Ficha La Frontera


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Críticas de La Frontera (1)




mahotsukai

  • 6 May 2019

8



Destacable drama sociopolítico, de co-producción hispanochilena, a cargo de Ricardo Larraín

Durante los últimos años de la dictadura militar en Chile, un profesor es relegado (es decir, exiliado dentro de su propio país) al sur del territorio, por un supuesto apoyo a actividades subversivas. En ese lugar, inhóspito y solitario, iniciará un viaje personal que le llevará a encontrar un nuevo sentido a su vida.

Tras participar activamente de la campaña publicitaria televisiva del “No” en el Plebiscito de 1988, que significaría la derrota política de la dictadura de Augusto Pinochet y el retorno a la democracia en 1990, Ricardo Larraín debutaría como director con la aplaudida y referencial “La Frontera” (1991), un interesante y reflexivo drama sociopolítico sobre la pérdida y recuperación de nuestras creencias y sueños, enmarcado en una simbólica ambientación de realismo mágico y personajes tan entrañables como evocadores, y que ostentaría el título popular de “la mejor película chilena de todos los tiempos” por más de 20 años.

El guión, desarrollado por el propio Larraín y el argentino Jorge Goldenberg, nos sitúa en los últimos años de la dictadura militar en Chile, en concreto en el periodo 1985-1988, previo al Plebiscito de 1988 cuyo resultado daría paso al regreso a la democracia, en donde aún se practicaba el exilio y el relegamiento como forma de represión política contra los opositores al régimen, pero más aún el asesinato político, al cual el film realiza una mayor evocación después del brutal asesinato por degollamiento de los profesores José Parada, Manuel Guerrero y Santiago Nattino, militantes del Partido Comunista, a manos de miembros de Carabineros de Chile. Sin embargo, lejos de abordar el exilio y el abandono como un elemento literal, “La Frontera” (1991) lo hará de una forma no sólo cultural, sino también emocional, lo que constituirá, probablemente, su mayor plusvalía narrativa.

De esta forma, al contexto sociopolítico imperante por aquellos años, de represión, persecución y violencia política, sumaremos el contexto cultural de un país aún anclado en el retraso urbano y tecnológico y la paradoja de la ingenuidad/voluntarismo de las regiones que parecen estar perpetuamente condenadas al olvido, el abandono y la indiferencia del Estado. De hecho, el Chile austral, con su entorno inhóspito e implacable, retratado magistralmente por el fotógrafo Héctor Ríos (“El Chacal de Nahueltoro”, 1969) se alza, explícitamente, como el reflejo del estado de ánimo de una sociedad deprimida, cansada y paradojalmente autocomplaciente con su realidad. Lo que nos lleva, entonces, a la estructura y caracterización de los personajes, ligado, en el caso del protagonista, a otro tipo de exilio.

Y ese exilio no es más que uno de tipo emocional del profesor Ramiro Orellana, notablemente interpretado por Patricio Contreras (“La Historia Oficial”, 1985; “Gringo Viejo”, 1989) en un papel antológico, que será asaltado por quizás la peor de las dictaduras, aquella que condena al individuo a despojarse de sus creencias, de sus ideas, de sus sueños y de sus ideales, asimilándose y mimetizándose con la idiosincrasia casi apagada y retraida que los sociólogos chilenos han mencionado sobre nuestra sociedad, pero también reflejada en otros personajes importantes de “La Frontera” (1991) como don Ignacio y Maite, encarnado por el siempre eficiente Patricio Bunster (“Johnny Cien Pesos”, 1993; “El Chacotero Sentimental”, 1999) y una destacable Gloria Laso (“Gracia y el Forastero”, 1974; “Gloria”, 2013) que autoexiliados a Chile escapando de la Guerra Civil Española prácticamente han cedida a la cordura y la esperanza respectivamente, una paradoja en cualquier caso porque será precisamente Maite quien haga que Ramiro se percate de que tan perdido se encontraba.

Ahora bien, dentro de la notable cotidianidad y anécdota rural en que “La Frontera” (1991) se desarrolla, Larraín no sólo da cuenta de un buen ejemplo de realismo mágico, sino también sobre la descripción de lo absurdo, y que evoca la obra “Der Prozess” (1925) de Franz Kafka. En una perfecta emulación sobre lo innecesario y burdo, el profesor Orellana debe firmar cada 8 horas y luego cada 4 horas para justificar y comprobar su estadia en un pueblucho que apenas sobrevive de la pesca artesanal y en donde ni siquiera hay una barcaza medianamente decente para permitir el cruce de peatones y vehículos. Un ejemplo inteligente de graficar la ineptitud burocrática que no contenta con complicar la existencia de los demás, se esfuerza por complicarse a sí misma.

Y a propósito de burocracia, conviene mencionar el resto de personajes, entre los que, por cierto, encontramos a los dos petulantes, supuestos detectives, enviados a trasladar al profesor, y entregárselo a dos imbéciles, aun peores, encargados de controlar que Ramiro no se escape y cumpla con la firma horaria. Estos cuatro personajes, parodiados por Larraín, por cierto, pero que no están lejanos de lo que era el carácter del funcionario público de aquellos años (y quizás de hoy, también) fueron interpretados correctamente por Aníbal Reyna (“La Tierra Prometida”, 1973) y Sergio Hernández (“Johnny Cien Pesos”, 1993; “No”, 2012), y por Alonso Venegas y Sergio Schmied.

Pero no todo es tan oscuro y el film también contará con dos personajes secundarios dignos de rescatar, como el cura estadounidense Patricio, a cargo de Héctor Noguera (“La Rosa de los Vientos”, 1980; “Subterra”, 2003), que tiene una forma muy particular de llevar su parroquia, alejada del tradicionalismo de la época; y el buzo, interpretado por Aldo Bernales, que nos regala una tremenda lección, reflejada en el diálogo que sostiene con Orellana, cuando le hace ver que necesita encontrar el hueco que conecta la laguna con el mar, en una clara alusión de la necesidad de abrir los sentidos y la mente por más oscuro y deprimente que se vea el presente, con la música minimalista de Jaime de Aguirre.

“La Frontera” (1991) ganó importantes premios a nivel mundial, como el galardón a la mejor película extranjera de habla hispana en los Goya (1992), el Oso de Plata al mejor logro individual sobresaliente del Festival de Berlín (1992) y los premios al mejor director y OCIC en el Festival de Cine de La Habana (1992).

En resumen, una interesante radiografía sociopolítica que aborda de reflexiva forma no sólo el contexto temporal y espacial de tiempo, sino la psique de una sociedad reprimida y deprimida por la pérdida de los ideales y creencias que hacen que los pueblos transiten por los caminos de la libertad.



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