Ficha Stray Cat Rock: Female Boss


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Críticas de Stray Cat Rock: Female Boss (1)




Mad Warrior

  • 6 Mar 2021

6



Diario de unas pandilleras en las sucias, peligrosas y violentas calles de Shinjuku. Chicas descarriadas contra sanguinarios yakuzas, dos bandos luchando por el territorio a navajazo limpio.
Y de por medio, una historia de venganza, amor y muerte.

Desde mediados de los 50 y sobre todo durante los 60 un tipo de cine tenía encandilado al público del momento: el de los jóvenes rebeldes que se alzaban contra todo rastro de poder conservador, y si pertenecían a bandas de motoristas duros y ¨cool¨ mejor que mejor; estas propuestas, tan puramente norteamericanas, se trasladarían a terreno japonés como toda la cultura del país del Tío Sam. Y la que mejor recogía esas influencias era Nikkatsu, a la que poco le quedaba para escoger entre hundirse en la miseria o hacer películas con exceso de sexo y violencia; así que fueron sobre seguro.
Empiezan los 70 con una vuelta de tuerca a esas historias de bandas callejeras cuando Toei estrena ¨Delinquent Girl Boss¨, permitiendo a las mujeres tomar el protagonismo e iniciando una saga de lo más lucrativa. Este bombazo, a priori nada de original (cinco años antes ya estaban las amazonas de Meyer liándola en ¨Faster, Pussycat! Kill, Kill!¨), hizo la pascua a Kyusaku Hori y sus acólitos, quienes respondieron con ¨Stray Cat Rock¨, poniendo al frente a Yasuharu Hasebe, quien empezó así una década en la que su cine iría perdiendo su espíritu para amoldarse a las exigencias de sus productores...

Colaboró con Hideichi Nagahara en el libreto y obtuvo cierta libertad creativa de Hori, con una importante condición que de seguro le negarían en años futuros: no mostrar ni un solo desnudo, pues en absoluto era necesario. Y como la obra de Kazuhiko Yamaguchi tenía a la actriz y cantante Reiko Oshida, Hasebe enroló a dos bellas modelos y también cantantes de recientes carreras cinematográficas, que sin duda excitarían al público: la coreana Akiko Wada y Meiko Kaji, con quien ya había colaborado antes (aunque todavía bajo su nombre real, Masako Ohta).
¨Onna Bancho¨ empieza, como no podía ser de otro modo, con rencillas entre bandas, masculinas y femeninas, y el escenario son las calles de esa negra y caótica Shinjuku que muchos cineastas tomaban para sus apocalípticas cruzadas gangsteriles; pero la historia, que nos muestra la batalla entre unos delincuentes respaldados por una poderosa familia yakuza y la pandilla de Mei, cuyo descerebrado novio Michio quiere trabajar para los anteriores, se cuenta más bien desde el punto de vista de una forastera, Ako, que al llegar ya se ve atrapada en la situación. Entre callejuelas, pubs de mala muerte, clanes mafiosos y descampados desata Hasebe su peripecia.

Sin poseer la exquisitez visual ni la cuidada narrativa de sus primeros trabajos (cuya joya inmortal será por siempre ¨Massacre Gun¨), el director se lanza de cabeza al reverso más alocado y ¨grindhouse¨ de la ¨crook story¨ con todas las influencias americanas que uno pudiera esperar; refuerza la idea el que sea un combate de boxeo amañado que no terminó como debía el detonante para la guerra entre la mafia y las chicas protagonistas, herederas a partes iguales de los rebeldes sin causa de Nicholas Ray y las exaltadas zorras de Meyer (...no obstante es inevitable pensar en la seminal ¨Delinquent Girl Boss¨, de donde básicamente parte todo esto).
Hasebe filma en las calles (la mayor parte del tiempo en secreto para alcanzar un mayor realismo) y hace tambalear su cámara sin orden ni concierto por lugares exóticos y ¨underground¨, creando un mundo de cómic asquerosamente entrañable, mientras navega entre el estilo áspero y visceral de Fukasaku y la audacia visual de su mentor Suzuki, de quien hereda imaginativos detalles que elevan la vena experimental (el uso de los colores, las elipsis, el juego de perspectivas, los números musicales...). De hecho se sirve de esta libertad creativa para, como hacía el anterior, compensar las enormes carencias argumentales del film.

Tenemos a un puñado de repelentes individuos metidos en situaciones extremadamente violentas (el secuestro y la tortura de Yuka predecía hacia qué direcciones se movería Nikkatsu) mientras de fondo se dibuja una tragedia de tintes románticos y amargos; como es lógico en estas películas todo se teñirá de dolor y muerte, sin abandonar la psicodelia y el humor negro con los que Hasebe juega a desmitificar hasta límites grimosos la ¨yakuza eiga¨, más bien parodiando sin vergüenza este género con el que comenzó su carrera (curiosamente desde un punto de vista más digno y casi elegante).
Muneo Ueda añade tonos terrosos a su fotografía que se complementan bien con el frenesí del montaje de Akira Suzuki. Y si bien Kaji es una secundaria a quien mucho le falta para lograr la maestría interpretativa (que alcanzará en ¨Lady Snowblood¨), su Mei se gana antes el respeto y el cariño del espectador que la insufrible y avasalladora Ako de Wada (porque al menos a mí no me agrada ver a una chula que se las da de súpermala acosando a hombres en todas partes); nos brinda, para nuestra desgracia, el tema principal, con su voz ruda y profunda (Kaji es de lejos mejor cantante).

Las acompañan actores tan conocidos de la serie ¨B¨ nipona como el genial Koji Wada, Tadao Nakamaru, Goro Mutsumi y un estomagante Tatsuya Fuji que no hace más que carcajearse como un inútil y cuyo final se tiene bien merecido; Ken Sanders repite con el cineasta en un gran papel que demandaba más protagonismo...
La apuesta de Hori fue también un éxito que dio pie a una saga, ya con Kaji de absoluta protagonista (aunque en otros roles). Interesante, que no brillante, primera pieza de esta ¨freak¨ serie callejera de puro ¨exploitation¨, y gran parte de culpa la tiene la audacia visual de Hasebe (desgraciadamente no nos da la oportunidad de ver sufrir a Toshie, a la que da vida esa Mari Koiso cuyo rostro deberían haber achicharrado con el soplete...).



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