Ficha Historia de los Crisantemos Tardíos


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Críticas de Historia de los Crisantemos Tardíos (2)




Mad Warrior

  • 12 Mar 2022

9



Itinerancia, desilusión y vergüenza, los principales escollos en el camino del actor, sobre todo cuando el reconocimiento y la fama escapan de él, sobre todo cuando se le impone una de las más crueles normas de dicho mundo:
¨De nada sirve el talento si no va a acompañado del prestigio de un nombre que le respalde¨...

La historia de un actor cuya existencia estuvo marcada por este estigma, a todas luces imposible de deshacerse de él; Onoe Kikunosuke existió realmente y perteneció a uno de esos linajes legendarios del teatro kabuki, adoptado en la familia y siguiendo la tradición, y su historia sería trasladada de un modo en parte ficticio a versión literaria por el autor Yoshikazu Moramatsu, conocido por sus cuidadas novelas históricas y su espíritu rebelde tras sus frecuentes estancias en China, donde compartió los ideales de intelectuales extranjeros y se empapó de la cultura moderna occidental.
La obra, ¨Zangiku Monogatari¨, se publica en 1.936 y resulta todo un éxito, incluso será muy adaptada al cine, radio y televisión con el paso del tiempo; el primero en el medio cinematográfico que se ocupa de ello es Kenji Mizoguchi, quien en ese momento vive una etapa agitada y no poco frustrante debido a los encargos de orden propagandístico que se ve obligado a realizar. Al no desear reincidir en este tipo de cine, como todos sus colegas de profesión, decide regresar a Kyoto para trabajar en Shochiku, tentado por la oferta del productor Shintaro Shirai, lo cual aprovechará dado su creciente notoriedad y exige una libertad artística total.

Debido a su amistad con artistas progresistas teme padecer su misma suerte (acabar en prisión o ser enviado a primera línea del frente), así que se orienta a dirigir historias sobre el teatro, lo cual no sorprende vista su pasión por todas las formas de espectáculo y su decisión de insertar representaciones de obras en sus películas o evocar la existencia de los actores; en su caso el teatro siempre está presente en su cine, sin embargo el relato de Moramatsu le hace declinar sus temas recurrentes, pues, ambientado en el último periodo de la era Meiji, será uno de sus pocos trabajos que sigue por entero el destino de un hombre.
Aquí, Onoe se presenta como un actor mediocre que vive dominado por la personalidad de su padrastro, maestro del kabuki, y pronto nos damos cuenta de que esto es un reflejo del mismo negocio del teatro, dominado por una arrollador y estricto orden patriarcal; sin embargo para el joven todo son falsos halagos debido a que pertenece a la familia noble de Matsusuke. Para vencer la parte opresiva del padre deberá enfrentarse a él (gesto muy audaz el de Mizoguchi, ya que tal rebelión y rechazo de la tradición podría ser interpretado en el Japón de aquellos 30 como una acción contestataria contra la patria y el emperador...).

Y más aún teniendo en cuenta su brutal visión sobre la lucha de clases sociales; en efecto, Onoe, al haber encontrado en la dulce criada Otoku a la única persona capaz de expresar sus sentimientos y opiniones con plena sinceridad, opta por dejar el asfixiante seno paterno y fugarse con ella. De este modo la estructura de la trama podría dividirse según los saltos temporales que presenta, a modo de episodios, para mostrar la evolución del protagonista en su largo peregrinaje con el objetivo de mejorar como actor sin tener que hallarse bajo la sombra de su padrastro.
Pero aquí se evidencia lo que llevó a Mizoguchi a aceptar esta historia: Onoe no puede ser un individuo viril y dominante, pues su sensibilidad artística y humana lo feminiza, sin duda la razón por la cual este cineasta de la mujer es capaz de volcarse en él con total indulgencia; esto se lleva hasta tal punto que al joven no le queda más remedio que interpretar papeles femeninos en el escenario para cristalizar sus dones y su naturaleza, descansado parte del drama en una dualidad de identidades. El papel de la mujer, por otra parte, vuelve a tomar una gran importancia, con Otoku prefiriendo sacrificar su felicidad a ver cómo su amado destroza su vida tras oponerse a los mandatos del padre.

Todo el arduo periplo que ambos vivirán, desde Tokyo a Osaka, de ahí a trabajar para una empobrecida compañía itinerante, y de nuevo, en un ciclo expiatorio, de nuevo a Tokyo, es la criada el total sustento del actor (quien se degenera y bestializa a cada año que pasa), entregada hasta las últimas consecuencias, incluso ignorando su penoso estado físico, y con el único deseo de verle triunfar sin seguir malgastando su talento.
Su último gesto, abandonarle para siempre si con ello él logra recuperar el prestigio, roza lo grandioso según la visión ¨mizoguchiana¨.

