Ficha La Evaporación del Hombre


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Críticas de La Evaporación del Hombre (1)




Mad Warrior

  • 20 Nov 2021

9



Se abre la escena en el interior de unas oficinas. Un hombre lee ante la cámara: “Nacido el 2 de Enero de 1.935; 32 años; hombre; japonés; fecha de desaparición: 20 de Abril de 1.965; ocupación: comercial de plásticos […]. Razón de la desaparición: desconocida”.
Shohei Imamura nos sumerge así, directo, sin preámbulos y al grano, en el inicio de una ardua labor: la búsqueda de un hombre...

Mientras se aproxima la mitad de los 60 el director se encuentra en una posición cada vez más incómoda; su fama le precede, sus películas rompen esquemas dentro del cine del momento y son aplaudidas por la crítica...sin embargo en Nikkatsu no miran con buenos ojos esa actitud tan rebelde y contestataria, tan poco sujeta a las normas del estudio, y sus producciones superan unas cifras que no se recuperan en taquilla. “Intento de Asesinato” será la última en ser realmente respaldada por Hori y su compañía, y tras tales desavenencias el nativo de Tokyo se exilia, como hacen algunos de sus coetáneos, para labrarse su porvenir de manera independiente.
Basada en la novela de Akiyuki Nosaka, “The Pornographers” abre esta etapa, tan influenciada por las corrientes modernas europeas, estéticamente impactante pero caótica en su narrativa, aunque muy reconocida dentro y fuera del país; debido a la mala situación que está viviendo la industria en la época se decanta por el formato documental, y el objeto de su siguiente e inopinado trabajo, con participación de Nikkatsu, resulta ser la volatilización de un hombre corriente, llamado Tadashi Oshima (mencionado al principio). Interesante punto de partida, desde luego, el que escoge el realizador.

Usa el vaporoso blanco y negro que provee la fotografía de Kenji Ishiguro para configurar una atmósfera de misterio y engaño y se aferra a esa inmediatez fílmica que siempre ha estado presente en su obra para lanzarnos de cabeza a una investigación al margen de la ley que encabeza el director de un equipo de rodaje junto a Yoshie, prometida del desaparecido; y junto a ellos iremos escudriñando en la vida de éste, uno de tantos hombres que por A o por B deja una familia, un romance, una existencia atrás, sin explicaciones, quizás sin remordimientos.
Los tonos deprimentes de ese blanco y negro realzan la tristeza de una realidad, la de una sociedad dirigida hacia un cambio progresista, hacia una clara evolución industrial, tecnológica e ideológica que aun así no puede afrontar un grave problema como es la irremediable desaparición de sus habitantes; más de 90.000 en el último año, y tal noticia llama la atención de Imamura, quien decidido recorre con su escrutadora cámara numerosos escenarios para, sirviéndose de ese reportero y la mujer, hallar una respuesta al paradero de Oshima. Esta exposición abruma por su realismo crudo, por la desolación que transmite el rostro de una Yoshie cada vez más sorprendida debido a las confesiones de los numerosos entrevistados.

Paulatinamente dicha investigación irá revelando los secretos ocultos bajo una difuminada superficie, así como la identidad del hombre se desgaja con la intervención de compañeros de trabajo, familiares, amigos cercanos y otros conocidos, todos ellos conectados sin saberlo; eso es lo que hace la cámara: capturar la realidad que tiene delante y sacarle las tripas cual bisturí, por un lado para exponer a un hombre que ha cometido desfalco en su empresa, que ha mantenido dudosas relaciones sentimentales a espaldas de Yoshie y cuyo pasado soporta el peso del rechazo, la culpa, la ausencia paterna, la humillación y el refugio en el alcohol y las mujeres.
Por otro lado también se dejan al descubierto las debilidades de esa misma sociedad que avanza a pasos agigantados hacia una nueva era de modernismo y progreso, y que Imamura critica con impasible dureza, una sociedad donde se condena a los hijos ilegítimos, los jefes asumen el rol de padres a falta de unos verdaderos, la gente llegada del pueblo es despreciada en el entorno urbano, muchos se abandonan a su fe ciega en absurdas supersticiones religiosas, el exacerbado respeto por la tradición engendra seres cobardes, y sobre todo donde éstos prefieren vivir de apariencias y autoengaños. Japón, a ojos de Imamura, es sumamente gris, violenta, pobre, triste, sucia, depravada y falsa.

