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Un ladrillo hueco e insistente. La historia cuenta cómo el comando txikia fraguó el atentado a Carrero Blanco. En un principio, la voz en off que aparece desde el inicio a darnos directrices sobre todos los movimientos que se ven en pantalla, comienza con una especie de recordatorio al político fachoide, informándonos de su vida y trayectoria profesional en tono poético. Acto seguido, aparece el comando ingeniando el plan para el atentado de manera fría y abrupta, lo mejor, perdón, lo más chistoso y vergonzoso de todo, es que todos los integrantes del grupo carecen de acento euskaldun, lo que este aspecto, produce risa y vergüenza ajena por la apreciable poca intención que otorgaron a la hora de cuidar tan importante detalle para dar credibilidad a la historia, y es que parecen salidos del mismísimo Torrejón de Ardoz. Llama la atención la presencia de Paul Naschy fuera de su zona de confort interpretando a un licántropo, mostrando poca consistencia en este menester, y en el de personalizar un aizkolari. Por otro lado, este mismo personaje que pone pegas a que el grupo mantenga relaciones con mujeres pues lo ve como un peligro para la mantención en secreto de la banda, es el primero en tener un amorío con una a las primeras de cambio, Naschy siempre mojando churrete, no sé cómo se las ingeniaba. Otro aspecto que termina chirriando es la voz en off del narrador que no hace más que subrayar lo que se está viendo en pantalla tratando al espectador de necio... Llega un punto en el que todo se vuelve insoportable, de tal modo que es imposible considerar esta película como buena. Es fría, y por tanto, no transmite nada.

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