Ficha El Gran Milagro


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Críticas de El Gran Milagro (1)




Mad Warrior

  • 17 Dec 2021

6



Una lámina de oro, un trozo de metal, una bobina, un electroimán, baterías y...¡milagro!

Son los elementos clave para que el mes de Junio de 1.875 naciera el primer sistema de comunicación por medio de cables y con una amplia superficie entre los dos instrumentos base; nace el primer teléfono.
Y su inventor fue un joven de poco menos de 30 años, por todos conocido...¿o no?

Pues no, al parecer la Historia, sus descubrimientos, las nuevas investigaciones y el ansia de conocer la verdad ha demostrado que los aparatos telefónicos como tal ya existían mucho antes de que el joven Alexander Bell fuera repentinamente iluminado (como el transmisor eléctrico de Johann P. Reis o la transmisión de voz electromagnética por cables de Antonio Meucci, que gozó incluso de una presentación pública en EE.UU.), pero claro, fue él quien llevó esos prototipos a una mejora para transmitir un sonido humano articulado a través del aparato.
Pero en el Hollywood de los 30 estas vicisitudes aún no han llegado a entorpecer la autoría del inventor (ni siquiera su ardua batalla legal con Elisha Gray); a finales de la década uno de los grandes subgéneros dramáticos a los que los estudios apostaban con la casi plena seguridad del éxito, era la biografía de hombres ilustres cuya trayectoria profesional e histórica pudiera dejar un amplio margen a la creatividad de los guionistas, quienes aportaban la descripción más o menos veraz de unos avatares más grandes que la vida. El antecedente del moderno ¨biopic¨ tuvo en títulos como ¨El Gran Víctor Herbert¨, ¨Edison, el Hombre¨ o éste que nos ocupa sus principales exponentes.

En Fox le confían la dirección al actor y cineasta Irvin Cummings, que tan acostumbrado está a los dramas biográficos, y en la piel del genio un colaborador suyo, Don Ameche, querido astro de la época que ese mismo año daría vida al mismísimo DArtagnan (en una mediocre revisión cómica del personaje). La intención de los guionistas y el realizador con respecto a Bell es clara desde el primer instante en que aparece, irrumpiendo como el más humilde de los humanos en una pequeña reunión de cazurros de la alta sociedad que por supuesto quedan catatónicos al escuchar las interesantes ideas científicas del joven.
Ameche, con su físico menudo y sus expresiones inocentes, da el pego para este Bell miserable, bondadoso y a la vez ansioso de lograr un increíble descubrimiento. Durante este primer acto de presentación, Cummings se acoge al humor ligero más que otra cosa y a la mojigatería melodramática propia de la época, haciendo de la sordera un incentivo para la obsesión del protagonista con la comunicación humana; primero su madre, luego un pobre niño (George, que se lleva las escenas más lacrimógenas) y finalmente la mujer de la que se enamora al instante, Mabel Hubbard. La presencia femenina (sorda, en este caso), primero materna y luego amorosa, es crucial para hacer avanzar la historia y las ideas de Alexander.

La atmósfera cálida aunque algo tensa entre los deseos del joven, y sobre todo por culpa del padre de la chica, lleva la ligereza a terrenos algo más ásperos y dramáticos en un largo segundo acto prevaleciendo un tono cercano a Capra, con el protagonista siendo blanco de desacreditaciones, viéndose obligado a cambiar una y otra vez de casa, y luchando por demostrar al padre de su amada, a ella y a él mismo que su sueño del teléfono puede ser una realidad (cuando ya lo era, irónicamente, pero bueno...). Los espacios luminosos cambian así por alcobas en penumbra de olores penetrantes, bien modelados, gracias a cómo Leon Shamroy utiliza el blanco y negro.
Al lado de Bell está su ayudante y amigo Thomas (un jovencísimo y simpático Henry Fonda), y el director logra su objetivo: que el espectador se ponga del lado de este par de desgraciados a cuyo único sonido al que se han acostumbrado es el rugido de sus tripas hambrientas. Y el primero se fuerza a ello, pues es el inventor, pero lo que mueve al segundo es la mera amistad; tras el consabido descubrimiento y la expectación por la invención el metraje vuelve a tomar un ritmo veloz, y siempre con los efluvios amorosos de la encantadora y abnegada Mabel como motor de la ilusión del marido.

Desde luego una agradable y tierna pareja la formada por Ameche y esa bellísima Loretta Young. Un tercer acto (que teniendo en cuenta el potencial de su densidad dramática, también se despacha con bastante prisa) concierne a la lucha que se lleva a cabo, como es lógico desde la perspectiva del hombre de a pie fanático de su propia causa, contra ese capitalismo depredador que pretendía desposeer al inventor de la patente de su invento, transformándose todo en un drama judicial que apunta directamente a la vena sentimental cuando aquél y sus allegados se ven acorralados por los buitres de la aún incipiente Western Union.
No pueden quedar más al descubierto las intenciones del guión cuando se pretende que sea una carta de amor la prueba de la verdad absoluta (y eso no se lo cree nadie, ni en la realidad ni en la ficción...); seguro que a Meucci o Gray les habría encantado ver en pantalla al personaje de Bell defendiendo con uñas y dientes su teléfono y el sufrimiento que había llevado a cabo para crearlo. La encarnación de Ameche es heroica y eficaz, mientras uno se deshace ante la delicadeza de Young...pero nada de eso sería suficiente para hacer que los propios dueños de la Union se postrasen tan rápida y dócilmente ante los pies del inventor.

¨The Story of Alexander Graham Bell¨ aúna retrato costumbrista, afán de superación, fracaso, obstinación y triunfo ante las fuerzas del orden establecido, lo que explica que fuera un más que respetable éxito de taquilla por más que no llegara a alzarse con ningún Oscar.
En cualquier caso estamos ante una buena muestra de lo que era capaz el ¨star system¨ ¨hollywoodiense¨, maquinaria de arte industrial experta en generar sus propios y duraderos mitos por mucho que éstos pertenecieran más al terreno de la ficción que a la vida real en la que estaban inspirados...



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