De repente el director se propone una decisión desconcertante; empieza a perder interés el caso Oshima (pasaremos además de la compasión a sentir una tremenda repulsión por su persona) a medida que lo pierde Yoshie, y ella se convierte en el centro de atención a partir de una sorprendente confesión: la de su amor por el jefe de la unidad de reporteros. ¿Todo esto está planificado o es fruto de la espontaneidad? Parece ser que sí, no obstante, conforme avanza el metraje, una nueva trama se abre y se nutrirá de las sórdidas intrigas protagonizadas por la mujer y su hermana menor, Sayo.
El desaparecido es un mero “macguffin” del que ya nadie se acuerda; ahora nos debemos adentrar en otro pasado, el de las anteriores, marcado por un odio que viene de ninguna parte, por un corrosivo sentimiento de celos. La realidad, en efecto, posee muchas capas, y las de la identidad de Yoshie empiezan a caer una tras otra, pues deja de ser la pobre chica abandonada y herida para mutar en una neurótica incapaz de confiar en nadie y de pésimo carácter; empieza así un enfrentamiento entre ambas mujeres, alimentado por la sospecha de una infidelidad nunca confesada.

En este punto, la tensión psicológica que dispone Imamura empieza a viciar la atmósfera y el realismo de los inicios se torna en desasosegante dramatización, elevando a otro nivel los principios y normas de su historia y el formato que había elegido; llegamos así a un clímax absolutamente claustrofóbico, con las hermanas cara a cara: Yoshie posa ante la cámara, lanza miradas amenazantes, disfraza sus gestos y expresiones; Sayo agacha la cabeza melancólica, tuerce la mirada, niega la verdad. Hay testigos, hechos, fotografías, pruebas, pero parece que nada importa ya.
El tiempo y el espacio se quiebran entonces en un gesto de pura irreverencia al revelar el propio Imamura la verdadera naturaleza de su documental, de la trama propuesta, del papel que ocupan estos “no-actores”; “Todo es ficción”, afirmará mientras el escenario es desmontado y el plano se abre dentro de un set de rodaje, exponiendo lo que la cámara jamás filmó. Teshigahara, Kinugasa, Mizoguchi, Yoshida o Suzuki supieron jugar bien con las formas de una realidad suspicaz y engañosa, y el director no posee menos talento para ello (sin embargo dicha “sorpresa” es susceptible de provocar el impacto que deseaba, pues desde hacía tiempo se intuía esta metamorfosis).

Pero Imamura logra su propósito. El espejo se rompe, cae el argumento, la cámara ya no graba una investigación, y el jefe de los reporteros resulta ser el gran actor Shigeru Tsuyuguchi, al que ya habíamos visto en otras colaboraciones con el realizador y quien acabó física y mentalmente exhausto tras el rodaje al no conocer las auténticas intenciones del anterior; una multitud se aglomera en una calle estrecha durante ese caótico y desesperante epílogo. Aquél, ante periodistas (¿reales?) recalca la naturaleza ficticia de su trabajo a partir de la desaparición del ya olvidado Oshima.
Yoshie, Sayo y los testigos continúan, no así, en sus roles, y la confusión reina sin control hasta que el chasquido de una claqueta decide terminar con el esperpento. Imamura fue aplaudido por su arriesgado experimento así como duramente criticado; lo cierto es que quizás nadie hasta el momento había empleado el formato documental con un punto de partida veraz y se había dedicado a pervertirlo, retorcerlo, jugar con él y con sus espectadores, tergiversando sus esquemas, con tal libertad de expresión y de ideas; lo más fascinante es que ambos mundos se entrelazan de tal forma que la autenticidad de dicha obra puede ser discutidas pero nunca descubierta. Eso solo concierne al director y a su equipo de cómplices.

Qué ilusos e inocentes somos al creer en lo que tenemos ante nuestros ojos, como aquellos ancianos que abandonaban su suerte a absurdas supersticiones religiosas.
En ese aspecto Imamura ha actuado de chamán y nosotros de fieles que atentos han estado escuchando hasta que la verdad nos ha sacudido implacablemente. Y así salimos del visionado de “A Man Vanishes”, ¿habiéndonos enfrentado a qué?...¿a una realidad dramatizada o una ficción maquillada como realidad?



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