Ficha El Hombre de la Escopeta


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Críticas de El Hombre de la Escopeta (1)




Mad Warrior

  • 3 Jun 2020

7



Desde más allá de las grises dunas y pasando las praderas de amapolas un hombre atraviesa la frontera armado con una escopeta y un cinturón lleno de cartuchos.
No deambula, se dirige con paso firme a un poblado perdido con un único objetivo en mente: la venganza. Su nombre: Ryoji Watari.

En todas las compañías cinematográficas dedicadas a las producciones de serie ¨B¨ o menos categoría siempre se mantiene la exótica tendencia de cruzar los géneros más diversos para disfrute del público, y eso es precisamente lo que haría la mítica Nikkatsu, mucho antes de dedicarse al cine erótico de escaso presupuesto y entrar de lleno en el llamado ¨roman porno¨, que a comienzos de los 50 renace viviendo su edad de oro con el nuevo presidente Kyusaku Hori al mando. Tras probar con el clasicismo del drama de época y los films de samuráis, la productora se decanta por historias que atraigan la atención de los jóvenes espectadores del momento.
Las películas de aventuras, yakuzas, pandilleros, las comedias, hechas con pocos medios y mucho desparpajo, invaden las salas; durante esta época surgen los ¨borderless action films¨, que cogen estilos y géneros prestados del extranjero desarrollándose en escenarios nipones. Así aparecen títulos como ¨Sandanju no Otoko¨, cuya dirección se le encarga a un Seijun Suzuki que lleva soportando las exigencias de Nikkatsu desde hace casi diez años, y no así dejando su inimitable sello en todas las obras que ha hecho; en esta historia con guión de Yoshikazu Ishii y Takeo Matsura, colaborador del cineasta, se apunta directamente al ¨western¨.

En ese mismo 1.961 se estrena la inmortal ¨Yojimbo¨ y el cine del Oeste va a vivir una fase crepuscular motivada por ¨Duelo en la Alta Sierra¨ y ¨El Hombre que Mató a Liberty Valance¨; aún no se sabe nada de Sergio Leone ni del ¨Hombre sin Nombre¨. ¨Sandanju no Otoko¨ cruza las mitologías de ambos géneros y se adelanta a su tiempo como una de las primeras muestras de ¨western¨ en territorio japonés (mucho antes de que Junya Sato hiciera ¨The Drifting Avenger¨ y Terence Young llevara a los samuráis a EE.UU. en ¨Sol Rojo¨).
Precedida por una escena cómica donde se presenta el protagonista en toda su plenitud, la película abre con un icónico plano general de éste caminando por una extensa tierra baldía y acompañado de la balada que canta su gesta, anticipándose Suzuki a la primera aventura del Django de Corbucci. Esta peripecia hereda desde el primer momento la imaginería del Oeste más clásico y el cine de aventuras de Huston, Hawks o Mann hundiendo a sus personajes, motivos, estilo y entorno en el ¨western¨ crepuscular de Peckinpah, dando buena cuenta de ello la sofocante y sucia atmósfera de sudor, tierra, sangre, pólvora y alcohol que modela Suzuki haciendo buen uso de su fértil imaginación.

Ryoji es también un trasunto de los héroes del cine de aventuras de Walsh o Ford, pero sus acciones y motivaciones (la venganza por encima de todo), que permanecerán en secreto durante un buen tramo, corresponden a las del típico antihéroe ¨westerniano¨ que llega como forastero a una comunidad generando la desconfianza en unos y la admiración en otros. Su actual destino es Washinzan, población minera asentada sobre verdes praderas donde Nishioka, el cacique local y presidente de la compañía, desea hacerse con sus servicios; la venganza también se presentará con el patético sheriff Okumura, grotesca parodia de la figura americana.
Aunque separados por sus actos y carácter, a éste y Ryoji les une el mismo fin; frente a ellos dos mujeres: Harue, novia de Nishioka y propietaria de un bar, y Setsuko, hermana del sheriff y responsable de añadir el contrapunto dramático-romántico, pues está claro que acabará en los brazos del héroe, quien a su vez se erige en juez y salvador al ocupar el puesto de sheriff en el pueblo. Matsura e Ishii no se desvían de los esquemas más vistos del ¨western¨ y la aventura, introduciendo en todo este embrollo un colgante de perlas y tres repelentes tipos con los que la historia hallará los elementos clave de su desarrollo y servirán para atar cabos sobre el pasado de Ryoji.

Personajes de trazo grueso, ambiguas intenciones y pasado oscuro (donde no puede faltar el competidor del héroe, en este caso Masa, uno de los matones de Nishioka) que se enzarzan en una lucha donde tendrán cabida la codicia, la traición, la justicia, la hipocresía y la venganza, todo destinado a una resolución que revela más sorpresas de las que imaginábamos (cuyo violento clímax tendrá lugar no en la llanura ni en la montaña, sino en un bonito paisaje costero de rocas de tonos plomizos). Suzuki nos deleita con una aventura exótica dominada por los colores vivos, resultado de una puesta en escena imaginativa y la fotografía de Shigeyoshi Mine.
Las motos y los coches sustituyen a los caballos (quizás tuvo mucho que ver el bajo presupuesto) y los yakuzas a los indios y cuatreros, se rinde tributo a las atmósferas evocadoras del cine clásico y a la dureza y suciedad del Oeste crepuscular logrando con ello un preámbulo de lo que serán los ¨spaghetti westerns¨. Habitual del director, Hideaki Nitani supera su muy limitada capacidad interpretativa encarnando a un héroe aguerrido y áspero de rasgos ¨mannianos¨, rol al que estaba acostumbrado, seguido de unos correctos Yuji Kodaka, Akio Tanaka, Toshio Takahara y las preciosas Izumi Ashikawa y Yoko Minamida.

La imaginería atemporal, rica en tonos y marcadamente ¨cool¨ del director es el mayor incentivo para disfrutar de este entretenido y atípico ¨sushi western¨, perfecto ejemplo de una cinematografía japonesa que estaba expandiendo sus posibilidades y fronteras.
De seguro que Miike, Tarantino, Rodríguez o Kihachi Okamoto la devoraron unas cuantas veces. Impagables son desde luego las secuencias de peleas en el local de Harue, ambientado y diseñado al estilo de los ¨saloones¨ del viejo Oeste.



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