Ficha La Espada del Mal


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Críticas de La Espada del Mal (1)




Mad Warrior

  • 24 Nov 2021

8



Profiere su espada un clamor de venganza y muerte surgido de las mismísimas tripas del Infierno, y cuando éste concluye docenas de cadáveres cubren el espacio.
Pocos guerreros sin señor han reflejado tan visceralmente el Mal en su rostro y en el filo de su katana como él...

Son incontables los ¨chambaras¨ que llenaron las pantallas durante los 60, desde fábulas de puro entretenimiento hasta frescos épicos fieles a sucesos del Japón feudal pasando por aventuras de fantasía o retratos más oscuros dedicados a profundizar en la psicología de estos misteriosos y fascinantes personajes. El célebre autor Kaizan Nakazato se adelantaría casi cincuenta años creando a Ryunosuke Tsukue para ¨Daibosatsu Toge¨, serializada primero en periódico y extiéndose después a numerosos volúmenes, hasta convertirse en la novela más extensa escrita en Japón.
Debido a la popularidad de este ronin nihilista, amoral y psicótico, las adaptaciones no tardaron en llegar, siendo el maestro del género Hiroshi Inagaki el primero en llevar el texto al univero cinematográfico, y contando con el mítico Denjiro Okochi dando vida a Tsukue. Aunque por desgracia Nakazato falleció antes de ver otras secuelas y ¨remakes¨ de su serie literaria, éstos siguieron realizándose; quizás la más famosa fue la trilogía que inició Kenji Misumi en 1.960, esta vez protagonizada por otro habitual del ¨jidai-geki¨, Raizo Ichikawa.

Entonces Kihachi Okamoto, prolífico y versátil cineasta, se vio un tanto forzado por sus jefes de Toho (quienes no estaban muy contentos con su trabajo en la aún inacabada ¨Satsujin kyo Jidai¨) a encargarse de una nueva adaptación, siguiendo el libreto del amplio colaborador de Kurosawa (y de él mismo) Shinobu Hashimoto. El relato comienza en el paso Daibosatsu en Marzo de 1.860, marcando el principio de la era Manen debido al incidente histórico de Sakurada-mon; un peregrino budista y su nieta Omatsu suben la montaña y él se queda sólo rezando mientras la chica va a buscar agua.
Desde el primer momento Okamoto hace de Tsukue un ser de trasfondo puramente metafísico y demoníaco al rezar el anciano por su muerte y aparecer el anterior para rajarle con su espada a sangre fría; la secuencia, desoladora, daña por su aspereza y crueldad. A partir de aquí seguimos los pasos de este samurái, hijo del maestro de una escuela de lucha, aquejado por su incapacidad de empatía y dominado por una sola inquietud, la de devorar las almas que se encuentra en su camino; la trama se divide en tres episodios (o ¨incidentes¨) a lo largo de tres años, los cuales comprenderán diversos personajes y sucesos aparentemente separados para más tarde converger entre sí.

Destinado sólo a proyectar en la Humanidad su oscuridad interior, la mente y el alma de este villano no pueden sino conducirse por una senda en penumbra hasta su transformación total en demonio. El resorte de la venganza que le atañe es su combate con un guerrero de la escuela Kogen, Bunnojo Utsuki; el sagaz Sanjuro de Kurosawa le hacía entrañable a los ojos del espectador, pero Tsukue sólo despierta odio y desprecio por su poder de manipulación, por su inestable y psicótica conducta. Dos víctimas resultantes, Bunnojo y su esposa Ohama, forzada a quedarse con el ronin, impulsan a Hyoma, hermano del primero, en su deseo de ajustar cuentas.
Otra víctima es Omatsu, ayudada por un ladrón bondadoso llamado Shichibei que pronto será concubina de un poderoso señor; las convenciones de la época esbozan una desgarradora situación alrededor de la figura femenina (en el caso de Omatsu la imposición a la sumisión, en el de Ohama el inevitable descenso a la locura). Este segundo episodio, se inicia en la establecida era Bunkyu, cuando un desterrado Tsukue pertenece a la facción histórica Shinsengumi; ahora es el dojo de Toranosuke Shimada el escenario del mal presagio y la muerte, con Hyoma aún preparándose para su venganza, sentimiento que recorre e impregna toda la película.

Gran conocedor del sufrimiento humano al participar en la guerra, Okamoto precisa el impacto de la violencia con su escrutadora cámara, modelando en cada secuencia una exquisita composición de elementos, sobre todo destacando los naturales (la nieve, el viento, la lluvia), que, mezclados con la sangre derramada y los miembros cercenados consiguen elevar los combates a otro nivel artístico; los enfrentamientos en espacios interiores resaltan el desasosiego y la ausencia de oxígeno y escapatoria. El punto de inflexión lo hallamos en el atroz duelo contra Shimada, que hará aflorar la incertidumbre en la inestable mente de Tsukue, así como el miedo a sí mismo.
Los muchos duelos y traiciones y la interesante (pero a priori insulsa) subtrama de Omatsu derivan en ese capítulo final donde todos los personajes se cruzarán, brindándonos además algunos de los momentos más excitantes e intensos de la película. El excelente trabajo de la fotografía en blanco y negro de Hiroshi Murai y la dirección artística de Takashi Matsuyama son clave para Okamoto en su creación de ambientes sofisticados y absorbentes; por otra parte cuenta con un gran reparto, el cual encabeza un Tatsuya Nakadai endemoniado (el reverso oscuro, desquiciado y viscoso del Tsugumo de ¨Hara-kiri¨).

A éste, que logra una interpretación tan amenazante capaz de helarnos los huesos, lo siguen el gran Toshiro Mifune (de nuevo coincidiendo con él), esa bellísima Yoko Naito y otros importantes actores como Ichiro Nakatani, Ko Nishimura, Kei Sato, Michiyo Aratama y los más veteranos Ryosuke Kagawa y Kamatari Fujiwara.
Aunque sea un ¨remake¨ palmo a palmo de la obra de Misumi, Okamoto retrata a Tsukue como el samurái amoral por excelencia, el más siniestro de la fábula ¨chambara¨ y quizás mejor que ninguno de los anteriores realizadores encargados de adaptarlo. Por desgracia la nueva trilogía planeada en un principio por Toho nunca se materializó, de ahí la extrañeza que provoca esa abrupta y feroz inconclusión; una lástima...



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