Ficha La Isla Desnuda


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Críticas de La Isla Desnuda (1)




Mad Warrior

  • 3 Jan 2022

8



Amanece. Un calor insoportable debido las temperaturas que en pleno verano se acumulan en las aguas del mar interior de Seto.
La tierra se abrasa, la cosecha se muere, se necesita agua para que sobreviva. Hay que bajar, cargar los cubos de agua y subir la ladera, una vez, y otra, y otra, o la tierra se morirá...

Seguramente nunca en la Historia del cine, que no es decir poco, se ha radiografiado con tal extremo cuidado y obsesión la dureza y crueldad del trabajo agrícola como podemos observar en ¨La Isla Desnuda¨, no un trabajo gratuito como tal ni exento de su gran significado. Kaneto Shindo, que llevaba ya casi una década dedicado no sólo a escribir guiones sino a dirigir, había sido también uno de esos audaces pioneros en crear una sociedad independiente para no tener que combatir las estrictas normas de los estudios, y lo hizo junto al actor Taiji Tonoyama y al otro buen cineasta Kozaburo Yoshimura.
Sin embargo ésta, la Kindai Eiga Kyokai, no gozaba de buena trayectoria; un poco incomprensible tratándose de una de las principales figuras del cine moderno japonés, pero el prestigio de Shindo venía más por parte de la crítica y por su rol de guionista que por el éxito de público. Hundido casi en la quiebra, decide emplear el dinero que les queda para filmar el que quizás es su último proyecto (si algo aprendió el director de su mentor Mizoguchi fue a no rendirse nunca...), una pequeña historia con pocos personajes, un equipo reducido y un escenario primordial: la deshabitada isla de Sukune, rodeada de las aguas del mar de Seto frente a las costas de Hiroshima.

Mientras al empezar la década de los 60 muchos realizadores, sobre todo noveles, retratan la vida urbana de esa sociedad japonesa moderna y juvenil, Shindo prefiere exiliarse a un entorno natural donde relatarnos, y sin usar ni una sola línea de diálogo, la muy difícil existencia de una familia de campesinos. Desde el aire vemos la isla, encerrada entre litros de agua, sucumbiendo al sofocante calor del verano y a los helados vientos del invierno, una isla que es enteramente el reflejo del Japón de la guerra (o de la preguerra), el aislado del Mundo, el que se sostenía en una economía atrasada y frágil y en el sacrificio continuo de sus pobres gentes.
La existencia de esta familia compuesta por los padres y dos hijos se sostiene en la ausencia de comunicación y la muestra de amor basada en las oportunidades de supervivencia; Shindo, en un impecable dominio de los elementos y la belleza formal, donde cuenta mucho la ayuda de su operador Kiyomi Kuroda, nos sacude con sus poderosas imágenes en blanco y negro, dejando que sea la atmósfera, las sensaciones y los rostros de sus actores quienes nos narren esta historia de sobrio desarrollo y donde prima el uso de las elipsis para contemplar la evolución de los personajes, a priori inamovible.

Sin dejar de lado los esfuerzos del hombre, Shindo se centra en la esposa, encarnada de manera soberbia por la suya propia (Nobuko Otowa), y realiza otro retrato a un tiempo triste y conmovedor del espíritu de lucha de la mujer japonesa por preservar la costumbre y la tierra con blindado estoicismo (una escena impactante que lo refleja es esa donde, tras subir la colina, se ve derrotada del esfuerzo y tira en un descuido el agua de los toneles; el marido, observando impasible, la golpea lanzándola al suelo antes de ayudarla a cargar el tonel restante, un acto de violencia que remite brutalmente a ese amor basado en la supervivencia: si el agua se acaba ellos también).

Un recorrido intermitente por las costas y las calles del pueblo cercano a la isla captando las costumbres y las vidas anónimas de las gentes que por allí pululan es una perfecta muestra de la sensación de autenticidad, casi documental, que el cineasta, como si fuera el más experto de los neorrealistas, desea transmitir.
Aunque bastaría sólo contemplando a los sufridos protagonistas (cada gota de sudor que cae por sus frentes, cada contracción de sus rostros, cada paso con que se hunden en la tierra, cada pesado suspiro que exhalan, hace vibrar las entrañas por su realismo).

La circulación de la trama se basa en el ciclo, aburrido y necesario de las cosas que preservan la vida, cuyos elementos básicos son nada más que el agua y el duro esfuerzo (si la familia puede gozar de algunos felices instantes en la ciudad es gracias a eso, no por capricho), lo que ciertamente estanca durante un tiempo la acción...aunque lo importante de esto es la mirada que proyecta la película sobre una realidad humana, monótona y humilde como la de cualquier otro núcleo familiar. Por esto mismo cuando la tragedia, en forma de una extraña enfermedad que ataca al hijo menor, hace temblar los cimientos de este pequeño grupo de individuos, el impacto es aún más devastador de lo que podríamos imaginar.
Pues el tiempo que nos ha hecho pasar a su lado el director, compartiendo exhaustivamente sus penurias, su trabajo, su día a día, es esencial. Éste, que pese a proceder de un linaje privilegiado vio como su familia se hundía en la pobreza por culpa de las deudas del padre, para después sobrevivir trabajando en almacenes y en el campo, entiende de maravilla ese espíritu de resignación y lo muestra sin tapujos: la fatalidad nos ha golpeado, sí, ¿pero qué podemos hacer?, ¿dejarlo todo?, ¿rendirnos y morir?

No, se sigue yendo a buscar agua y se cuida la cosecha, porque el que hayamos perdido algo muy importante no significa que lo tengamos que perder todo. Otowa, cuyo personaje es una entera representación de la madre de Shindo, hiela la sangre con su interpretación en algunos momentos de tragedia realmente intensos; en absoluto desmerecen Tonoyama ni los pequeños Masanori Horimoto y Shinji Tanaka (es fácil de apreciar en el film el gran esfuerzo que hacen los actores, tanto físico como emocional). Shindo, como Shimazu, Mizoguchi, Ozu, Gosho o Shimizu hicieron antes que él, ha logrado extraer de la más austera cotidianidad un sentimiento grandioso y una interpretación universal; y como guinda la magnífica y atmosférica música de Hikaru Hayashi.
Esto hizo de ¨La Isla Desnuda¨, pese a su estructura y su ausencia total de diálogos, un auténtico éxito en medio Mundo tan celebrado como duramente criticado (en especial por los propios japoneses, quienes vieron en ella una imagen de su país que nada les gustó). Pero la película que salvó a aquél de la ruina es por supuesto uno de sus mayores logros, poesía visual dura, bella, sincera, implacable, y donde mejor se puede afirmar en el cine que, a veces, una imagen vale más que mil palabras...



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