Ficha A Tiro Limpio


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Críticas de A Tiro Limpio (1)




Mad Warrior

  • 23 May 2021

7



Un domingo por la tarde. Mientras el dinero de los ingenuos se recuenta en las oficinas de las quinielas algunos maridos infieles y zorras desvergonzadas se ven furtivamente en hoteles de mala fama.
Todo el mundo cree estar tranquilo...pero cuatro hombres aguardan en las sombras, preparados para el saqueo.

Cataluña fue un gran caldo de cultivo del cine negro y a la manera de Los Angeles en los 40 se convirtió en escenario de tramas llenas de intriga, violencia, pasiones fatales y una pizca de crítica política (no mucha por la censura...). Francisco Pérez-Dolz, ya con 41 años, da un salto cualitativo en su carrera, pues hasta ese entonces ejerció de asistente de dirección, lo que le dio la experiencia necesaria para pasar al otro lado de la cámara; y tanto en su longeva labor como en su rol de realizador demostró ser un autodidacta con inteligencia y audacia para abrirse camino por sí mismo.
No puede, sin embargo, ser todo lo audaz que quiere debido a la época y el guión original escrito junto a José María Ricarte y Miguel Cussó, titulado ¨La Senda Roja¨ y que en un principio iba a ser una fábula sobre las andanzas de dos famosos criminales anarquistas, se metamorfosea hasta adoptar la dinámica convencional de un relato negro del más clásico orden, que de todas formas en absoluto desmerece. Ya desde el inicio Pérez-Dolz aplica el gusto de un auténtico conocedor del cine; arropados por el carbonoso blanco y negro de la fotografía de Francisco Marín, dos delincuentes urden una situación desesperada dentro de un garaje.

El homenaje a ¨Sed de Mal¨ y quizás ¨Gun Crazy¨ durante un plano-secuencia desde el interior de un coche acaba en una magnífica escena con dos claros objetivos: demostrar el primero su dominio de la tensión y los ambientes claustrofóbicos y dejar entrever ese espíritu anárquico que rodea todo el film (a la manera de los asesinos del relato de Hemingway, Martín y Antoine humillan a varios ciudadanos de clase burguesa). Y empieza la historia, con los conocidos rebotes argumentales de la ¨crook story¨ desarrollados en un clima que destila la esencia del ¨noir¨ americano y el ¨polar¨, tanto en lo formal como en lo narrativo.
Una historia observada en multiperspectiva con la intención de practicar la distancia ontológica de los personajes aunque operen, sufran y se remuevan en la misma realidad, la de una España que en pleno surgimiento económico de migraciones masivas y llegada de extranjeros a las costas presenta las mismas debilidades que antaño; la sociedad bajo la sociedad, donde abunda la miseria, el paro, la violencia callejera y el malestar. Por eso es esencial la caracterización de personajes de Pérez-Dolz: a un lado los criminales cínicos, descritos de forma sencilla, muy superficial, y cuya maldad y codicia carecen de justificación (Martín y Antoine); al otro los perdedores, la generación de los derrotados que han de adoptar los mismos comportamientos para salir de la miseria (Román y Jorge).

En estos dos bandos, como en toda fábula gangsteril, se disputan la amistad, la lealtad y los códigos morales, que debido a la presencia venenosa de la fatalidad acaban siempre siendo presa de la traición, la corrupción y el engaño. Entre ellos la sociedad, radiografiada a ras de calle en un contexto muy realista que recuerda a lo propuesto por Dassin, cuyos extremos chocan: los oficiales de policía, intachables, transparentes, necesarios para que la justicia se aplique a los villanos; los familiares, con el único deseo de llevar vidas humildes y honestas aun precarias; y la cara oculta y farragosa, formada por los hombres infieles, las mujeres fatales (perfecto ejemplo el encarnado por María Asquerino) y las clases altas.
Así el cariz pesimista es más creíble y la violencia mucho más profunda de lo que en un principio pueda parecer; la violencia aquí es el único medio para abrirse camino. Las desgracias que van sucediendo (no disparadas por culpa del primer robo sino de un segundo aún más espectacular, lo cual resulta muy original) no difieren de las referenciales ¨Rififi¨, ¨La Jungla de Asfalto¨ o ¨Atraco Perfecto¨ (a la que se le brinda el mayor homenaje), pero el director maneja la dinámica del ritmo a nivel narrativo como un Siegel, un Lewis, un Tourneur o un Huston cualquiera, por medio de una técnica sobria en la que subyace un nervio irrefrenable.

Y que se manifiesta a través del personaje de Román, cuya escalada de violencia emprendida por Martín le atrapa en los pliegues de una atmósfera desasosegante donde sólo queda responder con crueldad y brutalidad. Así se nos brinda un último acto (el del conflicto interno y la imposible huida) realmente excitante, a la altura de los grandes clásicos del cine de atracos, con los protagonistas metralleta en mano cuales gángsters de Chicago ajusticiándose entre ellos como sólo los auténticos criminales saben hacer. Luis Peña ofrece una interpretación dura a lo Lee Marvin o Jean Servais, modélicamente malvada, que contrasta con la más torturada y desesperada personalidad de José Suárez.
Igual de dignos están Carlos Otero, Pedro Gil de implacable comisario, Rafael Moya y, vuelta a reivindicarla, esa espectacular y preciosa Asquerino (cuyo papel revela también otra cara oculta de la sociedad, la de la mujer subyugada por la brutalidad masculina). El director, pese a recrearse en la áspera violencia y la perversidad humana, permite la redención en sus personajes, aun a través de la sangrienta venganza; remata así este relato crudo y brutal que podrían haber escrito W.R. Burnett, Dashiell Hammett o Juan Gallardo Muñoz y que por desgracia no gozó en su momento de merecida popularidad.

Pero el tiempo y sobre todo la cinefilia la han elevado a la imprescindible obra de culto que es, esencial e influyente para el cine negro patrio, la cual inspiraría un ¨remake¨ a finales de los 90 dirigido por Jesús Mora, que también pasó sin pena ni gloria por las pantallas. Desde luego un buen ejemplo de estirpe de película maldita...
Y ese clímax arrollador en las entrañas del metro, realmente significativo y memorable donde se insinúa de nuevo la lucha infatigable del gran perdedor contra el sistema (Román defendiéndose contra un enemigo impersonal, que dispara desde todas partes), donde éste acaba practicando el movimiento inverso al del Asahina de ¨Karakkaze Yaro¨ (uno de los ¨thrillers¨ más recordados de Yasuzo Masumura y de los más elaborados de la cinematografía nipona).

Aquel extasiado yakuza, ya totalmente condenado, rechazaba obstinado subir al Cielo; Román, al contrario, no tiene más remedio que dejarse arrastrar por las escaleras mecánicas a un Infierno real y palpable. La sensación que queda es de pura amargura y dolor; el perdedor, como estaba previsto, pierde, y la sociedad gana...



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