Ficha Lorna


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Críticas de Lorna (1)




Mad Warrior

  • 1 Feb 2023

6



Dios, en su infinita mala sombra, quiso desafiar al ser humano con el objeto de pecado perfecto, a simple vista incorruptible y piadoso.
El hombre se equivocó. Lorna fue creada...

Así podría dar comienzo esta fábula de elevados temas morales, extraños de ver, sin duda, en una obra del ensoñador Russ Meyer...¿o tal vez no? El caso es que, a pesar del desafío por ponerlas en circulación debido al alzamiento de los comités de censura contra él, el éxito de sus primeras películas corroboró su talento para la explotación erótica; también provocan que le consideren un pornógrafo tonto obsesionado por los físicos desmesurados. Su salida a Europa para filmar por primera vez para productores ajenos era la respuesta a este molesto encasillamiento.
Pero ¨Fanny Hill¨ no es algo de lo que estar orgulloso, y así, fatigado por la terrible experiencia de rodaje y posproducción, donde perdió el control sobre el montaje, regresa a casa para continuar su evolución. Está inspirado por el cine europeo (en especial la ¨nouvelle vague¨), muy arriesgado en comparación con lo que se hacía en EE.UU., y es un fanático de la revolucionaria ¨...Y Dios creó a la Mujer¨; concibe una historia que se apartará de los cánones de sus películas hasta el momento, empezando una nueva etapa, y ya sólo con el comienzo practica ese distanciamiento que tanto desea.

Respira esencia francesa esta apertura en mitad de una autopista infinita, observada en plano subjetivo, y cuyo avance nos interrumpe un predicador malhumorado (Jim Griffith, actor ya veterano, compositor y guionista de la película, para más inri). Sus palabras resuenan atronadoras, sobre el pecado, sobre la justicia, sobre el derecho a juzgar y ser juzgado; pareciera que el director dirige tal perorata contra los censores que le condenan fácilmente sin conocer sus obras; de este modo, tras su advertencia, nos lanza a un relato de aleccionamiento ético y fatalismo.
Habitamos entonces una realidad alternativa, la que de alguna forma u otra siempre yacía bajo la capa de artificio de sus films. Lo más importante para plantear un desafío moral es establecer la maldad, y eso vendrá directamente del instinto del hombre; por primera vez en su cine se producen interacciones reales entre éstos y las mujeres, que serán algo más que objetos de deseo, también de pecado y compasión. Llega la violencia, ¨marca de la casa¨, desagradable y muy dura para el ojo humano; tras una paliza a una muchacha del pueblo se deja claro la ostentación del poder masculino y el dominio sobre la fémina.

Al otro lado queda Lorna. La desconocida Barbara Popejoy aporta una sensualidad salvaje pero desde el drama de una joven que ha de sufrir una tediosa reclusión debido a la gélida pasión de su marido Jim. Y Meyer nos lleva a su interior empleando una sofisticación inimaginable de las formas y su técnica, cruzando la línea de la cruda realidad para habitar un inconsciente onírico filmando en blanco y negro, y por primera vez en 35 mm.; los recuerdos de aquélla revelan una sufrida lucha por conquistar su identidad femenina lejos de las ataduras matrimoniales y los valores tradicionales.
No posee la agresividad de las futuras hembras del director, pero se postula contra seguir siendo presa de la idealización y del poder masculinos; en cualquier caso, quiere experimentar la liberación de su instinto y deseo reprimidos. La ironía del guión es la que determina el destino de la pareja, y hace que la maldad, la brutalidad, y, por consiguiente, el pecado y la infidelidad, actúen de catalizadores para dicha liberación; así, Lorna despierta de su letargo tras sucumbir a un indeseable recién huido de prisión, empezando con un intento de violación que termina llevando al placer. Meyer, que vuelve a relacionar la presencia de la naturaleza con el deseo y el acto sexual, no usa un discurso desfasado de condena del pecado.

En su lugar lo observa desde la burla y la mordacidad. A cualquiera en aquella época le gustaría señalar a Lorna como pecadora furcia y preparar la lapidación; y tal vez caiga en la tentación, pero no se corrompe. En su cálida inocencia, acoge al preso fugado (brillante Mark Bradley, que no se diga) y hace el papel de esposa tradicional con él; ha sido complacida, ha logrado sentirse mujer, y ella responde en consecuencia, como la tradición católica le ha enseñado. Incluso duda al comprar en la tienda, pero sigue creyendo en las palabras de aquél, porque es un ser de buen corazón. Jim, apartado en unas minas de sal, también lo es.
Se harta de las acusaciones de infidelidad de su esposa por parte de Luther (Hal Hopper, tan repulsivo que cuesta mirarle a la cara), pero sigue equivocándose en su idealización. Ambos, algo que también será característico de las obras del californiano, dan vida al arquetipo de seres demasiado decentes y oprimidos para existir en un mundo demasiado cruel, despiadado y sucio. Es la ambigüedad poco aclarada la que se alza en todos los sentidos. ¿Si Jim fuese distinto habría experimentado Lorna la violación desde el placer?, ¿aceptamos la aspiración de redención de Luther cuando al principio azotaba a una pobre chica?, ¿y puede ser perdonada la infidelidad de Lorna?

Pareciera que debe pagar por los pecados de todos para que sean conscientes de su culpa y alcancen su redención. Meyer la sacrifica acorde a como la sociedad de su momento lo haría. Pero que juzguen los hombres que contemplan esta fábula retorcida, hombres en cuyos interiores se agazapan otros Luthers o están tan absortos como Jim.
La doble moral, la agresividad sexual, el uso de un predicador, todas armas de doble filo para ¨Lorna¨, muy lucrativa en los circuitos ¨underground¨ pero responsable del ataque de la censura de todo el país a su director, quien ha de pagar su propio precio por su deseo de seguir luchando contra los tabúes. Pero lo logra, sí, y a través de una evolución formal brillante.



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