Ficha La Calle de la Vergüenza


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Críticas de La Calle de la Vergüenza (1)




Mad Warrior

  • 15 Oct 2022

9



El negro manto de la noche lo cubre todo. Se encienden las luces de los distintos locales; pronto la calle se verá viciada con el olor a alcohol y sexo.
Pues ya es hora de que los respetables hombres de negocios, los fieles esposos y los padres de familia salgan a divertirse. Esa hora en que las mujeres deben salir y vender la carne...

A mediados de los 50, Kenji Mizoguchi, cuya carrera se extiende a lo largo de treinta años con más de sesenta títulos, logró el éxito internacional gracias a ¨Vida de Oharu, mujer Galante¨, que triunfaría en el Festival de Venecia, seguida después de la gran acogida de ¨Cuentos de la Luna Pálida¨. El director, con 55 años, por fin es reconocido fuera de su país y considerado entre los maestros del cine mundial; en esta última etapa continúa su búsqueda de la perfección estética al tiempo que apuesta por el uso del color en las históricas ¨El Héroe Sacrílego¨ y ¨La Emperatriz Yang Kwei-Fei¨.
El esplendor que otorga la belleza plástica de los colores en ambas producciones las sitúan como cimas del arte cinematográfico para la crítica internacional, pero no para el director, quien temiendo ser considerado un formalista pretende abandonar tal etiqueta rodando la adaptación de ¨Osaka Monogatari¨, otra novela del gran autor Ihara Saikaku (y que acabará llevando al cine Kozaburo Yoshimura debido a su prematura muerte). Pero antes de embarcarse en tal proyecto, desea volver a reflejar la realidad del momento recurriendo al tema que le lleva obsesionando desde el inicio de su carrera y convertido en sello de identidad de la misma: la prostitución.

Por lo que, junto a Masashige Narusawa y su guionista Yoshikata Yoda, decide adaptar otra obra literaria, ¨Susaki no Onna¨, escrita por Yoshiko Shibaki, y que se convertirá por azar del destino en el epítome de este tipo de cine tan vinculado a él. ¨La Calle de la Vergüenza¨ se inicia con la panorámica (como hacía ¨Mujeres de la Noche¨) de la inmensa Tokyo para rápidamente sumergirnos en las entrañas de la ciudad y en el escenario central de la historia, un burdel llamado ¨El País de los Sueños¨ donde iremos conociendo a todos los personajes y su punto de vista frente a la situación social actual.
Situación que se condena enfrentando la nostalgia por la tradición (¨antes las mujeres parecían esposas de príncipes o gobernadores¨) con las mutaciones de un país reducido a cenizas en la guerra y maltratado por la posguerra, bajo la influencia norteamericana, o haciendo hincapié en el empeño de los políticos por prohibir la profesión; entorno social hostil del que no tarda en señalarse su hipocresía con una ironía ácida, pues aunque de día se desprecie a las mujeres para salvar las apariencias luego se las visita de noche en el burdel.

Y el burdel es la fortaleza que ellas eligen contra el mundo del dinero, agente de la opresión, y sobre todo de los hombres, de nuevo presentados por el cineasta como responsables directos de las miserias y la decadencia de la mujer. Esto queda bien reflejado en las cinco protagonistas (al contrario de ¨La Mujer Crucificada¨ Mizoguchi en absoluto se va a centrar en la dueña del lupanar, una esclavista más), quienes, como en el cine de Renoir, cada una tiene sus razones para ser como es, pero también portando en sí el sufrimiento que las ha conducido a ese estado: Hanae, que debe sacrificarse por su bebé y un marido sin trabajo y cobarde que prefiere perder la vida a enfrentarse a ella; Mickey, que huye de su hogar rechazando la hipocresía burguesa por la que aboga su padre, infiel y preocupado sólo del honor familiar; Yasumi, que se vende para pagar el aval de su padre, encerrado en la cárcel, y procurarse un futuro; Yumeko, que hace lo posible para asegurarle una buena vida a su hijo, quien la rechaza e insulta sin compasión al descubrir su oficio.
Todas ellas féminas que, de algún modo u otro, ya han aparecido en anteriores obras del director, y para las que los sueños son imposibles en una sociedad hecha por y para los hombres; incluso se priva de esperanza a Yorie, la única que se atreve a huir para luego volver a ese universo cerrado que es el prostíbulo, lugar donde en cierto sentido las mujeres reinan sobre el mundo masculino (la muchacha, que rechaza al padre y luego lo trata como un cliente; la avara, que se burla del hombre que se ha vuelto loco por ella).

