecto¨ (como la de Imamura), maldita, por el mero hecho de haber sido vendida como cortesana.

Los habitantes de esta aldea escondida entre los montañas viven en comunidad y para todos ellos prima la lealtad y la admiración por el ejército japonés; Okane no pertenece a este microcosmos ultranacionalista y oprimido, por lo que está desplazada. Este hastío insoportable sufrido en silencio viene a romperlo la vuelta de Seisaku, joven del pueblo elogiado por su preparación en el ejército; los estoicos y estrictos valores militares son considerados en primera instancia una inyección de moral, ética y educación para las nuevas generaciones, y Seisaku es el modelo perfecto, a quien las gentes respetan en demasía (todos acuden como soldadados a oír el estrepitoso sonido de la campana, que representa un aviso para congregarse la patria)...pero Okane no acude.
La atmósfera que va esbozando Masumura es realmente extraña y agobiante, alimentada por las calumias y perversidades que los vecinos lanzan contra la protagonista, destrozada por la muerte de sus padres; el vacío y la soledad de ésta viene a llenarlo precisamente el muchacho, y entre ambos empezará a brotar poco a poco un poderoso sentimiento. No obstante un sentimiento que levantará un revuelo en todo el pueblo al observar a su hijo pródigo, a ese soldado modelo que nutría las esperanzas de la nación en un guerra que está a punto de desatarse, caído en desgracia al haberse dejado seducir por tal mujer.

Ni Shindo ni el director hacen por esconder la crítica demoledora contra los valores militares y nacionalistas, que contagian a la masa, que la manejan en su forma de ser y de pensar; toda amenaza contra el orgullo del poder imperial es intolerable. Lo más importante es la presencia de mentir para guardar las apariencias y el cinismo corrosivo reinante (de frente se felicita al soldado, por la espalda se le hacen burlas). La guerra en defensa del país, que para los manipulados civiles resulta un honor morir por él, no deja de ser un estigma de sufrimiento y dolor infinito para las mujeres (la hija, la hermana, la madre, la esposa, la amante).
Pero si hay algo que mueva la trama y las acciones de Okane es sin duda el amor, porque todo lo que expresa el guión y lo que siente su protagonista está hecho por el amor y en nombre del amor, el más apasionado, el más grandioso; provoca la máxima felicidad del alma pero también un indescriptible sufrimiento. Los aldeanos, cegados por un honor que no es más que humo y movidos por hipocresías y apariencias, son incapaces de comprender este amor que llena a Okane. Shindo compone la sinfonía de la tragedia, que recoge el espíritu de la literatura de Chikamatsu Monzaemon (en especial ¨Chikamatsu Monogatari¨), y Masumura la orquesta frente a una cámara que desnuda el alma humana y filma la pasión romántica de manera honesta y profunda.

Esta cámara capta a los amantes bañados por el manto de la noche en un ballet carnal dotando de un gran sentido del erotismo a la atmósfera, casi onírica, próxima a las de Teshigahara y Shinoda. El cineasta acaricia cada palmo de piel y sus primeros planos sobre los cuerpos, los rostros y los dedos hundidos en la carne abrasan literalmente la pantalla. En este paréntesis de acto amoroso no existe el cinismo, ni la maldad, ni la tristeza, ni el más mínimo pensamiento sobre la guerra; sin embargo, la fatalidad llega inevitablemente y la trama se convulsiona como jamás hubiésemos creído, llegando el amor a inimaginables extremos de locura y planteándose una significativa inversión de roles y reflejos (detallado más abajo).
Taiji Tonoyama, Yuzo Hayakawa y Nobuo Chiba brindan unas buenas actuaciones, pero son las del excelente Takahiro Tamura y Ayako Wakao las que engrandecen la película, sobre todo ésta, musa del cineasta, quien hace por rendir pleitesía a cada centímetro de su bello físico capturando de paso todo su potencial como actriz dramática; ella protagonizó muchos films de Masumura, pero aquí da una de sus más sentidas interpretaciones.

