Las últimas palabras que escuchó uno de los presos responsables de la célebre revuelta de Alcatraz organizada en Mayo de 1.946, una de las más desastrosas de la prisión, antes de morir.
Quien las pronunció fue Robert Franklin Stroud, un hombre que, pese a estar 54 años de su vida entre rejas, 42 de ellos incomunicado, nunca desfalleció ni perdió la ilusión de vivir, aun sabiendo que su destino se hallaría dentro una celda. Esta película recrea y nos narra su historia.

Historia que comienza en 1.912, cuando una remesa de prisioneros son transportados desde la penitenciaría McNeil hasta Leavenworth, en Kansas; en este grupo se encuentra nuestro protagonista, quien aún tiene 22 años, habiendo de cumplir una condena de doce por el asalto y asesinato del dueño de un bar en Alaska. Su reputación de violento y pendenciero en McNeil provocan la suma de seis meses y el traslado a una prisión más segura; su actitud combativa no cambia ni un ápice en el nuevo lugar que ha de habitar, lo que le hace la pascua al alcaide Shoemaker.
Por culpa de una falta cometida a un guardia, a Stroud se le va a denegar el privilegio de las visitas, con lo que asesina a dicho guardia por venganza, algo que cambia irremediablemente su destino. Tras una sentencia de muerte que acaba siendo abolida gracias al esfuerzo de su madre, el alcaide y los funcionarios de la prisión lo consideran un sádico, un psicópata, y en lugar de ser ahorcado es incomunicado, y, para gusto del alcaide, por el resto de sus días; Stroud, aun sin dar signos de flaqueza, sólo puede contar el tiempo en su celda, cuando de repente, en un día de tormenta, ve un pájaro desvalido en el patio de la cárcel...otro suceso que volverá a pegar un vuelco a su vida.

Stroud nació en 1.890 y desde los 13 años, cuando decidió abandonar su hogar por el acoholismo y los abusos de su padre, su existencia no fue un remanso de paz; se le condenó a los 19 años por asesinato y, a partir de ahí, su vida estaría destinada a quedar preso entre cuatro paredes. Acabó por convertirse no sólo en uno de los criminales más famosos de la Historia americana, sino también en uno de los más respetados ornitólogos del planeta, descubriendo importantes avances en el cuidado de los pájaros y publicando libros que cambiaron la forma de entender esa ciencia, lo que ayudó a conocerle con el sobrenombre de ¨el hombre pájaro de Leavenworth¨.
Lo que vemos aquí es una recreación, en parte real, en parte ficticia, de su vida, desde que es trasladado de McNeil hasta que sale de Alcatraz para ir a un penal de Missouri, ya con 69 años. El guionista Guy Trosper se basó en la novela de Thomas Gaddis, experto en criminales y concienciado con los derechos penales, que retrató a Stroud como la perfecta encarnación de tenacidad y dedicación; de la producción, a la vez que del papel principal, se ocupa el legendario Burt Lancaster...que poco, o más bien nada, tenía que ver con el Stroud original.

La película iba a estar en un principio dirigida por el inglés Charles Crichton, en lo que iba a ser su debut en EE.UU. como cineasta, pero las diferencias entre él y Lancaster acabaron propiciando su despido, así fue como el actor requirió a John Frankenheimer, con quien ya había colaborado en ¨Los Jóvenes Salvajes¨, para ocupar el puesto tras las cámaras. Lancaster se tomó tan en serio aquel papel que hasta fue a Missorui para hablar con Robert Stroud, al que no se le permitió ver la película.
Pero tanto ésta como la novela de Gaddis transforman y emiten varios puntos clave del protagonista, como que era un proxeneta y que la chica por la que mató al barman era una de sus prostitutas; claro, en ambas narraciones queda reflejado como un individuo tranquilo, cauteloso y resignado (algo muy americano), lo opuesto a como era descrito por sus semejantes, un irascible y temerario agitador amante del caos y el desorden. Ya fuera más cierta o más falsa la recreación de Stroud, ¨El Hombre de Alcatraz¨ permanece como uno de los mayores dramas jamás realizados, el cual constituye la inigualable crónica de la caída en el abismo, el camino interior en busca de una paz imposible, el afán de superación y la obtención de una difícil redención ganada a pulso.

Frankenheimer, dotado de un talento poco común que le convirtió en uno de los mejores retratistas del carácter de sus personajes, agarra su cámara y acompaña al protagonista en su aciaga experiencia, sin separarse de él, haciéndonos testigos de su angustia, soledad y capacidad para aguantar y mantener viva una llama de optimismo y esperanza al contrario que sus cínicos y jóvenes compañeros, los que inician el motín hacia el final, momento frenético de gran intensidad orquestado con mano maestra por el realizador, ahondando éste, al mismo tiempo, en la defensa del derecho de individualidad frente a una disciplina moralista impuesta, contra todo pronóstico, abocada al fracaso.
Lancaster realiza una de las más grandes interpretaciones de su vida, quizá la más grande, poniendo su enorme presencia al servicio de una historia en la que si algo llama la atención es la supremacía de la inteligencia, la ternura y la nostalgia sobre la brutalidad y la fuerza; lo secundan unos también maravillosos Betty Field, el impagale Telly Savalas, Karl Malden, Thelma Ritter, encarnando a su combativa madre y, en la piel del mismo Gaddis, narrador del film, tenemos al veterano Edmond OBrien.

Demoledora y emocionante a todos los niveles, ¨El Hombre de Alcatraz¨ es una cumbre del drama intimista de lucha contra la adversidad e inimitable por su sobriedad y por la profundidad de lecturas que propone, además de ser una de las obras maestras de su director.
Una de las más memorables secuencias es el magistral ¨diálogo¨ que Stroud mantiene con el gorrión antes de dejarlo libre; un canto a eso precisamente, al anhelo de libertad, y un momento que, literalmente, hace trizas el corazón.

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