Pero más allá de la metáfora sobre el martirologio femenino y la opresión que la sociedad de castas y la ingratitud masculina imponen, ¨Zangiku Monogatari¨ alcanza instantes magistrales únicamente gracias a su puesta en escena, a menudo estática, siempre fluida y suave; en ella encontramos esa aterciopelada sensualidad de las figuras de estilo que tejerán las futuras obras maestras del nativo de Tokyo, quien construye este itinerario ¨freudiano¨ con pudor y distancia mediante representaciones kabuki de una asombrosa hermosura, filmadas casi de manera documental, y se presta como nunca a los planos-secuencia, largos y minuciosos, no recurriendo a primeros planos.
El mejor ejemplo lo tenemos en esa escena, brillante, donde Otoku y Onoe pasean bajo el cielo nocturno y ella le revela sus sentimientos. Incluso en los momentos de mayor intimidad de los protagonistas, cuando el dolor y el amor se revelan poderosos, la cámara decide mantenerse alejada y hacer las veces de espectador; este es el motivo por el que se puede afirmar que el teatro siempre ha estado presente para Mizoguchi, al preferir filmar frontalmente a los actores, en plano fijo, de ceremonioso estatismo; para él cada personaje debe ocupar un lugar en el espacio enmarcado por la pantalla.

Lugar que define su relación psicológica y social con los otros protagonistas, además de reinar la idea de que el agua y la belleza se perfilan mortíferas y aterradoras; lo que anunciaba su gran díptico sobre la prostitución contemporánea (¨Elegía de Naniwa¨/¨Las Hermanas de Gion¨) se extiende secretamente a este melodrama oscuro y desgarrador en el que puede afirmarse como cineasta de la belleza angustiosa. Esta belleza nunca es decorativa o meramente seductora, sino que resulta sacrificial y antecámara de la muerte o la destrucción (o la autodestrucción).
En contraposición al gran gesto de sacrificio de Otoku, sorprende aún más el del padre, que se presta a la benevolencia en el último momento tras haber contemplado a su antes despreciado vástago madurar realmente como actor, y gracias a algo de lo que él quizás, en su juventud, no gozó: el cálido y honesto corazón de una mujer a su lado. Así que, pese a pertenecer el protagonismo a Shotaro Hanayagi, experto del kabuki en la realidad y gran admirador de Mizoguchi, todo el peso dramático reposa sobre los hombros de la joven Kakuko Mori, quien temía por sus exigencias.

De sobras era conocida la severidad del realizador durante los rodajes, y esta ocasión no iba a ser una excepción, donde despidió en menos de tres días a la incompetente Reiko Kitami y dio el visto bueno a Mori por recomendación de Hanayagi, no sin exprimirla debidamente para lograr de ella las interpretaciones más realistas y creíbles...
Y a fe que lo consiguió, pues la chica, de 25 años, deslumbra por si sola en una actuación magistral, como también lo hace su compañero, en especial durante esas representaciones que impactan por su exquisitez visual y artística.

En este sentido bien merecen ser alabados el diseño de producción de Hiroshi Mizutani, los preciosos decorados de Jotaro Kikukawa y Dai Arakawa y la fotografía áspera a la vez que sensiblemente vaporosa de Yozo Fuji y Minoru Miki (la cual logra captar el dramatismo en la naturaleza exterior como en la profundidad de los decorados interiores).
Mizoguchi puede sentirse orgulloso de su obra, aplaudida por la crítica y que gusta al público, donde empieza a exponer la gran belleza formal y la gravedad discursiva que distinguirán a todas las películas que están por venir. De ellas la más cercana será su versión (también sujeta a los patrones del kabuki) de la tan adaptada gesta histórica de los cuarenta y siete samuraís, ¨Genroku Chushingura¨.



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Parnaso

  • 31 Jan 2015

5


HISTORIA DE LOS CRISANTEMOS TARDIOS

Primera que me veo del japonés Mizoguchi y he de decir que la historia está bien pero que se hace bastante pesada y aburrida por el tempo que le imprime el dire a cada escena,los personajes no tienen sangre y eso hace que aburra más todavía.La historia está guay.Un actor mediocre hijo adoptivo de otro actor de buen calibre y conocido,recorre un viaje itinerante hasta que le reconoces su trabajo,a parte se crea una historia de amor y el interés propio de los padres del muchacho.Es del 39,rodada en blanco y negro y la ambientación muy guay.

Buen argumento pero aburrida y cansina,una penica.



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