Ficha Vida conyugal sana


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Críticas de Vida conyugal sana (1)




Mad Warrior

  • 18 Dec 2022

7



Una botella de champagne a punto de estallar, pero con un tapón duro que lo precinta bien. Terapia de choque. Hacer que la espuma se reduzca hasta desaparecer. Que los instintos se calmen y las aguas vuelvan a su cauce, bien amparado en la serenidad. Moral y socialmente aceptable.

Así es como tenía que ser el cine en España hace 50 años, sin romper las reglas de una ética saludable para todos los ciudadanos, o por lo menos que les hiciera creer eso; pero los años pasan, las mentes se abren, la población quiere experimentar, y sus líderes se horrorizan, claro. Parece inconcebible que en los tiempos prolíficos de una comedia costumbrista muy sana y de ciertos apuntes eróticos que derivarán en el ¨destape¨ tuviera lugar el nacimiento de otro tipo de cine, pero era lo que el espectador pedía, ante tanta moralina y falsa realidad, porque eran los 70, y se necesitaba un cambio.
Como un milagro inesperado tres espíritus inquietos, libres y feroces se unen para cambiar un poco las cosas: por un lado José Luis Garci, que con 30 años despunta como guionista y más tras su colaboración en ¨La Cabina¨, por otro el también guionista, director y productor José Luis Dibildos, empeñado en apostar por un cine que siguiese mostrando intenciones comerciales como pretexto para exponer comentarios ácidos y críticos e innovación en las formas y narrativa; termina por unírseles el aspirante a director Roberto Bodegas. Todos ellos, madrileños, han tenido contacto con los modos y medios del cine extranjero, muy diferentes al patrio, del cual se han empapado bien.

Ya han dejado patente su nuevo estilo en un título de importancia como ¨Españolas en París¨, pero darán en el clavo de mejor manera con ¨Vida Conyugal Sana¨, contando con otra pieza esencial del movimiento: el siempre comprometido José Sacristán. Que en los primeros minutos se nos bombardee con un perfecto montaje de anuncios propios de la época no es extraño, sino que deja claro el objetivo de sus implicados desde el principio: ese era el bombardeo al que se sometían las gentes de la España ¨tardofranquista¨, esa aceptada influencia de las modas, las ideologías, la cultura occidental, en especial la estadounidense, ofreciendo un mundo de posibilidades, ilusiones, libertades y espejismos.
Los tiempos del consumo, la apariencia y la aspiración a una vida mejor incluso para la clase media-baja, y eso que era el momento de la crisis del petróleo. Cambio de mentalidad, y a través de la televisión, lo mejor en manipulación del individuo para despersonalizarle y hacerle parte de la nueva sociedad; Enrique es víctima de ello, desea permanecer en el seno de las buenas costumbres, la de su España tradicional, y a la vez no puede evitar la influencia constante que le llega de la pantalla, y más con el erotismo de arma principal, haciendo que las ética y los instintos choquen y salten chispas.

Cuando conocemos a este protagonista lacónico, escuálido y amargo, ya está afectado mentalmente bajo la temerosa mirada de su esposa Ana (jovencísima y no poco hermosa Ana Belén, con un aire a lo Diane Keaton). El televisor como monstruo devorador de la conciencia (que pareciera salido del episodio homónimo de ¨Historias para no Dormir¨) y su continuo ataque, que en su culminación se cuela el sueño ¨russmeyeriano¨ de un lecho conyugal en plena naturaleza salvaje ocupado por la ¨Miss España¨ Amparo Muñoz, termina desestabilizando a este hombre medio llevándole al lado más extremo y radical.
Visión rompedora la del trío Dibildos/Garci/Bodegas, quienes plantean la imposibilidad de mantener las costumbres y morales implantadas en una sociedad cuando una fuerza exterior (la del cambio) presiona para destruirla, disfrazada de comedia algo leve, algo absurda, la corrosiva sátira que con fuerza nos golpea (a las mentes dormidas del público de entonces) posee el espíritu reivindicativo de un Altman o un Mazurski cualquiera, en una mezcla extraña entre la negrura disparatada de Berlanga y la visión extrema que podría ofrecer Gonzalo Suárez. Ana y otros grandes secundarios (Alfredo Mayo, Tomás Blanco, Mari Carmen Prendes) tienen su peso y ayudan en el lado dramático y emocional de la trama...

Desde luego. Pero es Sacristán quien lo acapara en sus manos sin soltarlo, de la parquedad más rancia e irritante a la locura anarquista, de un extremo a otro lleva a su Enrique en su viaje de descubrimiento vital por los caminos de la liberación inconsciente, protagonizando momentos tan memorables como la sublevación reivindicativa en su propia oficina, la destrucción del mobiliario urbano o la desastrosa cena con sus familiares y amigos. Una radicalización que, en la España en la que aún vive el Generalísimo Francisco Franco debe ser controlada y detenida.
Sin recurrir a la encarnizada terapia de ¨La Naranja Mecánica¨ pero en base al mismo concepto, un Antonio Ferrandis brillante de psiquiatra tranquiliza a Ana (desfasadísimo papel el de la cantante/actriz de esposa abnegada hasta el sacrificio, pero eran otros tiempos...) mientras urga en los recuerdos de ese dr. Jeckyll/¨Mr. Hyde¨ a la española, donde se hace relevante la prohibición desde la infancia de una influencia occidental y lejana, nada acorde a la realidad patria, a la realidad tangible y lo peor de todo: ligada a la ficción de la fantasía erótica (nada menos que usando el icono por excelencia de la cultura de la belleza ¨made in U.S.A.¨, Marilyn Monroe).

Por lo tanto es necesaria una reeducación, volver a las costumbres sanas y éticas, si no Enrique se convertiría en un ¨antisocial peligroso¨. La elección de la esposa, entre seguir al marido a esa liberación de fantasía o preservar la gris tradición, queda en lo ambiguo (y es todo un acierto).
Por desgracia la película, compendio de la llamada ¨Tercera Vía¨, se queda coja y falla en su tercer acto, sin profundizar lo suficiente en el pasado del protagonista y desaprovechar de una manera tan horrible a Josele Román (bueno, es que eso es de guillotina...).



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