Ficha Jirokichi the Rat


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Críticas de Jirokichi the Rat (1)




Mad Warrior

  • 19 Nov 2021

8



Todos conocen su nombre, y ha llegado a ser tan adorado como despreciado; sus principales enemigos: los daimyos y otros personajes de importancia.
En esta ocasión asistimos a una de sus más emocionantes aventuras, con venganzas, traiciones y romances fatales.

Jirokichi ya forma parte de leyenda histórica japonesa como el ladrón más icónico del periodo Edo, un auténtico ninja de la noche en cuanto a sustraer oro y joyas se refería, aunque siempre centrado en desvalijar a las clases altas, por lo que se ganaría el favor del pueblo, quienes lo consideraban todo un héroe, cual Robin Hood nipón (si bien el botín era sólo para su beneficio). Huelga decir que si de algo se enamoró el populacho fue de la figura romántica y noble creada a partir de infinitas obras de teatro y novelas más que de su auténtica persona.
En el cine también ha sido llevado con bastante asiduidad. La que nos ocupa se trata sólo de una de tantas versiones de sus hazañas, pero es quizás la mejor de ellas; a partir de una novela de Eiji Yoshikawa, genio de la literatura histórica, se encarga de dirigirla Daisuke Ito, auténtico pionero del género en el universo cinematográfico y también considerado maestro del mismo junto a Hiroshi Inagaki o Sadao Yamanaka. En un momento delicado donde se alzan los movimientos ultranacionalistas y la adoración de las tradiciones, el director sigue la corriente como muchos de sus colegas, intentando no comprometerse, y se acoge al cine popular, siendo el ¨jidai-geki¨ el más solicitado.

El film también constituye una nueva colaboración del infalible trío formado por Ito, el cotizado actor Denjiro Okochi y el director de fotografía y montador Hiromitsu Karasawa; en la tradición del cine mudo japonés, ¨Jirokichi¨ será narrada por un benshi (en este caso ¨una¨), como de costumbre muy integrado en la historia, y comienza presentándonos de manera fugaz al protagonista a través de sus correrías para luego llevarnos hacia un presente situado en 1.831, a principios de la era Tenpo, con el famoso ladrón preparado para escapar de Kyoto.
Ya sólo este inicio ejemplifica a la perfección el talento de Ito como narrador de historias, sirviéndose de recursos técnicos sorprendentes para resaltar el carácter literario y poético e imprimir así un estilo único a su obra; los travellings se mueven vitales como los del Ozu temprano, y captan las multitudes con plena naturalidad. En el escenario, nocturno, ya se disponen futuros elementos como el engaño, la admiración, el flechazo amoroso y la dura represión policial (crítica al nacionalismo de esa agitada era Showa); el ritmo es veloz gracias al montaje de Karasawa y el compromiso del benshi, por lo que no tardamos en ser absorbidos por la trama, de momento centrada en la huida y la aventura.

En Osaka se desarrollarán los acontecimientos, que otorgarán elementos trágicos y novelescos a la historia, introduciéndose dos personajes clave mientras Jirokichi y la joven fugitiva Osen gozan de un bonito amorío: por un lado el hermano de ésta, Nikichi, yakuza avaro, tiránico, repulsivo y cobarde; por otro Okino. Es menester señalar la hermosa composición escénica que conforma el encuentro entre ella y Jirokichi en la peluquería, dispuesta en una serie de planos cortos que se posan sobre las manos y el cuello de la muchacha resaltando la belleza de su nívea y tersa piel.
Ito se sitúa al nivel de un Hiroshi Shimizu o un Kenji Mizoguchi en el arte de filmar la piel de las mujeres; de hecho habrá mucho que remita a la clásica tragedia ¨mizoguchiana¨, con Okino y Osen figurando los males que se ciernen sobre la mujer, todos ellos causados por la crueldad de los hombres y la injusticia de la época, féminas a su vez culpables de poner a Jirokichi en una difícil situación, desplegándose así el complejo carácter de este personaje, que va desde la frialdad más indigesta hasta la bondad más admirable. El cuadro protagonista de Ito logra avivar nuestras emociones por el modo en que sus relaciones se entrecruzan a lo largo y ancho del argumento.

Pues el destino y sus avatares, como todo ¨jidai-geki¨ que se precie, gana importancia hasta convertirse en un implacable maestro de ceremonias, aunque dicho papel podría ser asumido por Nikichi, ser repugnante y conspirador bien encarnado por el posterior actor cómico Minoru Takase; frente a su caracterización teatral, algo exagerada, de villano, un solemne Okochi en ese Jirokichi evidentemente romantizado, extraído de las obras kabuki que rendían tributo al personaje.
Opuestas a ellos las hermanas Naoe y Nobuko Fushimi, metidas a conciencia en la piel de sus Osen y Okino (en especial la primera posee tal expresividad y talento capaz de atravesarle a uno con una simple mirada). De la aventura al romance, de la acción violenta a la tragedia novelesca, pero el resultado final es coherente y emocionante, y pese a que lo único que se le puede achacar a esta inclasificable joyita del periodo mudo es no contar con una trama más desarrollada, ni una sola escena sobra o parece fuera de lugar, al igual que la duración del metraje.

La asombrosa fluidez del ritmo narrativo cobra intensidad durante una última parte de puro drama y grandes dosis de acción, de nuevo perfecta muestra de las dotes del director y el montador en el aspecto técnico, artístico y para suscitar las emociones del espectador, sobre todo durante esos últimos instantes, con las linternas de los policías brillando entre las sombras de la noche, en los que la justicia y la venganza se cobran despiadadamente y Osen, relegada a un estereotipo femenino amargado y condenado, se destapa como heroína de pleno derecho en un valiente gesto de autosacrificio.
Momento terrible y desgarrador por su crudeza, y a la vez de una belleza abrumadora y una factura técnica impecable (la superposición de los tambores para recalcar la sensación de angustia y tensión). Ito consigue así una inesperada mezcla de géneros.



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