Ficha El Bosque de Karadima


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Críticas de El Bosque de Karadima (1)




mahotsukai

  • 17 Oct 2018

8


Impactante drama basado en el escándalo de abuso sexual de la Iglesia Católica en Chile.

Thomas Leyton es un adolescente de 17 años que se debate entre seguir la carrera de medicina y el sacerdocio, hasta que conoce al padre Fernando Karadima, quien le convence de tomar ambos caminos. Sin embargo, Karadima, considerado un santo en vida y líder de la Iglesia Católica chilena en los 80s, aprovechará la oportunidad para abusar física y psicológicamente de Thomas, en especial cuando éste se muestre interesado en una joven estudiante, Amparo.

En 2004, un grupo de ex sacerdotes y feligreses de la parroquia El Bosque presentaron denuncias formales contra el párroco Fernando Karadima ante las máximas autoridades eclesiásticas de Chile, lo que causó un gran revuelo en Chile debido a los vínculos políticos y empresariales de Karadima. Luego de varios años de encubrimiento, complicidad y obstrucción dentro de la misma Iglesia Católica chilena, y una irritante pasividad y lentitud en los tribunales civiles, finalmente una demanda presentada desde Estados Unidos, a través de una ONG dedicada a perseguir sacerdotes pedófilos y efebófilos, abusadores y violadores, prosperó y concluyó que el párroco de El Bosque era culpable de tales acusaciones.

Claramente, la condena emblemática no tuvo mucho que ver con la decisión de las altas autoridades eclesiásticas del Catolicismo chileno, sino más bien por la propia iniciativa de los denunciantes de aparecer en los medios escritos (“El Mercurio”, “La Tercera”, “The Clinic”) y TV (“Informe Especial” de TVN y “Tolerancia Cero” de Chilevisión) y la presión de la ONG involucrada, además del alto impacto que el caso produjo en la opinión pública. Fernando Battle, Carlos Cruz y James Hamilton, siendo este último quien inspiró el protagónico de Thomas Leyton en “El Bosque de Karadima” (2015) fueron quienes más activos se mostraron y batallaron para que la causa no quedara prescrita e impune. Después de una serie de obstáculos diversos, que incluyeron el encubrimiento de la alta cúpula eclesiástica de Santiago, y luego de casi 15 años de denuncias, finalmente el Papa Francisco expulsaría del sacerdocio a Fernando Karadima.

El joven cineasta chileno Matías Lira (“Drama”, 2010) aceptaría la propuesta del productor Sebastián Freund (“Los Debutantes”, 2003) de dirigir lo que sería “El Bosque de Karadima” (2015) en el momento más álgido y mediático de los escandalosos casos de abuso sexual cometidos por el párroco de Providencia, a fines de 2013 e inicios de 2014, y cuando la opinión pública ya hacía tiempo demostraba tener una mala percepción de la Iglesia Católica, la que terminaría por concretarse en un rechazo categórico al conocerse la veracidad de las acusaciones. Y es que, hasta la fecha, con el descubrimiento de otros casos de abuso sexual que se siguen investigando en la actualidad, a la sociedad chilena le ha quedado más que claro que el caso Karadima era sólo la punta de un iceberg de una profunda y antigua red de casos de pedofilia y efebofilia, corrupción, abusos y violación de menores, que en algunos casos se originaron a fines de los 70s.

No sería extraño que esta temática terminara por convertirse en una verdadera “olla a presión” desde el punto de vista mediático y en una oportunidad, desde el punto de vista cinematográfico, de exponer una verdad cruda y dolorosa, no sólo como supuestamente es para la Iglesia Católica chilena, sino y muy especialmente para las víctimas de tales abusos, que han tenido que vivir con esta horrible realidad y muchas veces ocultarla por tanto tiempo. Pero, a la vez, esta oportunidad conllevaba con la responsabilidad no sólo de denunciar y hacer reflexionar a una sociedad profundamente herida y consternada por estos hechos, sino con la de no caer en la exposición unilateral y/o la caricaturización de los protagonistas y los hechos, situación que no es fácil para un director ya que necesariamente debe someterse a ciertas concesiones.

Aunque en este caso puntual no hay dos opiniones muy opuestas respecto a la brutalidad de los abusos psicológicos y físicos cometidos por Karadima, algunos le critican a Lira su tendencia a sólo retratar el comportamiento abusivo y corruptor del párroco de El Bosque sobre los adolescentes a los cuales acoge y sobre los cuales se autodesigna como asesor espiritual, y puede que haya algo de razón en ello, en especial cuando en el relato se echa de menos una construcción más humana de Fernando Karadima y sus motivaciones para actuar de esa forma, mostrándolo más como un monstruo humano que consciente de su poder y aprovechando la ausencia de una figura parterna para Thomas Leyton, simplemente disfruta y aprovecha las oportunidades que su cargo y estatus le brindan.

Sin embargo, en ese sentido, Lira trabaja este tema desde la perspectiva de naturalización de las relaciones que las víctimas llegan a establecer con sus victimarios y, por ende, la dependencia que éstos establecen con los abusadores, y que en el caso de Thomas Leyton se convirtió en una enferma relación homosexual de dependencia con Fernando Karadima, mientras el joven tenía entre 17 y 30 años, una relación que atravesaría por las típicas dudas de identificación sexual y vocación hasta una enfermiza dependencia extramarital inclusive. No se advierte que el tono de la película sea homofóbico a pesar de ello, en especial porque el mensaje final que “El Bosque de Karadima” (2015) parece dar es que lo enfermo está en la dependencia del abuso y no la relación en sí, y en donde la grisácea fotografía de Miguel Ioan Littin da cuenta perfectamente de dicha relación.

