A finales de 1.941, el capitán y la tripulación del U-96 pasan su última noche en tierra antes de reincorporarse a la batalla del Atlántico Norte, que en ese momento enfrenta a las flotas mercantes de los Aliados con los mortíferos y solitarios submarinos alemanes.
40.000 hombres formaron parte de las tripulaciones de estos submarinos durante la 2.ª Guerra Mundial...sólo 10.000 lograron volver a casa.

Rodada en 1.981, justo cuarenta años después de los hechos que narra, la adaptación de la novela de Lothar-Günther Buchheim, realizada por un Wolfgang Petersen que aún daba sus primeros pasos en la industria cinematográfica, mantiene intacta su condición de extraordinaria película bélica en la que destacan unos efectos especiales sobresalientes, muy inusuales en el cine europeo del momento, y el retrato colectivo de unos personajes que a fuerza de sufrimiento terminan por conquistar la simpatía del espectador.
En general nada que objetar frente a los aspectos técnicos de un film que casi desde el principio de su prolongado metraje transmite esa angustiosa sensación de encierro a la que son sometidos sus protagonistas, a la vez físico y psicológico que viene marcado por las condiciones del entorno, por las especiales normas de la guerra submarina, en cuyo desarrollo algo tan vital como renovar el aire que todos respiran depende del éxito de sus acciones bélicas, o de la impericia del enemigo, incapaz de localizarlos en el fondo del océano, donde esperan acosados por el miedo a las cargas de profundidad, el calor, la atmósfera irrespirable impregnada de dióxido de carbono y la posibilidad de que el casco de la nave no resista a la presión.

Esta vez, Werner, un corresponsal de guerra joven y despreocupado (basado en el propio autor de la novela) a quien el combate en una de esas legendarias naves se le antoja como la gran aventura de su vida, ha sido asignado a bordo del submarino, comandado por el teniente-capitán Lehmann; después de una monumental borrachera colectiva que apenas sirve para disimular el miedo y conjurar los fantasmas que atenazan a todos los hombres de la tripulación, el U-96 zarpa desde su base en La Rochelle en busca de barcos enemigos a los que enviar al fondo del mar.
Se nos muestran, así, dos mundos opuestos: el formado por una tripulación compuesta, en su mayoría, por hombres jóvenes, y el formado por un reducido grupo de oficiales al mando del carismático Lehmann, en quien confían ciegamente; a este segundo grupo se incorporan dos elementos extraños: el corresponsal, que pasa gradualmente de la sorpresa al miedo y a la admiración, y la del prototípico oficial veinteañero y fanático nazi que se ha ofrecido voluntario para tomar parte en la guerra, por más que su ardor guerrero y su celo ideológico le conviertan en alguien incómodo.

Como todo clásico del género bélico ambientado en el claustrófobico escenario de un submarino, la narración se sirve de la figura de un extraño, en este caso del entusiasta corresponsal, para que sus ojos sean los del espectador; casi sin transición, nos encontramos con un torrente de detalles que vienen a completar una exhaustiva descripción de lo que era la vida en esas naves en las que al menos 50 hombres se veían forzados a convivir en un reducido espacio y expuestos a los peligrosos vaivenes de esa forma de hacer la guerra. Tanto los combates como el deterioro al que son sometidos la nave, su tripulación y sus oficiales dejan atrás a grandes clásicos del género (tanto americanos como alemanes), de manera que parece imposible que ningún otro título pueda situarse a la altura de ¨El Submarino¨.
El otro aspecto, la supuesta carga humanista, resulta más forzado e incómodo, porque, ¿se trata de héroes, de hombres atrapados en la contradicción de la guerra o de desgraciados a los que les espera un destino terrible? Esa visión positiva y humanizadora de los combatientes alemanes provocaba miedo en los productores, ya que el cine de posguerra producido en Alemania adolecía de una ausencia de autocrítica y cargaba toda la culpa de las atrocidades a un reducido grupo de fanáticos nazis; estas teorías se expresan en el film con claridad, de modo que el oficial parece más una excepción que una norma, al tiempo que el capitán y los demás se asemejan a una familia que desarrolla una actitud fatalista y llena de remordimientos unida por lazos que se intuyen anteriores a la guerra.

No existe, por tanto, ese mensaje antibelicista, o si existe lo hace desvinculándose de una supuesta crítica a la actitud de los alemanes durante la 2.ª Guerra Mundial. Como buenos militares, todo parece resumirse en la doctrina exculpatoria de la obediencia debida.
¨El Submarino¨ es, en resumen, una de las grandes películas bélicas de todos los tiempos a la que conviene acercarse con el interés que suscita la vivencia extrema de sus protagonistas (destacando los sublimes Jürgen Prochnow, Hubertus Bengsch, que da vida a ese guerrero oficial nazi, Herbert Grönemeyer, y Klaus Wennemann, encarnando al atormentado ingeniero jefe) y con el entusiasmo que se le debe a toda obra maestra, dejando bajo la opinión ética del espectador el calificar a esos marinos como héroes, villanos...o como simples hombres atrapados en algo cuya magnitud no pueden comprender.

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