Ficha Atraco al Furgón Blindado (Asalto al Coche Blindado)


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Críticas de Atraco al Furgón Blindado (Asalto al Coche Blindado) (1)




Mad Warrior

  • 26 Aug 2023

7



Cuando el peligro parece que ha pasado los dos brindan orgullosos sus copas. La bestia dice “Por el dinero...“ y la desnuda responde “...Y por el tiempo para gastarlo“.
Uno sabe de antemano que estos dos desgraciados ni van a tener el dinero ni tiempo ni nada, porque el peligro, lejos de pasar, está hirviendo y planeando sobre sus cabezas...

La desnuda es Adele Jurgens, la Miss World“s Fairest de 1.939, una furcia rubia que sólo piensa en el lujo, y la bestia es William Talman, el más tarde fiscal de “Perry Mason“ pero que se ganó sus galones de villano tiempo antes. Una pareja hecha a la mala suerte en el género negro que se está tratando, y en el cual Richard Fleischer se perfeccionaría desde las mazmorras de esa RKO comprada por Howard Hughes antes de dedicarse a producciones de más alto presupuesto; “Atraco al Furgón Blindado“ (después de “Testigo Accidental“) es de sus títulos esenciales de aquella temprana etapa.
Inspirada en hechos reales, la historia es vendida a la productora y arreglada por Gerald Adams y el hábil Earl Felton, amigo y colaborador del cineasta durante muchos años, quien extiende el asunto del atraco, que será la pieza central de la trama, a un enfrentamiento entre el lado criminal y el policial. De escaso metraje, esta es una pieza tan concisa que ya el título nos introduce sin subterfugios en su historia, empezando por una observación interna pero distante del estómago de las oficinas de las fuerzas del orden. Desde las afueras de un estadio espera un tipejo, Purvis; Talman es perfecto para este género con su rostro de músculos contraídos y ojos grandes que todo lo observan.

Una de las cosas que agregaron Felton y el director fue la planificación del atraco y detonante de los fatales hechos, algo un tanto innovador (y no poco arriesgado) para un “noir“ de serie “B“ de 1.950. Pero antes de producirse este último hace un estudio, no muy profundo pero sí bastante sombrío, de los elementos criminales que se implicarán y el entorno en el cual se mueven, usando un estilo áspero y casi documental, reforzado por las localizaciones reales de Los Angeles donde se desarrollan algunas escenas clave; tipos de palabras secas y desconfiados, y muchachas rubias exuberantes, codiciosas y apetitosas, todo en su sitio.
El robo al furgón, pese al bajo presupuesto, no resulta menos impactante en pantalla que el perpetrado por Siodmak en “El Abrazo de la Muerte“. Fleischer dispara tensión y violencia, su ritmo es veloz y destaca una persecución a tiros visceral por las calles angelinas; ahora es el juego del ratón y el gato, la película se acerca a la parte policial donde la presencia del gigante Charles McGraw, que tantas veces hizo de tipo malo, inquieta en su rol de teniente amargo tras perder a su compañero en el asalto y tiroteo. El tono se vuelve incluso más oscuro, y las sombras, pues la acción se desarrolla de la mañana a la noche, van a rodear aún más a los protagonistas.

Guy Roe refuerza estos trazos expresionistas al convertirse Purvis de un maestro de ceremonias en algo así como un emisario de la muerte (porque hombre al que apunta, hombre que ya no respira), sensación que gira a su alrededor de manera constante, además del cinismo y la traición. Y Fleischer, que es un fanático de Orson Welles, se apoya en esos claroscuros con técnicas muy interesantes (sitúa al fondo de una escena a un personaje cuya presencia crece por su poder ejercido sobre otros; en ese instante en que avanza la cámara también se desplaza hasta quedar en un ángulo bajo, sintiendo incluso el espectador la fuerza aplastante de dicho personaje).
La amenaza cercana en lugares cerrados es un recurrente en la película, ya sea dentro de un coche, en los estrechos callejones del puerto, en un bar, o incluso en una cabina telefónica, una atmósfera de agobio casi perpetua y viscosa. La contraparte que protagonizan McGraw y Don McGuire como los agentes Cordell y Ryan, al expresarse mejor los sentimientos humanos, se inclina más hacia el drama, pues no existen tales sentimientos en las secuencias dominadas por Talman, salvo la rabia, la violencia o el miedo. Pero la situación invierte la sensación de los personajes con respecto al espacio que ocupan, y ese es otro de los grandes pequeños logros del inteligente Fleischer.

Y es que, en una escena de intriga perfectamente orquestada, el héroe policía va al encuentro del villano criminal en su apartamento; en el encuadre compartido, Cordell, quien se ve a sí mismo contra las cuerdas por la habilidad de Purvis de zafarse siempre, se sitúa de pie a la izquierda en una calle abierta, llena de luz blanca, y Purvis, que confía demasiado en su libertad y su fuerza, permanece agachado y temeroso, escondido tras un vehículo. Sin saberlo él, los escenarios por los que pasa verán reducido su espacio, ya sea físico y metafórico.
Y esta frenética cacería llena de vueltas de tuerca (el protagonismo obtenido por el secundario McGuire en el rol contrario al suyo es brillante) y diálogos afilados, llegará a un clímax de pura tensión en un aeropuerto que presagia en seis años, y con mayor énfasis en la fatalidad, el final del “Atraco Perfecto“ de Kubrick (cuyas similitudes con la presente no son pocas). Puede que Fleischer no posea las virtudes tras la cámara y los alardes estéticos del más joven nativo del Bronx, pero sí tenía una eficacia y sutil estilo para la impronta visual que desarrollaba de buena manera en estos títulos y que los elevaba por encima de la media de lo que ofrecía el género en su vertiente “B“ en la época.

Incluso si las exigencias de Hughes en las producciones de RKO eran excesivas.
Es todo un relato de Burnett o Thompson, sombrío, poderoso y visceral, y el equilibrio entre el lado de la ley y el crimen permite a los representantes de ambos (Cordell y Purvis) un correcto desarrollo sin solaparse la importancia de uno y otro.



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