Ficha Cerdos y Acorazados


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Críticas de Cerdos y Acorazados (1)




Mad Warrior

  • 20 Nov 2021

7



Cayeron las bombas. El 14 de Agosto de 1.945 se logra por fin la derrota de Japón y sus habitantes pueden escuchar por primera vez en la radio a Hirohito Michinomiya, anunciando la rendición incondicional.
El país se convierte entonces, pese a toda la remodelación política, los acuerdos exteriores y las reformas, en la isla de recreo de los invasores americanos...

Este sentimiento, impregnado en el alma de millones de japoneses como una espina clavada, empezó a aflorar en el panorama cinematográfico a modo de denuncia, primero disfrazándose de dramas intimistas y poco a poco tornándose en feroces críticas sociales; uno de esos títulos llegó ya iniciada la década de los 60 de la mano de un cinesta que se convertiría en uno de los mayores rebeldes de la industria: Shohei Imamura. Tres años llevaba ya en Nikkatsu haciendo películas con las cuales no quedó satisfecho, ni siquiera con ¨Mi Segundo Hermano¨ a pesar de ser un éxito de crítica a nivel nacional e internacional.
Todo cambiaría cuando tuvo la oportunidad de adaptar una novela de(l también productor) Kazu Otsuka, que sitúa los hechos en la ciudad costera de Yokosuka, inmediatamente después de la tan nefasta ocupación. El guión del afiliado a Shochiku Hisashi Yamanouchi y la visión del director reflejan de maravilla la situación del pueblo japonés durante esta etapa tan desafortunada (sobre todo el pueblo del más bajo estrato social, el que siempre ocupó las obras de Imamura), y lo muestra desde un punto de vista corrosivo, condenando sin límites de ninguna clase la presencia americana en una sociedad quebrada y precipitada a la ruina total.

Ahí nos lleva, a la zona más agitada de la ciudad, cerca de la base militar allá establecida, y además lo hace con el himno estadounidense y la bandera roja, blanca y azul alzándose sobre el lugar como símbolo absoluto de la victoria. ¿Pero dónde dirige su mirada tras esta introducción desde el aire? Conociéndole, a donde nosotros ya sabemos: a través de los suburbios, inundados de cegadores carteles de neón en inglés, a los bares atestados de yanquis y a los prostíbulos, donde una reyerta con las chicas comienza su furioso discurso, que cruza de principio a fin la obra como un vertido de ácido.
En este clima de injusticia sangrante donde los agentes de la ley se tornan contra sus compatriotas, los invasores se pasean triunfantes y con el derecho a crear el caos y los grupos criminales toman el control del lugar desde sus entrañas, se nos narra la historia de Kinta, uno de tantos chicos que, decidido a convertirse en alguien importante en esa sociedad sin ley ni orden, se involucra con un clan yakuza dedicado a la extorsión, el chantaje, en definitiva a extender la violencia. Detestable, chillón, descerebrado y rematadamente inocente, Kinta es la imagen de Imamura en su juventud, cuando para sobrellevar la pobreza familiar tras la guerra, se vio forzado a trabajar como traficante en el mercado negro.

De su lado iremos conociendo el putrefacto microcosmos en el que quiere aparentar ser todo un hombre cuando en realidad no lo es, sin embargo un acto de rebeldía contra su anciano padre, quien sobrevive a base de vender astillas de madera y bebe para sofocar las penas de tener una familia muerta en la guerra. Más que la historia de un chico lo que vemos es la historia de un mundo en descomposición. Aquí los cerdos son el único negocio lucrativo que encuentra el pequeño grupo de Kinta, cuyo kyodai es Tetsuji, figura que sirve al cineasta para desmitificar al yakuza clásico al transformarlo en un débil sin autoridad y con graves problemas de salud.
Esta ausencia de aire, de futuro, viene reforzada con el blanco y negro viscoso, indigesto y grasiento de la fotografía de Shinsaku Himeda. Los gángsters, como de costumbre, pegan, amenazan, doblegan a su parecer (especialmente desagradable es la secuencia del maltrato al dueño del taller mecánico); pero éstos no son los únicos. En realidad parece que todo el mundo colabora para arrastrar un poco más la sociedad al más negro de los abismos: la dueña del lupanar roba a sus chicas; los miembros de los clanes yakuza se mienten y traicionan entre sí, la policía ni tan siquiera aparece a controlar la situación, las madres obligan a sus hijas a prostituirse para los invasores por el bien del núcleo familiar...

