Ficha Una Mujer en la Playa


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Críticas de Una Mujer en la Playa (1)




Mad Warrior

  • 23 Dec 2021

7



¨Tan hermosa por fuera...y tan mala por dentro¨. Es la frase que en definitiva define la esencia de la ¨femme fatale¨, la instigadora de la tragedia y siempre capaz de explotar como nadie su condición de víctima.
Peggy Butler también lo es, pero tal vez de las más inesperadas...

El maestro Jean Renoir lleva casi siete años en terreno estadounidense tras huir de su Francia natal cuando se alzó el poder nacionalsocioalista, y como muchos otros cineastas del viejo continente (Lang, Siodmak, De Toth, Hitchcock) también mantuvo un romance con la industria de Hollywood, lo que significó adaptarse a sus exigencias y a la situación de un país mucho más cuidadoso con las libertades y la moralidad. Se intuía por tanto un brusco cambio en su carrera; empieza con la vuelta del director al seno de RKO, donde Jack Gross ha reemplazado al jefe Charles Koerner y se va a adaptar una novela del científico y autor Mitchell Wilson.
Joan Bennett está en el proyecto, seguro infalible tras su colaboración con Lang en la monumental ¨Perversidad¨, y es ella la que convence al parisino, quien sufrirá, a pesar de la libertad que le concede Gross, inconvenientes durante el rodaje y sobre todo la posproducción. Pero la historia no empieza con la mujer, sino con un guardacostas y otrora soldado del ejército, Scott, cuyas pesadillas se extrapolan directamente en pantalla; momentos de gran poder visual donde se logra una fascinante quiebra con la realidad, por medio de la elegante y onírica intromisión de los fantasmas de la mente.

Rodada justo en los inicios de la posguerra, Renoir se aproxima a la problemática cotidiana de quienes habían regresado del frente completamente marcados por más que esos traumas no se manifestasen a simple vista, y Robert Ryan, auténtico imán sobre el que recaen todas las emociones contenidas en el guión, encarna a esa generación de hombres señalados por su participación en el combate y asustados ante un futuro y una sociedad no siempre dispuestos a reconocer y premiar sus sacrificios. Sin embargo, eso no significa que la película contenga una fuerte carga social (de hecho eso lo evita el director, algo raro en su cine)...
Más bien funciona como contrapunto a una mirada comprensiva y llena de ternura hacia esos seres que aspiran encontrar en el amor furtivo la paz que el mundo y sus propios destinos parecen empeñados en negarles. Ese amor no lo encarna la dulce y sumisa Eve, sino Peggy, cuyo encuentro con Scott, entre la espesa neblina de una solitaria playa y los despojos de un navío de la guerra, resalta su presencia misteriosa y etérea; la atmósfera está dotada de una extraña sensualidad mórbida, casi rozando el onirismo expresionista, y surge la atracción, muy peligrosa. Esto se refuerza por la aparición de un marido (Tod) cuya ceguera hace las veces de cadena para atar a la mujer al lecho conyugal, contra su voluntad.

Climas asfixiantes y de pura extrañeza delimitan el cara a cara inicial entre el guardacostas y el antiguo pintor, dos hombres marcados por un pasado en el que perdieron parte de sus vidas. Curiosa similitud de elementos hayamos aquí, pese a tener todo una base literaria; con Bennett al frente de lo que parece ser un triángulo amoroso de deseo físico y sadismo recalcitrante, se revisita la situación vivida en ¨Perversidad¨, si bien ahora la ¨femme fatale¨ goza de recibir un trato más humanista debido a su condición de mujer torturada por la presencia masculina, y de una historia que oculta momentos de insólita violencia cuyas consecuencias delimitan su destino y su evolución posterior.
Pero la obra de Lang, de la cual se heredan muchos de los tics del cine negro (además es imposible no acordarse de ¨Perdición¨), remite también a dos clásicos del propio Renoir: ¨La Chienne¨ y ¨La Bestia Humana¨ (convertida después por el austrohúngaro en ¨Deseos Humanos¨). De repente Scott despierta del hechizo del enamoramiento inicial y se halla, al igual que Chris Cross o Walter Neff, siendo el protagonista de una intriga ¨noir¨ de malicia y odio que rezuma desde las entrañas y el corazón, donde se cruzarán la lealtad de la amistad con los celos y el amor prohibido, resorte de una más que previsible tragedia...

Particularmente desasosegantes resultan los encuentros entre Scott y Tod, llegando Renoir a crispar como nunca los nervios del espectador con un paseo, el primero a caballo y el segundo andando, al borde de un precipicio; ni el mismísimo Hitchcock aseguraría unas dosis de suspense tan agobiantes. Sin embargo toda esta violencia que vicia el oxígeno, tanto más por la actitud terriblemente fría de la mujer, no obtiene una resolución tan desoladora como en un principio pudiera prometernos; podría ser el resultado de las imposiciones de la productora, nada contentos con el primer montaje, dañando así la verosimilitud y la esencia de la obra.
El director desea resaltar las codicias individuales y el puro deseo sexual, algo un tanto fuera de lugar en la América de los 40; sí, se nos honrará con un enfrentamiento espectacular filmado entre aguas turbulentas y un clímax intenso con el fuego como elemento de muerte y resurrección, pero nada de lo que el francés ansiaba alcanzar es permitido por la censura. Por lo menos, Bennett y Ryan se conjugan como un dúo fantástico, y es que su química permite que salten chispas en pantalla durante los tórridos encuentros de sus personajes; Charles Bickford asquea, perturba, por su mirada fija y penetrante y sus siniestras modulaciones de voz. Una pena el papel tan irregular de la rubia Nanette Leslie como Eve.

Renoir, mal parado por el fracaso de una película que rompe audazmente con la línea reivindicativa del cine de posguerra sin renunciar a un marcado humanismo, abandona RKO y de paso EE.UU.; lo próximo será un drama sensacional, ¨El Río¨, filmado enteramente en la India y en Technicolor.
Nos quedamos con la imagen inicial de Peggy en la playa, hechizo perverso y erótico, entre nieblas y fantasmas, como parte de un maravilloso sueño transformado en horrenda pesadilla...



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