Sin embargo, probablemente, el elemento en que Lira más juega sus cartas es en esa incomprensible y hasta irresponsable decisión de algunos padres de eludir su rol de orientador, traspasándosela a terceros que supuestamente conocen y que estarían hipotéticamente mejor preparados para encaminar a sus hijos en la dirección correcta. Ambientada en los 80s, en concreto 1983, durante plena dictadura militar en Chile, la película explora el poder y estatus de algunos sacerdotes durante esa época, en donde la Iglesia había tomado una posición muy simpatizante con el régimen y, por ende, asumiendo roles de forma arbitraria y hegemónica gracias al poder que la propia clase acomodada del país le fue otorgando.

Ahora bien, Lira no explora lo necesario los tentáculos y la red de corrupción de menores que hay detrás de estos abusos, que se conocería luego cuando se acusó abiertamente la existencia de un círculo protector en torno a Karadima conformado por algunos de sus discípulos, que habrían sido también abusados pero cuya lealtad claramente habla de relaciones enfermizas y abuso psicológico en grados mayores, varios de los cuales habían alcanzado altos cargos eclesiásticos en la actualidad. Tampoco abordó la indiferencia, encubrimiento y desprecio de la alta cúpula de la Iglesia, que desestimó las denuncias e incluso protegió a Karadima, y que llevó al mismísimo Papa Francisco no mostrarse muy empático hasta cuando la evidencia era irrefutable.

“El Bosque de Karadima” (2015) contiene imágenes crudas de abuso físico especialmente, en el que el párroco se aprovecha de la vulnerabilidad emocional y desorientación sexual de los jóvenes para satisfacer sus filias sexuales, en especial con Thomas Leyton, en donde se sugieren varios encuentros sexuales de masturbación, felación e incluso penetración, hechos que son detallados en las actas procesales del juicio contra Karadima, que Lira adquirió y que define ciertamente la perspectiva del relato, que como ya señalé es esencialmente desde la visión del abusado.

No cabe la menor duda que Luis Gnecco (“Johnny 100 pesos”, 1993; “Neruda”, 2016; “Una mujer fantástica”, 2017) se empina como el gran maestro de ceremonias de “El Bosque de Karadima” (2015), interpretando a un sacerdote con notables habilidades para manipular y, a la vez, abusar psicológica y físicamente de quienes les rodean, y pisar la confianza e ingenuidad de los más jóvenes. Inteligente, tiránico y maquillador, el Karadima de Gnecco da cuenta de personajes siniestros que aparentan ser lo que no son y que sólo buscan satisfacer sus propios intereses y necesidades. Su interpretación le significaría quedarse con los premios Caleuche y Pedro Sienna al mejor actor protagónico por este papel, además de obtener el premio en la misma categoría en el Festival de Cine de La Habana.

Pedro Campos (“Videoclub”, 2013) y Benjamin Vicuña (“Dawson.Isla 10”, 2009; “Baires”, 2015) interpretan a Thomas Leyton en sus etapas de adolescente y adulto joven, siendo el primero más efectivo a la hora de expresar desorientación por su corta edad, algo que Vicuña le cuesta un tanto desde su vereda como adulto con familia que sigue prendido de la labia y dependencia de Karadima. Puede que el carácter ambiguo que Lira insiste en darle al personaje de Leyton, repercuta un tanto en Vicuña para no ofrecer una performance más natural, pero lo cierto es que la actuación de Gnecco y el conocimiento que la opinión pública tiene del caso parece ser suficiente como para que la película no falle rotundamente en sus actuaciones.

La película cuenta con secundarios interesantes, comenzando con Francisco Melo (“Gente Decente”, 2004; “El Brindis”, 2008) e Ingrid Isensee (“Babyshower”, 2011), el padre Aguirre y Amparo respectivamente, que surgen como pilares en la búsqueda y encauzamiento de la justicia que tanto Karadima como Leyton no tiene como prioridad, el primero porque es el victimario y el segundo porque no logrará comprender los alcances de esa realidad hasta que vea que lo más preciado que tiene esté en peligro, su hijo. En ese sentido, el personaje de Amparo surge como la clave para romper con el círculo en cuanto se entera de la verdad (a pesar de que ha vivido ignorándola por años) y el padre Aguirre como el faro que se contrapone a toda la oscuridad del encubrimiento.

En el reparto también encontramos a Marcial Tagle (“Violeta se fue a los cielos”, 2011; “No”, 2012) como el padre Altunaga, amigo de Karadima; la eterna Gloria Münchmeyer (“Julio comienza en Julio, 1977; “La luna en el espejo”, 1990) como Elena Fariña, madre de Karadima; y Aline Küppenheim (“Machuca”, 2004) como la madre de Thomas, más preocupada de rehacer su vida que de su hijo.

La banda sonora estuvo a cargo de Camilo Salinas (Serie “Los 80s”), ex tecladista de Los Tres y Pettinellis e integrante de la banda Inti-Illimani Histórico, quien trabajó esencialmente una ambientación a base de piano y bajos de chelos para las escenas más crudas, e incluso una sección de coros infantiles y cantos gregorianos para contextualizar la percepción de devoción que los feligreses de la parroquia El Bosque sienten por Karadima.

En resumen, un film que se atreve explorar los derroteros más perversos de la manipulación y corrupción, aunque caiga un tanto en volverse unilateral por momentos, principalmente por cuestiones mediáticas y de opinión pública. Se le aplaude también que surja en un momento álgido en que la sociedad chilena necesitaba aceptar que estos abusos ocurren desde hacía mucho tiempo.



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