Ficha Milán, Tiembla, La Policía Pide Justicia


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Críticas de Milán, Tiembla, La Policía Pide Justicia (1)




Mad Warrior

  • 26 Aug 2023

5



Italia se quema viva, los años de peligro desmedido, donde cada día es una carnicería. Los ciudadanos están indefensos, la policía está corrupta y el crimen prospera.
A veces sólo se necesita un hombre como Caneparo para que las cosas vuelvan un poco a su cauce. Y si es con sangre, pues con sangre...

Experto artesano en materia de bajo presupuesto pero no poca habilidad, Sergio Martino comentó de títulos como “Milano Trema“ que eran totalmente producto de su época, y por tanto imposible de verlos con la mentalidad de la sociedad actual. Y es así, imaginarse ahora una historia policíaca con los ribetes agrios de la que nos ocupa sería estúpido en esta era de tolerancia, de “pacifismo“, derechos y chorradas de esas; pero aquella era la llamada “Epoca del Plomo“, donde los derechos saltaban por los aires en actos de terrorismo horribles perpetrados desde ambos extremos.
Es ese el ambiente que se respira en el Milán recreado desde los ojos del oficial de policía Caneparo a quien da vida un joven Luc Charles Merenda, cambiando su carrera de arriba a abajo al dejar papeles menores y tomar contacto con un género que ya sería sinónimo de su nombre. El prólogo, de las mejores cosas que jamás rodó Martino, desarrolla a ritmo frenético la espectacular fuga que dos asesinos realizan desde un tren dejando varios cadáveres por el camino, incluida una niña (el italiano se atrevió a hacerlo tres años antes que Carpenter); pero esto sólo es una introducción, es para subrayar la crueldad de quienes primero disparan a inocentes pero luego quieren un trato justo. Hoy lo tendrían, claro...pero antes no.

El protagonista masacra a los villanos, que planeaban rendirse. Sí, es un acto de venganza, pero, ¿se ha actuado acorde a la ley o a la justicia?, pues una no tiene relación con la otra. “Propio de un fascista“, dirán algunos defensores de los derechos de los criminales, o “Propio de un hombre que hizo lo que tenía que hacer“, dirán otros. Tal vez actuando así este policía lo que ha hecho es rebajarse al nivel de esos criminales. Aquí queda el rastro amargo que moldea la atmósfera del film, apoyado en una fotografía de tonos viscosos, sucios...y es cuando aparece otra trama.
El motivo es que los productores querían un trasfondo político en esta intriga enmarcada en el más puro y duro policíaco, por desgracia olvidando todo lo que habíamos visto, y en lugar de tener al protagonista tras los presos lo veremos metido en un caso que el buen Ernesto Gastaldi creó inspirándose en el asesinato a tiros del policía Luigi Calabresi sucedido al año anterior en plena calle. En esta ocasión se añade un elemento que pretende detener a los culpables y posicionarse contra un Gobierno muy permisivo; sin embargo, a diferencia de su homólogo más directo, Harry Callahan, este Caneparo no actúa dentro del cuerpo, sino fuera de él, con la venganza en su cabeza ya que el asesinado (Del Buono) era su amigo.

Así que el título de la película está equivocado. Milán tal vez tiemble, pero no es la policía quien pide justicia, es el protagonista. A partir de aquí la trama se desbanda hacia lugares extraños, hacia tramos irregulares, y es por culpa precisamente de la actitud y las decisiones que él toma; al tener que hacerse pasar por delincuente se comporta como uno, pero Merenda lo exagera, hace de su policía un listillo que está de vuelta de todo, carece de la dureza oscura de Gene Hackman en “The French Connection“ y de la ambigüedad ácida de Eastwood.
Emerge el clásico jefazo (Salussoglia) a quien se tendrá que ganar el héroe, disfrazado de criminal; mientras tanto se le apegan personajes como una prostituta cualquiera y la novia “hippie“ de uno de los hombres del anterior, que tiene el rostro ya envejecido de Richard Conte. Y ésta, la preciosa Martine Brochard, tal vez expresa el ideal que define con mejor claridad la película y aquella época (alegando que, al estar todo corrupto, para reestablecer el orden es preciso “usar la protesta y la violencia“), no obstante la participación de ambas mujeres en el argumento es nula; una como alivio cómico, la otra como matiz dramático, pero son un relleno innecesario.

Todo lo que queda es ver a este hombre pavoneándose con jerga callejera milanesa frente a los secuaces de Salussoglia y deshaciendo entuertos a su retortero sin el espectador saber muy bien por qué caminos va avanzando la historia, recibiendo, ni que decir tiene, las típicas reprimendas del comisionado o del burócrata/político de turno que tiene fe ciega en la ley aun si su manera de proceder es errónea. Destacará en especial un atraco donde ha de participar el policía que no sólo acumula persecuciones de infarto bien filmadas por Martino en plenas calles de Milán, sino un alto grado de brutalidad con víctimas (lo que aquí le hacen a una mujer embarazada es impensable en el cine hoy día...).
Las crudas secuencias de acción y peleas a puñetazos ayudan a suplir la tan mediocre intriga y los diálogos, las no demasiado magníficas interpretaciones (el veterano Conte y Silvano Tranquilli se salvan) y sus giros algo increíbles, con sabor a fuerte denuncia política, proponiendo a una poderosa organización de jefe misterioso que es la que realmente tira de los hilos. Durante el último tramo, además de unas extrañísimas decisiones por parte de Caneparo, sobresale su postura al enfrentarse contra dicha organización secreta; la razón es que usa su mismo método: la violencia.

Incluso había sido mejor opción del guión dejar que el personaje se corrompiera (teniendo en cuenta quién es el jefe) en lugar de volver a practicar la justicia del modo en que lo hace, ya que carece de legitimidad...



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