La puesta en escena y la fotografía en blanco y negro de Tomohiro Akino, que crea ambientes sucios, sudorosos, turbios e hipnóticos, conforma un desgarrador relato cuya aspereza y violencia arañan las tripas.
Pero incluso teñido de fatalidad, el director, como en su temprana ¨Besos¨, aboga por la esperanza y la salvación, y permite a los amantes el magnífico y deseado triunfo del amor por encima de todos los males, incluso del poder imperial...
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Aunque al final este relato conceda a los protagonistas una muestra tan grande de benevolencia como es la de permitir que ambos vivan juntos para siempre, la fatalidad y el dolor ya forma parte del universo de Yasuzo Masumura desde hace tiempo, y como ya ha demostrado en films anteriores la conquista del amor ha de venir precedida o sucedida de un intenso sufrimiento, físico o espiritual.

Llega el momento definitivo para la pareja. Tras yacer juntos la noche anterior (a lo largo de una secuencia magnífica en cuanto a escenografía de lo erótico y romántico), el joven soldado, que prácticamente ha regresado, debe partir de nuevo al frente para una misión suicida en Port Arthur contra de los sentimientos de Okane, para quien la ausencia de su amante significa verse sumida en la más tenebrosa de las soledades (ya que la madre y la hermana de aquél también la rechazan y repudian); el orgullo militar se antepone al amor, por la que mujer luchará contra ese ideal erróneo, venenoso y torcido.
¨¿Cómo de lejos puede llegar una mujer? Mutilar a un hombre para protegerle...¨. Esas son las palabras del alcalde del pueblo, y tiene razón. Horas antes una desesperada Okane, con el fuerte deseo interior de no ver partir a Seisaku a la guerra, donde seguro morirá, blandirá un clavo que encontró en el suelo a modo de puñal contra su propio amante. La imagen de una Okane empapada en sangre y huyendo frenética de los aldeanos a través de los terrosos caminos es de un realismo atroz; mientras, Seisaku se retuerce: la mujer le ha dejado sin ojos. Ya no lo podrá ver jamás, pero tampoco verá el escenario bélico.

Para salvar su vida, la mujer ha tenido que mutilar al hombre. La historia se quiebra y visita su negro reverso: los oficiales que tanto elogiaban al joven ahora le harán un consejo de guerra por haber deshonrado al ejército, y los vecinos que antes le adoraban como un héroe ahora le arrojarán piedras y le llamarán ¨traidor¨ a gritos. La visión de Shindo y Masumura acerca de los códigos militares y el cinismo humano no deja títere con cabeza, y si antes la madre y la hermana de Seisaku despreciaban a Okane, ahora sentirán en sus propias carnes el mismo odio por parte de sus vecinos.
Mientras tanto, si antes el director escrutaba con esmero el terso y delicioso cuerpo de su actriz, ahora lo enfoca desde la mayor de las tristezas; los preciosos pies de Okane, que se entrelazaban sudados a los de su amado, arrastran en un mar de barro las pesadas cadenas que ha de llevar durante tres años. Masumura perfila las aristas de un entorno opresivo, áspero y angustioso donde sumerge a su protagonista y de paso a nosotros, capaces de sentir en lo más profundo de las entrañas su pesar, que se va deslizando en el barro y la tierra con cada uno de sus lentos pasos.

La fuerza y la determinación de la mujer queda orgullosamente expresada. Se ha sacrificado para salvar a su hombre, ha tenido que hacer daño a éste, e incluso está dispuesta a dejarse asesinar por él. Por otra parte, el hombre se ha desnudado y no necesita escudarse tras el falso honor del ejército; gracias a ella puede ser un hombre normal.
Y todo se hace por amor, la más poderosa de las fuerzas, la que consigue erigirse sobre la maldad del mundo, la hipocresía de muchos seres humanos y el severo autoritarismo militar. Los amantes estarán por siempre juntos bajo el mismo cielo; quizás alguien les comprenda por fin cuando, como dice Seisaku, sean sólo huesos en sus tumbas...



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