Mizoguchi subraya la fuerza ejemplar que éstas poseen, tanto por su profunda sinceridad como por su cinismo lúcido. También las retrata con dureza, convirtiéndolas en pobres víctimas a la vez que en frías manipuladoras por necesidad, y repara en la violencia interior (cuando se pelean entre ellas) y en la exterior (representada en los clientes, que son mentirosos, groseros, borrachos y brutales). Pero sobre todo se pretende defender, frente a la ignominia de los hombres, la gran dignidad de la prostituta, que interpreta la comedia del sexo y el dinero porque ha comprendido que ese oficio es omnipresente en la sociedad.
Una sociedad mucho más repulsiva e infernal que el burdel (se rechaza a la madre hasta que enloquece, se roba al patrón por pasión sexual, se explota a la esposa como criada, se expulsa del hogar a pesar de tener un bebé y un marido enfermo...). Al principio y al final, un político amigo de la dueña insiste a las chicas en cómo ellos las protegen y cuidan de sus intereses, cuando en realidad éstas son las únicas en hacerlo, siendo Yasumi el ejemplo perfecto (¨si no actúas como ella nunca serás capaz de salir de aquí¨, dicen).

El japonés excluye todo discurso moralizador y se limita a mostrar los comportamientos, recurriendo con ello a una puesta en escena casi teatral durante la mayor parte del film (al igual que en ¨La Mujer Crucificada¨), un teatro de sombras humanas escondidas, bien en la oscuridad, que resalta el blanco y negro de la fotografía de Kazuo Miyagawa, o bajo máscaras (los maquillajes, las apariencias son necesarios en la explotación recíproca) para ocultar la verdad, encerrando a sus personajes en espacios reducidos, claustrofóbicos.

Un clima ciertamente asfixiante cuya tensión y desesperación irán en aumento hasta alcanzar su cenit en un impactante y desgarrador clímax. Las actrices, habituales del director y lo más destacado del plantel, demuestran gran talento y vitalidad y logran transmitir todas y cada una de las emociones que sus complejos personajes requieren, desde esas hipnóticas Machiko Kyo y Ayako Wakao hasta las más conmovedoras Michiyo Kogure, Hiroko Machida y Aiko Mimasu. El cine hace el resto, el cine capta la realidad en este guiñol trágico donde al final una chica asustada nos hace señas para que nos reunamos con ella en el burdel.
Así, la ¨comedia del sexo y el dinero¨ nunca termina, y aunque una mujer se vaya, otra vendrá a ocupar su lugar. El destino quiso que el último plano de la última obra de Mizoguchi (la primera que tuve el placer de descubrir, irónicamente) fuese esta desoladora secuencia donde una joven maquillada como mujer se oculte al mostrarse (o se muestre ocultándose...), resumiendo así la carrera del cineasta, quien aquí recupera lo que siempre le había fascinado en el neorrealismo: obtener la parte documental mediante la ficción a fin de mostrar lo verdadero. Y en ese sentido la película es un auténtico triunfo.

En Agosto de 1.956, a sus 58 años, el maestro, aquejado de leucemia, se despide tristemente para siempre desde la calle, su lugar predilecto, el único en el que ha logrado depurar su arte hasta convertirlo en el espejo de lo que constituye la realidad del ser humano.
La realidad del presente, que no puede resistirse al paso del tiempo debido a las leyes sociales, la de la omnipresencia del dinero, la violencia y el vicio, la del deseo de otros y del deseo propio, la de la fatalidad de la existencia frente a los amargos reveses del destino y la de la lamentable necesidad de disfrazarse de ilusiones.



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