Ficha Guerrilleros en Filipinas


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Críticas de Guerrilleros en Filipinas (1)




Mad Warrior

  • 23 May 2021

5



Unos aviones japoneses logran hacer picadillo a un torpedero frente a las costas filipinas de Cebu. Algunos hombres logran salir hasta llegar a tierra.
Todos son norteamericanos que sin saberlo participarán en una revolución histórica. Es el año 1.942 y ni la guerra se detiene ni el general Douglas MacArthur aparece...

Aunque parezca mentira, pues eso de la rigurosidad histórica no estaba precisamente a la orden del día en aquellos tiempos de propaganda cinematográfica salida de Hollywood, la historia de ¨Guerrilleros en Filipinas¨ contiene una base muy real, que son las memorias del alférez de la marina y posterior comandante del ejército Iliff D. Richardson, quien, tras ver cómo caía su PT-34, se involucró a conciencia en las campañas filipinas para liberar al país de la terrible ocupación nipona. Memorias que fueron recogidas por el galardonado autor y corresponsal Ira Wolfert y cuyo libro, publicado en 1.945, se acabaría convirtiendo en todo un éxito.
No tardó la 20th Century Fox en hacerse con los derechos y encargarle una adaptación al mítico productor y guionista Lamar J. Trotti, pero la película que iba protagonizar Fred MacMurray y rodar Henry King en Puerto Rico terminó con Tyrone Power encarnando a Richardson y con el estudio ofreciéndole el proyecto a un Fritz Lang que había fracasado hacía poco con ¨La Casa del Río¨, y que demostraría tanto delante como detrás de la cámara su tremendo hastío por tratarse todo ello de un mero producto alimenticio.

Éste, cual Fuller, empieza metiéndonos de cabeza en una peligrosa situación; es al menos digno de mención que la Fox se rascara el bolsillo y permitieran filmar a aquél en los escenarios reales de la batalla, pero la dureza y autenticidad que éstos aportan, realzada magníficamente por los intensos tonos de la fotografía en Technicolor, choca con la escasa solidez narrativa y dramática del guión, plagado de torpes elipsis temporales. Como todos los títulos de su estirpe, éste sigue a conciencia el punto de vista del protagonista americano, Palmer, quien dota a los hechos de una desagradable narración omnisciente y se presenta como un tipo cuyo objetivo es abandonar ese infierno y marchar a Australia, porque allí está MacArthur.
Es curioso el marcado cinismo derrotista que invade a este hombre al principio y cómo las circunstancias y la violencia del conflicto le obligan a terminar convertido en todo un héroe; pero lo más curioso y a la vez enervante es que esta obsesión de mantener la fe de espíritu y lucha no viene de parte de los nativos, sino de una dama (Jeanne) convenientemente situada que jamás existió (Richardson tenía novia, sí, pero filipina), y que para colmo es francesa (porque, ¿quién quería ver a Power besando a una poco fotogénica actriz filipina?).

Pues seguimos a este Palmer, acompañado de un inútil que estorba mucho llamado Jim (mero contracampo lúdico de los demás dramáticos personajes), a través del accidentado entorno, viéndose cada vez más acorralado por los deseos de las fuerzas de resistencia del país y por las brutales incursiones de los militares japoneses, las únicas secuencias que merecen rescatarse pese a lo vergonzosamente retratados que están, pues Trotti no deja lugar a dudas con eso del transparente maniqueísmo, y se refuerza con impagables frases como la de Palmer: ¨Por fin matamos a nuestros primeros japoneses¨ (hecha para que el público americano se levante y aplauda).
Por culpa de este chirriante patriotismo, absurda magnificación y sentimiento propagandístico se comete el error tremendo de ceder todo el mérito de la resistencia contra las tropas invasoras a los protagonistas norteamericanos, cuya presencia vence todos los males y su ingenio todos los obstáculos; olvídense de hallar recreadas figuras tan importantes de la revolución como Nieves Fernández, Luis Taruc, Eduardo Joson o Wenceslao Vinzons (menos aún si eran comunistas). Y no hay suficiente espacio para condenar duramente la relación entre Palmer y Jeanne, no sólo por su existencia, sino por la forma tan tramposa que la plantea el guión.

Porque...¿en los 50, una mujer casada iba a mantener una romance con un soldado de la marina, y encarnado por Tyrone Power? Está claro que sería muy políticamente incorrecto; por eso mismo Lang nos deleita con una secuencia tan cruda y violenta como la llegada del oficial japonés a la mansión de Juan y Jeanne, porque eliminado de la ecuación el marido de la protagonista el bienpensante público americano no tiene que lidiar con un triángulo amoroso en un film que exalta el valor patriótico y la moral (pero a mí me lleva a la conclusión de que las francesas son unas zorras que tardan poco en cambiar de madriguera una vez el macho ha expirado). Y Lang está desaparecido en combate. El hombre trabaja con oficio y se sirve de su maestría sobre la conciencia del movimiento y la escenografía de la acción y la intriga, pero sin lograr en ningún modo la emoción evocadora de Ford, la desnuda brutalidad de Fuller ni la vigorosidad metódica de Walsh o Hathaway; lo que hace el austriaco es ceñirse a lo que le mandan y facturar una pieza genérica en todos los sentidos. Con más libertad artística, una escena correcta como es el climático asalto a la iglesia podría haber sido algo realmente memorable.
Y el general MacArthur llega, triunfante a la ciudad, agasajado por los miles de nativos; los americanos, antiguos y crueles colonos de las Filipinas, son ahora los salvadores, y nada mejor que celebrar la futura victoria con una coca-cola fría (la escena, hecha para que el público americano se levante y aplauda aún más fuerte, produce sarpullidos...). El retrato de los filipinos no gustó nada al Gobierno del país, pero eso no importó a la Fox, que estrenó la película en un momento crucial para ellos: al estallido de la Guerra de Corea. Por su parte el director declaró, tras cobrar el cheque, que no quería saber nada del tema (una lástima para él que el pseudónimo de Allen Smithee aún no existiera). Recordando lo de las frases sobre el maniqueísmo hay que señalar la que pronuncia Jim en respuesta al monaguillo cuando hacia el final se aproximan los aviones a la ciudad: ¨No te preocupes, las bombas americanas sólo matan a los japoneses, no a nosotros¨ (y uno ya se cae de espaldas, catatónico). Por cierto, todos los soldados japoneses están interpretados por filipinos...y el efecto es tremendamente horripilante y bochornoso. De horca y guillotina.



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