Ficha La Mujer Crucificada


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Críticas de La Mujer Crucificada (1)




Mad Warrior

  • 17 Jun 2020

7



La hija vuelve al negocio familiar, que le causa repulsión. La madre lo regenta, el negocio del vicio, el comercio de la carne humana y de la corrupción del espíritu.
Y Mizoguchi presente para encerrarnos entre las paredes del lupanar y captando con su cámara la realidad desnuda y las tragedias, que nunca acaban...

En la época del milagro económico y de la recuperación de los viejos demonios por medio de la pretensión de restablecer la autoridad del emperador, el cine japonés está en su punto álgido y el público internacional realmente sorprendido. Llegado 1.954, Honda hace historia con la primera aventura de Godzilla, “Japón bajo el Terror del Monstruo”, e Inagaki sigue la tendencia de la temática feudal con la gran “Samurái”. En Venecia, “El Intendente Sansho” compartirá el León de Plata con “Los Siete Samuráis”, dos de las obras más poderosas de sus directores y del cine universal.
Antes de eso Mizoguchi, mudado a Daiei, ya es considerado un auténtico maestro, creador de una serie de joyas que han sido galardonadas y aplaudidas en todo el Mundo. Pero incluso en esta etapa de perfección absoluta, de elevar a lo más alto su potencial como artista, su técnica visual y su visión de la Humanidad, no descarta la opción de regresar de cuando en cuando a tratar los temas que realmente le obsesionaban; así, “Los Músicos de Gion”, revisión de su homólogo de 1.936, sucede a “Cuentos de la Luna Pálida”, y tras “El Intendente Sansho” retorna a la época contemporánea con otra historia centrada en el mundo de la prostitución, que escriben sus guionistas Yoda y Narusawa: “La Mujer Crucificada”.

Para no dejar nunca el escenario primordial donde se ubicará la trama, atrapándonos ya en él, Mizoguchi abre la película en la misma calle donde está el prostíbulo, con un coche llegando a su puerta y una señorita vestida elegantemente, a la moda americana, que entrará en él. Su nombre es Yukiko, y es la hija de la dueña, Hatsuko; pues en esta ocasión la imagen del padre, del patrón, está ausente, y es la madre quien lo reemplaza, la jefa de las chicas y por tanto una esclavista moderna. El conflicto se sucede desde el principio, ya que la recién llegada no oculta en su mirada la tremenda repulsión hacia el lugar y hacia aquellas que ejercen el oficio.
Y más aún cuando ese oficio, al que su madre lleva toda la vida dedicándose, ha sido el culpable del abandono de su prometido y de un fallido intento de suicidio; así, nada más empezar, el director no tarda en volver a señalar al hombre como responsable de la tristeza y la desgracia de la mujer. Yukiko está herida y molesta por hallarse en el lugar que ejemplifica la razón de su acto repugnante, cobarde y egoísta (en el cual no se hace mucho hincapié...), y su odio contra el género masculino es inevitable. Por su parte, Hatsuko, mantiene una aventura con Kenji, un amable y considerado médico, aunque esto se mantiene en secreto debido a la gran diferencia de edad de ambos.

Yoda y Narusawa centran el drama en este triángulo amoroso donde la figura masculina resulta ser un resorte de los fatales acontecimientos, un disparador de la sospecha, siempre presente para el espectador, una amenaza constante para dañar aún más la relación entre la hija y la madre, que inocentemente le pide al médico pasar más tiempo con Yukiko para cuidar de ella; rápidamente el melodrama de corte trágico se instala en este cuadro amoroso. El prostíbulo es el escenario de este drama, donde Mizoguchi presenta los hechos y los personajes casi como en una obra teatral, aunque no prestará toda la atención a las jóvenes que comercian su cuerpo.
Dentro observamos los diferentes comportamientos, de las sufridas “geishas”, melancólicas cuando piensan en sus familias, vivarachas cuando atienden a los clientes, tipos patéticos, borrachos, infieles, cobardes, mentirosos y violentos; la historia se desarrolla así con un discurso cuya idea unilateral de Mizoguchi ya cae en lo tedioso: la maldad masculina, a la cual no se le permite ningún tipo de concesión. Por esto Kenji, al principio agradable, se torna repelente, egoísta y vil en sus actos, mientras que Yukiko, primero irritante y soberbia, se gana nuestra simpatía al ayudar a las chicas, presagiándose de algún modo un reemplazo en la dirección de burdel.

Otra sustitución sucede al ser hospitalizada una de las “geishas”, Usugumu, y llegar pidiendo trabajo su joven hermana (la comedia del sexo y el dinero nunca acaba), aunque Yukiko defenderá el derecho (y la obligación) de la mujer a sobrevivir sin tener que caer en las garras de la prostitución, oficio denigrante donde los haya. Entre medias, el director rueda con esmero algunas obras noh que se entrelazan con el argumento y reflejan la situación y emociones de los personajes. Esta técnica llega a su cenit al verse Hatsuko en la pobre anciana de la comedia.
Sin duda lo más conmovedor que logra Mizoguchi es retratar las vicisitudes de una mujer madura al caer presa del amor, como si la oportunidad de experimentar de nuevo el cariño y la afección le fuera arrancada por su edad (curiosamente ella rechaza a su socio). Kinuyo Tanaka, que ha pasado a la dirección convirtiéndose en la primera cineasta japonesa, está de nuevo maravillosa en su última colaboración con Mizoguchi (de quien se dice que cortará su relación por hacerse ella directora); la acompañan un detestable Tomoemon Otani y los correctos Yoshiko Kuga, Eitaro Shindo, Kan Ueda, Kimiko Tachibana, a quien se debería prestar más atención.

La película, gracias a su técnica y cuidado aspecto visual, se aleja de la brutal violencia de “Mujeres de la Noche” (que se situaba en la calle) y esboza el camino para llegar a “La Calle de la Vergüenza” (cuyo protagonismo pertenecerá sólo a las chicas), actuando de puente entre éstas.
Mizoguchi ha convertido el escenario del burdel en el espejo de lo que constituye la realidad de la sociedad y la condición femenina, pero “La Mujer Crucificada”, su penúltima obra sobre el tema, es un logro menor en ese aspecto.



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