La radiografía, muy neorrealista de Imamura, es dañina hasta la extenuación y las acciones de sus personajes (de todos, a excepción quizás del padre de Kinta) están condicionadas por sus actos impulsivos, ignorantes o por su tremenda estupidez, lo que hace imposible el empatizar con ellos. La luz entre tanta oscuridad imperante viene dada por Haruko, una muchacha que trabaja en un bar y que soporta como puede su noviazgo con Kinta, una luz que no hace sino apagarse poco a poco pues el anterior se niega a cambiar de vida; esta historia, a nivel personal tan abocada a los trillados clichés, provoca al director desviar de vez en cuando su mirada a la situación social. Un buen ejemplo: hacia el final cuando, tras verle muerto, Haruko insulta a gritos a Kinta.
Entonces la cámara se aleja de ella y abre un plano general de un grupo de gente hablando de la llegada de más americanos. Aunque precise de una prueba de fuego masoquista y dolorosa, Haruko es el único atisbo de esperanza propuesto, para abandonar la miseria en busca de un futuro (en un gesto contestatario, caminará en sentido opuesto a las mujeres que reciben a los americanos entre gritos de alegría), y a la vez contraria a las ideas tan apegadas a la tradición (ella como reflejo de la mujer moderna, al revés de lo que su madre y su hermana esperan: ser la clásica esposa japonesa, sumisa y prudente). Imamura como el perfecto ¨anti-Ozu¨.

Y es que si por algo se caracteriza es por su retrato amargo, cínico y brutal de este reducto de parias, delincuentes, perdedores en general (al que el mismo perteneció una vez) y de la decadencia que les rodea por culpa de la guerra; no quedan dudas cuando, tras discutir Haruko con su familia sobre convertirse en mujer de un americano, su hermano pequeño lee en un libro del colegio sobre la cultura y la belleza del país japonés. La crítica es abrasiva y la burla recalcitrante, tanto como el sentido del humor tan negro y afilado del director.
Humor que a veces se infiltra en las situaciones a través de las más retorcidas maniobras (el intento de suicidio de Tetsuji frente al cartel de una aseguradora cuyo lema es ¨Ponga una sonrisa en su vida¨ o cuando Kinta y sus amigos descubren los dientes del cadáver de Harukoma dentro del cerdo que se están comiendo...), permitiéndole plasmar a la sociedad a través de sus anomalías, obsesiones y psicopatías. Este caos, que atrapa a los personajes en un asfixiante ¨impasse¨ narrativo, se desata en un tramo final donde la emoción se eleva hasta dejar sin aliento al espectador con el enfrentamiento en las calles generales del lugar entre jefes y subordinados y la sublevación total de Kinta contra la opresión que venía sufriendo.

Ametralladora en mano, liberando a los cerdos y chillando al pestilente mundo que le rodea, ese es su valiente acto de rebeldía, y así el del director, que por fin se siente orgulloso de filmar una película como él desea. Mientras, en sus garras, Imamura saca de los actores las más enfervorecidas y viscerales emociones; en especial de ese gran Tetsuro Tanba, Hiroyuki Nagato (que se esfuerza sobremanera para resultar repulsivo de principio a fin) y una Jitsuko Yoshimura que debutaba con 18 años y se llevó algunos de los mejores momentos (ese final impagable o el que precede a la violación, vertiginosa escena en plano cenital que atrapa y sofoca por su ruptura estética, su agrio simbolismo y su dinamismo ejecutado por el cineasta).
¨Cerdos y Acorazados¨ es el verdadero primer paso del nipón como artista libre, no obstante su obra se estrenó en un momento delicado debido a las tensiones entre EE.UU. y Japón (en esas fechas se producían las protestas masivas contra los tratados de seguridad y alianza frente al edificio de la Dieta Nacional). Nikkatsu, por lo tanto, vio la película como un peligro y una gran provocación, ganándose a pulso el director su fama de insurrecto y siendo forzado a no rodar nada durante un tiempo, lo que aprovechó para dedicarse a escribir guiones; dos años después llegaría el éxito de ¨La Mujer Insecto¨.

Como dato anecdótico fue uno de los films que más impactaron a Martin Scorsese en su época de estudiante, y bien apreciable ha sido su influencia en sus trabajos (¨Taxi Driver¨ sin ir más lejos).
Para otros futuros cineastas (japoneses y no japoneses) esta obra también sería todo un referente obligatorio.



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